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- Ahí está- señaló Leif con el dedo, y en voz muy baja. Yo agaché la cabeza y seguí el dedo de mi hermano con los ojos. En efecto, una bella cierva, de esbelta figura, pastaba entre los árboles. Tensé el arco. Cerré mi ojo verde y apunté con el negro, mientras calmaba los violentos latidos de mi corazón. Entonces... Dejé a la flecha volar.

Esta soltó un silbido mortal, debido a la velocidad que llevaba. La cierva la vio demasiado tarde y la flecha se hundió en su cuello.
El animal herido cayó al suelo, soltando rebramos de agonía. Leif y yo caminamos hasta él, sin miedo. El joven rey se agachó junto a la criatura y acarició su cabeza, de pelaje duro y rasposo; y, con un rápido movimiento, hundió su puñal en el corazón de la cierva, que dejó de sacudirse.

El monarca se levantó y me sonrió. Yo miraba a la presa muerta con cara de ir a vomitar. Odiaba la caza.

- Buen tiro, hermano. Es la cuarta pieza en dos días.

- Lo que sea por agradar a su majestad- recité de manera totalmente impersonal. Leif me dedicó una apenada mirada de sus claros ojos azules.

- Volvamos a los caballos. Hemos de descansar- propuso y yo asentí. Cogí al animal y lo arrastré hasta la fogata improvisada que habíamos formado a la mañana.
Despellejamos a la cierva y la dejamos algo separada para que se secase su carne.
Cenamos tortas con miel y carne salada en total silencio. Hasta que, de pronto, mi hermano se vio sacudido por una arcada​. Se inclinó hacia delante y vomitó en la hierba todo lo ingerido en los dos últimos días.

Como había poca luz, no pude ver la sangre mezclada en el vómito. Me levanté y me acerqué a él, apartándole el cabello de la cara, para que no se le manchara.
Mi hermano se quedó al fin vacío y se sentó, pálido y tembloroso en el suelo. Le puse una mano en el hombro, ciertamente preocupado y hablé al fin:

- Leif... ¿Estás bien?- pregunté. Él sonrió.

- Claro que estoy bien, hermanito. Sólo algo indispuesto...

- Será mejor que volvamos al campamento- él asintió.

- Al alba partiremos- dictaminé-. Ahora, descansa- le pedí, dedicándole una sonrisa honesta, después de mucho tiempo.
"No me odia..." Pensó él. Y, aquello lo reconfortó.
Se tumbó lejos de todo lo que había expulsado y se tapó con una manta de piel.
Yo cubrí de hojas el vómito y me acosté cerca de mi hermano a dormir.

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- ¡¡Han vuelto!!- Ali, un soldado experimentado de unos cuarenta años, exclamó al vernos llegar al rey y a mí.
Estábamos cansados. Pero, cuando nos detuvimos, nadie se acercó a ayudarme a desmontar. Todos se deshicieron en elogios hacia Leif y lo llevaron hasta su tienda casi en volandas.

Suspiré. Dejé el arco que llevaba a la espalda apoyado en un árbol y entré en mi tienda, distraído.
Me quité la camisa por la cabeza y, tras hacerla una bola la lancé hacia atrás. Después me lavé el torso, cuello, cara y cabello en la palangana de agua fresca y limpia.
Seguidamente me tiré a la cama en plancha.
Ahhh....no había nada como mi colchón blando y suave, como mis almohadones de plumas, como mi...:

- Bienvenido de vuelta, leoncito- dijo una voz muy cerca de mí. En un acto reflejo, me tiré de la cama, aterrizando sobre mi trasero, y con un puñal en la mano. Iwell estaba tumbado en MI cama. Despatarrado y magnífico encima de las mantas de piel de guepardo y de tigre. Trague saliva y me levanté rapidísimamente.

- ¿¡Q-Qué haces tú aquí!?- grité. Él gruñó y se tumbó de nuevo, levantando su tobillo, rodeado por un grillete y sujeto al suelo.

- No iba a irme- aseguró-. Pero, tu novia no se lo creyó- guardé el puñal.

- Samirah no es mi novia- él sonrió de medio lado y me miró de arriba a abajo. Reparé entonces en que solo estaba vestido de cintura para abajo. Cogí ropas limpias del arcón y me escondí detrás del biombo para cambiarme.

- ¿Ahora sientes pudor? Te vi totalmente desnudo el día que nos conocimos- me dijo, provocando que me sonrojara un poco, al recordarlo.

- Las cosas han cambiado- hablé y salí de detrás del biombo. Me había puesto unos pantalones azul oscuro, de ante y una camisa de seda, atada con un lazo, de color blanco, casi translúcido- ¿Samirah tenía que encadenarte ahí?- me lamenté. Si Iwell ocupaba mi cama, ¿Dónde dormiría yo?

- Oh, no temas, leoncito- Iwell se puso a cuatro patas mirándome. Llevaba tan sólo una larga blusa azul pálido que transparentaba toda su anatomía. Miré a otro lado antes de sonrojarme-. Dormiré en el suelo si te incomoda- aseguró, pero, aún añadió-. Claro está. SI te incomoda- me aclaré la garganta.

- ¿Dónde está Samirah?- pregunté, desviando el tema. Iwell suspiró.

- Y yo que sé.

- Bien. Ejem...- carraspeé de nuevo-. Iré a buscarla...- eché a andar, pero Iwell se adelantó y me detuvo, agarrándome de la manga de la camisa con la mano y atrayéndome hacia el lecho.

Me hizo sentarme junto a él y procedió a trazar siluetas en mi mentón, bajando por mi cuello y hasta mi pecho-. ¿Qué te crees que estás haciendo, Iwell?- quise sonar amenazador. Pero, no me salió muy bien.

- Lamento que hayas estado con Leif una semana allá. Me contaste que no te gusta cazar...- murmuró muy cerca de mi oído-. Debes de estar agotado...- dicho esto, el chico persa bajó una mano hasta mi entrepierna y la apretó. Agarré su mano y lo aparté de mí con bastante violencia.

- ¿Estás loco? ¡Eres de sangre noble, Iwell! No te rebajes al nivel de un esclavo de placer- le pedí. Ya lo que faltaba.

- No lo hago... Pero, ¡es que me aburro!- exclamó al cielo.

- Bueno. Eres un prisionero. No estás aquí para divertirte.

- Ni tú, según lo que oí el otro día- me giré hacia él, furioso.

- Cállate- ordené, fuera de mis casillas.

- ¿Por qué lo hiciste, Arie? No me debías nada y me salvaste la vida. ¿Por qué?

- No te incumbe el porqué- miré mis manos.

- Claro que lo hacen. Si me incumben a mí. Te conozco, Arie Fleury. Sé que no sacrificarías tu ego por pura bondad...- sin resistir más su palabrería estúpida, me lancé contra él, aprisionándolo contra el colchón.

- He dicho que te calles. ¿Acaso no podía tocarme alguien menos hablador para tener en mi tienda?- Iwell colocó sus manos en mis mejillas y, sin previo aviso, acarició sus labios con los míos. Me quedé sin aliento, mientras el muchacho persa indagaba en mi boca con la suya.
Respondí a su beso, acariciando su pierna con la mano. Él soltó un gemido y me acercó más a él, pasando sus dedos por mi largo cabello dorado.

Iwell enredó sus piernas entorno a mi cintura y comenzó a deshacer el lazo de mi camisa con dedos temblorosos. La abrió del todo, dejando mi pecho pálido y de definida musculatura al descubierto.
Inmediatamente después comenzó a dejar besos en la línea de mi barbilla, en mi cuello, en mi clavícula.
Cerré los ojos, abandonándome al placer.

Wandering HeirWhere stories live. Discover now