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- Así que ofrecen una recompensa por encontrar al principito león- Olaf dio un trago a la jarra de cerveza y eructó sonoramente.

- Doscientas coronas de oro- asintió el tabernero-. suficiente para vivir tres vidas plenas.

- ¿Quién lo hizo?

- ¿Eh?

- ¿Quién fue quien los mató a todos?

- Eso es un misterio, pero hay tres personas desaparecidas del banquete. El príncipe Arie, Lord Erwin y su bastardo, Isak Riebr...

- Lord Erwin está buscando a Arie... ¿Crees que....?

- No... Nadie lo cree- cortó el tabernero-. todos piensan que ha sido el bastardo

- Comprendo...- Olaf se terminó la cerveza de un trago y se levantó del taburete-. Gracias por la ayuda, viejo amigo

- Cualquier cosa- se estrecharon la mano y Olaf salió del establecimiento. Era Febrero, y el frío que hacía en todo el país era inferior a los menos cinco grados centígrados. Olaf volvió al campamento, aunque lo cierto era que pensaba marcharse de ahí lo antes posible. Caminó hasta una de las improvisadas tiendas de campaña. Donde estaba yo. Me agarró del gaznate y me sacó de allí.

- Buenas noticias, leoncito- me dijo, cogiéndome de las mejillas-. Sé quién mató a tus padres. Fue tu primo bastardo, Isak Riebr- yo fruncí el ceño. ¿Isak?-. ¿Estás contento? Misterio resuelto- me arrastró hasta donde estaba Meøur, su mano derecha y me tiró a sus pies. El hombretón que le sacaba veinte años a Olaf, me levantó de la camisa y me golpeó en la cara. Noté el sabor metálico de la sangre en mi boca, tapada por un trozo de tela. No pude evitar caer de cara, al no poder apoyar las manos en el suelo para parar el golpe. Gemí de dolor.

-¡Meøur! No te he dado permiso para golpear al prisionero

- Jefe, ha matado a mi hermano- me señaló como un niño pequeño haría y, el golpe que recibí en las costillas después no fue detenido por Olaf.

-º-º-º-º-º-º-º-º-º--º-º--º-º-º-º--º-º--º

- ¿A quién llevas ahí?- el comerciante me señaló con el dedo, mientras le pasaba a Olaf el paquete de pescado frito, el pan moreno y el odre de agua. En aquel momento, le sería difícil a cualquiera reconocerme, pues llevaba una capucha tapándome la cabeza.

- Bah... Tan sólo un ladronzuelo a quien pillé con las manos en la masa...- el comerciante chasqueó la lengua.

- Por ratas como él vivimos en estas condiciones- siseó-. Asegúrate de que pague por sus crímenes- Olaf asintió, se montó en el carro y espoleó al caballo. Hacía tres días que se había alejado de los otros vikingos. Cargándome en su carro como a un saco de patatas. Cuando paramos de nuevo, me quitó la capucha de la cabeza y tuve que cerrar los ojos para que el Sol no me cegara. No me desatonté hasta que noté el odre de agua, dulce y fresca sobre mis resecos labios. Bebí con avivez.

- Despacio, leoncito, no vayas a ahogarte- me advirtió.

- Suéltame...- le pedí sin fuerzas, pero algo llamó su atención y asomó la cabeza para mirar hacia atrás.

- Maldición- Olaf apretó los dientes, me miró unos segundos evaluando cómo actuar y entonces me levantó y me sacó del carro. Pude ver al menos a quince jinetes vestidos con la armadura y colores de la casa de mi tío. El reino de Estocolmo. El corazón me dio un vuelco. Mi salvación. Olaf me agarró delante de él y colocó su cuchillo en mi garganta, haciendo que me pusiera de puntillas para que no me cortara-. Vaya, vaya, vaya- habló, girándose hacia los soldados, que bajaron de sus monturas y desenvainaron las espadas-. ¿Qué os trae por aquí, señores?

Wandering HeirWhere stories live. Discover now