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- El ataque se aplaza hasta que el rey se encuentre mejor- habló Samirah, de mi parte-. De momento, su excelencia, el príncipe Arie queda al mando.

- ¡Prínssipe Arie ha matado rey!- exclamó un soldado entre la multitud, y muchos lo corearon-. ¡Arie querer corona del rey! Se sabe- Samirah desenvainó su espada curva. Se veía temible empuñándola.

- ¡Quien se enfrente al príncipe, ya sea abierta o discretamente, pasará por mi espada!- amenazó-. El príncipe es un hombre honorable. Cualquier perjuros contra él será considerada un acto de traición- aquello amedrentó un tanto a los hombres del rey, que se dispersaron poco a poco, volviendo a sus quehaceres. Samirah desconfiaba de la lealtad de los soldados para conmigo. Pero, no me lo dijo.

De todas formas, yo no quería estar al mando. No me lo admitiría ni a mí mismo, pero ahora prefería y esperaba que Leif se despertara descansado y todo volviera a la normalidad. Y yo... A un segundo plano. Era una perspectiva mucho más agradable.

Me senté en la cama. Solté un gruñido y me dejé caer hacia atrás con el brazo sobre la cara cuando alguien me agarró del pie y me quitó la bota. Miré y vi a Iwell frente a mí.

- ¿Dónde estabas?- preguntó y se tumbó a mi lado.

- He estado haciendo compañía a mi hermano un rato...

- ¿Está bien?- quiso saber el muchacho, acurrucándose junto a mí. Levanté el brazo derecho y él rodeó mi cintura con los suyos, apoyando la cabeza en mi hombro. Besé su pelo, con cariño.

- El galeno dice que tan sólo está cansado... Supongo que si mi hermano estuviese muy enfermo, tendría la decencia de decírmelo. ¿No?- supuse, muy convencido.

- Claro que sí- asintió Iwell, soltando un bostezo y cerrando los ojos. Yo también lo hice, y no tardé en dormirme.

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- Arie...- Iwell me sacudió el hombro para desertarme. Solté un bostezo y abrí los ojos, aún cansado.

- ¿Qué?- pregunté al chico, ya vestido frente a mí.

- Tu hermano ha...- balbuceó, con los ojos húmedos. Me incorporé.

- ¿Qué ocurre?

- Ha... Está muerto, Arie. Lo siento muchísimo... Tosió tanto que sus pulmones quedaron destrozados...- la cabeza me dio un vuelco. Me levanté de la cama. Me dolía el pecho, por el pánico. Dejé atrás a Iwell y corrí a la tienda de Leif, con el corazón en la garganta. Me abrí paso entre los soldados aglomerados en la entrada. A partir de mi llegada, todo se desarrolló a cámara lenta. Vi al anciano médico recogiendo sus mejunjes. Vi a Sahfar y a Aresserin, los más leales hombres del rey; con los rostros congestionados por el dolor y las lágrimas. Y... después, lo vi a él.

Yacía pacíficamente en su lecho. Las manos reposaban sobre su vientre, de manera tan delicada como los párpados, de ligeras y blancas pestañas se posaban en sus finos pómulos. Estaba tan pálido que la escasa luz del alba hacía brillar su rostro como el de una estrella, con su cabello siendo su magnífica estela plateada. Se me rompió el corazón, y caí de rodillas junto a la cama, habiendo perdido las fuerzas.

Agarré su mano. Estaba fría y dura. No parecía en absoluto humana.

- Tú lo has matado- dijeron dos veces a mi espalda. Me di la vuelta lentamente, y con los ojos llenos de lágrimas. Vi a mis padres, vestidos de harapos y, con miradas de infinita pena y decepción en sus rostros familiares.

- Madre, padre...- los llamé, en trance.

- Me prometiste que cuidarías de él, Arie- la voz de mi amada madre sonaba desolada-. ¡Y, lo has abandonado!- gritó entonces. Y, para mi espanto, su apacible rostro marfileño comenzó a arrugarse y partirse cual hoja de papel.

Grité, horrorizado y me llevé las manos a la cabeza, cerrando los ojos con fuerza.

- Traidor...- Leif habló con crueldad. Exhalando su frío aliento de muerte en mi nuca. Me eché a temblar. Lo miré. Su cerúlea silueta cerniéndose sobre mí, con los ojos vidriosos, sin color. Como un cristal empañado. Tenía los labios agrietados y amoratados, y la piel llena de manchas y ronchas supurantes.

- Leif, no...- gemí de pavor cuando aquel fantasma de la persona a la que ahora más amaba, apretó las manos entorno a mi garganta. ¡NO PODÍA RESPIRAR!

- ¡¡AHH!! P-PARA, POR FAVOR. ¡NO!

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- ¡Arie!- me desperté, gritando como un demente, envuelto en las sábanas como en una trampa mortal. La almohada, al igual que yo, estaba empapada. Iwell me incorporó con dulzura, acariciándome el sudoroso cabello rubio como una madre que calma a su niño-. Ha sido un sueño... Estás bien... Ya ha pasado, tranquilo- tras un rato que se me hizo insoportablemente largo, dejé de gritar y, en su lugar comencé a llorar. Mucho más asustado de lo que jamás admitiría. Iwell me acunó en sus firmes brazos, mientras me desahogaba, y no dejó de susurrarme palabras tranquilizadoras al oído hasta que mis temblores cesaron y me bajó un poco la fiebre.

- E-Está muerto...

- ¿Quién, mi amor?- preguntó Iwell, dándome un beso en la frente. Yo tenía la cabeza apoyada en su pecho, y las manos firmemente agarrando su camisola de dormir.

- Leif... Yo... lo he matado

- Arie, no... Ha sido una pesadilla- me aseguró-. el rey está bien, no temas por él en absoluto- me sorbí la nariz y asentí. Iwell no me soltó en toda la noche.

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- Buenos días, alteza. Y... indeseado acompañante- saludó Samirah, abriendo las cortinas de la tienda. La luz solar entró y yo solté un gruñido de molestia, ocultando mi rostro en el brazo de mi novio.

- No me llames "acompañante"- advirtió Iwell.

- ¿Prefieres bastardo?- probó de nuevo la soldado, con una sonrisa pilla.

- Prefiero que te calles- soltó el persa, enfurruñado-. Arie, dile algo.

- ¿Y, mi desayuno?- hablé, con la voz ronca, en el hombro de Iwell.

- En la mesa, excelencia, si tenéis la decencia de levantaros. Es tarde y debéis hablar con los hombres...- me incorporé, soñoliento, y con el cabello despeinado. Tenía los ojos legañosos y las mejillas pegajosas por las lágrimas derramadas aquella noche. Al verme la cara, Iwell hizo pucheros, como si yo fuese un bebé. Y, Samirah soltó una exclamación de sorpresa-. Mil veces santo sea Allah, alteza. ¿Qué os ha pasado? Estáis horrible- me levanté, como un muerto viviente. Si me encontrase mejor, probablemente hubiese hecho un comentario mordaz. Pero, me sentía francamente mal, así que sólo la ignoré y me dirigí a la parte trasera de la tienda a lavarme y vestirme.

- No he pasado una muy buena noche...- me puse una ceñida chaqueta de piel blanca, con ribetes de hilo de plata en cuello y mangas; pantalones también del color del alba y botas. Bostezando, me coloqué la corona sobre la cabeza y me froté los ojos por enésima vez. Después, me senté a desayunar. La mano de Iwell se posó en mi hombro. Levanté la mirada y me encontré con la suya, preocupada-. Tranquilo. Estoy bien...- me levanté y me encaminé hasta la entrada de la tienda.

- ¿Deseáis que os acompañe?- preguntó Samirah.

- No hace falta- la tranquilicé con un gesto.

- En ese caso os acompañaré- me encogí de hombros. Qué mujer...





Wandering HeirWhere stories live. Discover now