Strid

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- Majestad, el emisario que enviamos...- Erwin se dio la vuelta lentamente, para mirar al hombre que acababa de entrar en la sala del trono. Llevaba semanas sin dormir, sin bañarse, sin dejar de emborracharse una y otra vez; y sin ninguna mujer que le hiciese compañía. Además, su joven esposa era demasiado aburrida y fría.

Profundas ojeras marcaban su rostro cansado, enrojecido por el alcohol. Su mirada era la de un demente.

- Qué- preguntó con la voz cascada. El hombre que había entrado, tiró un saco maloliente a sus pies. Algo rodó fuera de él. La cabeza de Salazar, el antiguo guardia de su sobrino, Arie. Erwin tan sólo se llevó la copa de vino a los labios-. Aparta eso de mi vista.

- Majestad, tiene...- comenzó el pobre hombre-. Tiene una nota- el rey usurpador se la arrebató de las manos con violencia y leyó:

Tu oferta no es de nuestro agrado. Pero, a diferencia de la de este desgraciado, tu cabeza decorará las almenas del palacio de Alvheim. Encomienda tu alma antes de que lleguemos.
Atentamente. Arie y Leif Fleury”🌙☀

El hermano del antiguo rey arrugó el pergamino entre sus temblorosos dedos y lo lanzó al fuego.

- Y, así comienza la guerra...- el soldado se retiró.

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Un ejército de 25.000 hombres del rey Leif Fleury atacó el campamento enemigo antes del amanecer, tomándolos a todos por sorpresa.
Y, aunque se defendieron con bravura, su número era mucho más reducido y no tuvieron otra opción que deponer las armas.

Ejecuciones de traidores fueron el espectáculo principal durante todo el día. Una carnicería. Los soldados persas saquearon las tiendas y robaron todas y cada una de las valiosas pertenencias que encontraron.

El ejército de Erwin había caído. Pero... ¿Dónde estaba él? Muchos lo buscaron por cada rincón del campamento. Sin éxito alguno:

- ¡¿Dónde está?!- Aliata golpeó a uno de los prisioneros en el rostro, recibiendo una ensangrentada sonrisa de su parte. El general persa lo soltó.

- ¡¡Está en el castillo!!- Maiyēh, un arquero, compañero del general Aliata, se giró hacia el lugar de donde provenía la voz. Se trataba de un niño, que estaba siendo arrastrado por los pelos hacia el potro de tortura. No tendría más de doce años. Maiyēh lo agarró del pescuezo.

- Como tú estar mintiendo, ninio...-advirtió el arquero con voz profunda.

- ¡L-Lo juro! ¡E-Está en Alvheim! Quiere matar a los herederos- balbuceó el pequeño, muerto de miedo. Maiyēh lo soltó, haciéndole caer sobre el suelo, sollozante. Después, miró a Aliata. No hicieron falta palabras.

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Atacamos el castillo de Alvheim al mediodía. Pero, algo nos sorprendió. Estaba desierto. El pueblo había sido abandonado. Ni siquiera había animales pastando en el campo.

El castillo de Alvheim había retirado las banderas del rey. Un símbolo de batalla. De igual manera, entramos acompañados por cien soldados que se quedaron rondando el interior de nuestro antiguo hogar. Tan solo Samirah, Sahfar y Aresserin nos acompañan a Leif, Iwell y a mí. Los pasillos del palacio estaban iluminados por las antorchas que siempre habían decorado aquellas paredes. Ahora sin tapices, totalmente desnudas y frías. Hacía mucho tiempo que no andaba por allí a mis anchas:

- Arie, tú conoces el castillo- Leif me puso una mano en el hombro. Yo lo miré, serio-. ¿Y, la sala del trono?

- Es por aquí- todos me siguieron.

Wandering HeirWhere stories live. Discover now