Tras salir de la tienda de mi hermano, ahora autoproclamado "rey", me di una vuelta por el campamento. Algunos soldados entrenaban con una destreza de vértigo; otros jugaban a los dados, soltando sonoras carcajadas. Caminé por el extenso asentamiento, mirando a mi alrededor, y finalmente me aproximé a unos soldados que jugaban a las tabas. Al verme se tiraron al suelo de manera inmediata:- En pie, soldados- ordené-. ¿Sabéis dónde está el prisionero?- ellos se miraron entre sí, dudosos. Me crucé de brazos-. Hablad.
- Lamentamos, altessa- se disculpó uno, de oscuros ojos azules-. Pero, el rey manda no dessir vos- apreté los puños al escuchar tales palabras.
- El prisionero es asunto mío. Él es mío. Exijo que me indiquéis su paradero.
- Lamentamos, Altessa. Nosotros obedesser rey. No prínsipe- yo traté de apaciguar mi sed de sangre en aquel momento. Pero, no pude. Leif... Inconsciente-. Estúpido! ¡¡YO SOY EL HEREDERO!!- me lancé contra el pobre soldado, que no se defendió. No le estaba permitido tocar a alguien de la realeza. Le rompí la nariz a puñetazo limpio, también la ceja, y hasta le arranqué un mechón de cabello.
- ¡Basta!- la imperiosa voz de Leif detuvo mi mano. Dos soldados me levantaron y, observé entonces al otro semiinconsciente y gimiendo de dolor en un charco de su propia sangre. Mis nudillos estaban en carne viva.
¿Qué me había pasado...?- ¡Soltadme!- grité a los hombros, y ellos, para mi sorpresa, obedecieron. Me recoloqué la ropa arrugada por todo el zarandeo. Leif se acercó a mí con cara de desprecio. Miró al hombre en el suelo, y luego a mí. Su mano voló a mi rostro, dándome una sonora bofetada que me hizo tambalear.
Miré a mi alrededor, incrédulo, y con la mano en la mejilla enrojecida. No fue tanto el golpe como el haber sido humillado de aquella manera enfrente de todos los soldados que más me enervó. Y, Leif lo sabía.
- C-cómo osas...- su mano, de finos y pálidos dedos impactó esta vez en mi otra mejilla.
- Eres un niñato malcriado.. ¿¡Que cómo oso?! ¿Cómo te atreves tú a agredir a uno de estos hombres? Soy tu rey y no tu hermano en estos tiempos de guerra- habló el muchacho rubio, con el semblante gélido como una estatua de hielo. La voz fría como los glaciares del norte-. Póstrate ante mí ahora y discúlpate. De otra manera consideraré esto como un acto de traición- me quedé de piedra ante sus palabras y abrí la boca, estupefacto.
- ¿Qué?- una voz muy (demasiado) débil y aguda salió de mi garganta. Y, aún estaban allí todos. Mirándome. Me sonrojé.
- Ya me has oído. Arrodíllate y pídeme perdón a mí y al soldado al que has herido. O... La bonita cabeza morena de Iwell Tannabee me servirá de reposa-pies- el corazón se me aceleró. ¿Era posible que si me dejaba llevar por mi orgullo, pudiese Iwell morir a manos de mi propio hermano...?
- ...Leif- lo llamé, con los sentidos embotados. Él, hizo un gesto sin apenas mirarme, y Sahfar entró en la tienda detrás de mi hermano y sacó al chico persa del cuello de la camisa. Estaba muy magullado. Las manos atadas y los ojos hinchados y entrecerrados por los moretones.
- Sahfar- llamó el de pelo plateado al soldado. Y, este colocó su daga de hoja curvada en la expuesta garganta de Iwell. Estuve en aquel momento tentado de matar a Leif con mis propias manos. Pero, él vio mis intenciones y Sahfar hizo un corte justo encima de la clavícula del bastardo.
- ¡Espera! ¡Para!- grité, sin pensar-. Tú ganas...- Leif sonrió con diversión. Respiré lentamente, calmando los desbocados latidos de mi corazón, y notando, de igual manera la abrasante mirada de Iwell sobre mí. Me dejé caer sobre mis rodillas frente a mi hermano mayor y bajé la vista al suelo-. Os...os pido perdón por agredir al soldado...- Leif carraspeó, mirando sus uñas-. Perdonadme, mi...- apreté los dientes-. ...mi...r-rey- escupí.
- Eres un príncipe,Arie. No un bárbaro. Aprenderás a comportarte como tal. ¿Queda claro?- preguntó, haciendo que le mirase, pero, yo rehusé sus ojos azules.
- ...S-Sí...- mascullé, furioso.
- Sí ¿Qué?- pinchó Leif, con sorna.
- Sí, majestad. Haré como gustéis- él me dio unas palmaditas en la cabeza y me indicó que me levantara. Tal era mi humillación y la sensación de mi ego tirado por los suelos que no podía levantar la vista de mis botas. Mis mejillas estaban encendidas.
- Sahfar, lleva al prisionero de vuelta a donde estaba- el soldado asintió y empujó a Iwell, que seguía mirándome con una mueca de estupefacción e incredulidad en su hinchado rostro.
No me digné a mirarlo directamente. Volví a la tienda donde me había despertado; cogí a Hlökk y me interné un poco en el bosque.
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Wandering Heir
Ficción históricaA todos los rubios del planeta. Sois una bendición. Arie. Ese era su nombre. Fleury era el de su familia. Un príncipe sin hogar. Un rey sin corona. Un hermano sin su hermano. Una historia de las nunca olvidadas, más nunca contadas. La del príncipe A...