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Iwell se despertó. Aún soñoliento, se estiró como un felino, desentumeciendo los músculos y miró de reojo a su derecha. Al ver el cuerpo durmiente junto e él, se sonrojó, recordando la noche anterior. Se acordó de cada lugar de nuestra anatomía que habíamos explorado y, no pudo sino sonreír como un bobo.

Yo dormía profundamente, sobre el estómago. Con una mano apoyada en mi mejilla. Tan sólo tenía las piernas cubiertas por la fina sábana de satén blanco; dando plena visión de todo lo demás.
El clima era ciertamente agradable, y nadie había entrado en la tienda, aunque parecía ser ya bien entrada la mañana.

Iwell dudó, pero acarició mi espalda con las yemas de los dedos, y apartó el cabello revuelto de mi extrañamente pacífico rostro mañanero. Solté un suave ronquido y arrugué la nariz. El chico moreno emitió una tímida risita y se inclinó a besar mi mejilla:

- Mmmm... ¿No quedaste satisfecho anoche, que ahora me besas?- murmuré con la voz ronca, y los ojos aún cerrados.

- No seas tan seco- me regañó Iwell y apartó su mano de mi cabello, pero, yo se la cogí y volví a colocarla en el sitio anterior.

- No te he dicho que te detuvieses- abrí uno de mis ojos (el negro) y me encontré con los suyos almendrados, mirándome fijamente-. ¿Te hice daño?- pregunté, súbitamente preocupado, tapándome la cara con las manos.

-No- aseguró, divertido el muchacho persa, y apartó mis manos del rostro, haciéndome mirarle-. Y, ¿es eso lo único que te preocupa?- yo suspire, poniéndome repentinamente serio.

- ¿Fue lo de anoche sólo una estratagema para sacarme información o algo así?- no quería sonar duro, pero hablaba totalmente en serio. Iwell se dio cuenta de ello, y apartó la vista, molesto.

- Yo no utilizaría el amor como un arma para usar contra nadie...- dictaminó, aún sin mirarme-. Cumplí mi cometido, del que me arrepiento. No mentiré más...

- ¿Has dicho amor?- sonreí, tímidamente y le aparté un mechón de cabello, que escondía su rostro moreno del mío-. Lo has dicho...- piqué, con diversión. Él se sonrojó soltando una risa.

- ¿Por qué te fías de mí? Después de todo lo que te he hecho...

- Confío en tí- le dije, y besé el dorso de su mano con devoción-. Pero, si vuelves a jugar conmigo, dejaré que mi hermano acabe contigo- Iwell palideció notablemente, pero asintió.

>> - A propósito... ¿Qué hora es?- me senté en la cama.

- Serán alrededor de las doce o la una del mediodía...- supuso Iwell, desenredándose el pelo con los dedos. Me levanté y me vestí con una casaca roja sangre, pantalones crema y botas.

- Iré a echar un vistazo- le avisé y salí de la tienda-. Pero, ¿Qué...?- abrí la boca de asombro. Nadie. No había ni un alma en el lugar. Las tiendas, las armas, los caballos, la gente... Se habían ido-. Maldito seas, Leif...- siseé, por lo bajo.

- ¡Alteza!- alguien me llamó, y yo me giré en esa dirección. Samirah se detuvo junto a mí-. Gracias a Allah...

- Samirah- hablé despacio-. Dónde. ¿Dónde está mi hermano?

- Se ha ido, alteza. Nos dejó a mi y a otros quince hombres para recoger vuestra tienda e ir tras él- la mujer hablaba atropelladamente-. Dijo que... Debíais elegir si seguirlo en la batalla o...- tragó saliva-. enca...encamaros con el bastardo- cerré los ojos, tratando de calmar las llamas ardiendo en mi interior. Tomé aire y lo solté varias veces antes de pronunciar palabra alguna.

- Comunica a los soldados que recojan mi tienda en cuanto esté listo. Saldremos en dos horas- Samirah hizo una inclinación de cabeza y salió corriendo. Yo entré de nuevo en la tienda, apresuradamente. Abrí el arcón y saqué unas ropas limpias, para después lanzárselas a Iwell.

Me acerqué a él y, con un golpe de mi espada, corté el grillete que llevaba en el tobillo-. Vístete rápido. Nos vamos- Iwell se me quedó mirando, visiblemente perdido-. ¡Vamos!- lo apremié, alzando la voz. Sólo entonces reaccionó.

- Está bien, está bien- cedió, y después, murmuró-. Qué carácter...

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Pasamos por un pueblo, cuando ya llevábamos varias horas viajando a caballo. Yo iba a la cabeza, con Samirah e Iwell a mis lados, y los quince soldados detrás.
Nos detuvimos para beber agua y dar a los caballos. Entonces dos campesinas se me acercaron. Eran niñas pequeñas, de unos doce o trece años. Les sonreí y, ellas hicieron una reverencia, mientras soltaban risillas acaloradas:

- Feliz cumpleaños, alteza- hablaron al unísono, como si lo hubiesen ensayado, y me tendieron una corona de flores y un muñeco de trapo que quería parecerse a mí.

- Muchas gracias, pequeñas- les acaricié la cabeza, amablemente y ellas se fueron dando saltos y mirando hacia atrás más de una vez. Me guardé el juguete en la alforja, ajeno a la persona que se había colocado a escasos centímetros detrás de mí.

- No me lo puedo creer- exclamó Iwell muy cerca de mí. Di un brinco, sobresaltado y me llevé una mano al pecho, mientras me giraba hacia él.

- Agradecería que no fueses tan sigiloso, Tannabee- pedí.

- ¡Es tu cumpleaños!- exclamó y yo le puse un dedo de los labios, callándolo.

- ¿Baja la voz, quieres?

- ¿Por qué no me lo has dicho? ¿Lo sabe tu hermano? ¿Cómo lo sabían esas niñas?- puse los ojos en blanco.

- Viví en el castillo de Alvheim toda mi infancia, Iwell. Mis cumpleaños eran un acontecimiento. Toda Suecia sabe cuándo es...

- Y, ¿No es motivo de celebración, entonces?- preguntó el persa, y mi gesto se volvió sombrío.

- Hoy hace ocho años que mis padres y todo el pueblo de Alvheim fueron asesinados mientras yo dormía ajeno a toda aquella carnicería, pues soñaba con los bonitos regalos que había recibido por mi décimo tercer cumpleaños. ¿Crees que es motivo de celebración para mí?- Iwell suspiró e intentó disculparse, pero lo detuve.

- Al menos dime cuántos cumples...

- ...Veinte- supuse, haciendo las cuentas. No había prestado mucha atención a la fecha en todos estos años.

- Eres mayor de lo que aparentas...

- Vaya, gracias...mmmghf..- fui a quejarme, pero Iwell me besó sin previo aviso en los labios.

- Siempre me has parecido un bebé con esa cara de niño- el persa se separó de mí, sonriente. Yo estaba perplejo-. Pero, casi tienes la edad para reinar.

- Bonito chiste. Pues jamás seré rey...

Wandering HeirWhere stories live. Discover now