Do I have to tell the story
Of a thousand rainy days since we first met
It's a big enough umbrella
But it's always me that ends up gettingCamila
La muerte se vistió de colores que jamás volverían a ser utilizados aquella tarde.
Dejó su típica túnica negra para colocarse un manto de sonrisas que jamás volverían a ser difundidas a través de un rostro infantil, pintó su rostro de todas las alegrías que no regresarían y rizó su cabello a través de los lamentos de los familiares de aquella niña de siete años que no pudo resistir al rechazo de un trasplante de hígado.
Mis manos temblorosas se resignaron al dolor apenas toqué la sala de médicos mientras mis piernas querían esfumarse de la faz de la tierra frente al recuerdo de aquella morena de rizos castaños que a pesar de tener una vida llena de ilusiones y sueños por realizar, el tiempo se mostró caprichoso con ella y simplemente le arrebató todos esos años que se suponía que están reservados para que ella pudiera vivir una vida plena y feliz.
Las lágrimas comenzaron a llenarse de resignación y tristeza en mi rostro mientras la decepción de no haber hecho nada por aquella vida perturbaba cada pensamiento que me atravesaba. Quería gritar en aquel momento frente al dolor profundo que tomaba mi pecho frente a cada latido de mi corazón, deseaba hacer algo más que ser parte de las lágrimas atragantadas de la decepción, deseaba devolver aquella vida que había sido arrebatada de la felicidad de una familia.
La lluvia acompañaba entre el campaneo de sus gotas en el suelo la retirada de aquella pequeña de nuestro plano terrenal para llevarla a donde sea que fuesen los niños que apenas habían podido abrir sus ojos frente al mundo e intentado ver más allá de ese mundo infantil que los invadía, se me era imposible creer que algún tipo de Dios realmente fuese capaz de hacer sufrir a toda una familia solo para tener un nuevo ángel.
Se me hacía difícil pensar que la vida podía ser tan cruel cómo para quitar la felicidad diaria de dos padres por tener a su hijo para reemplazarla con el dolor latente y el corazón destruido frente a la despedida más dolorosa que iban a dar en su vida.
Pero así era la vida.
Jamás sabías que cartas iba a utilizar de su mazo y así como podía traerte dicha y felicidad, también podía arrebatarte todo en un suspiro, en un simple parpadeo que se volvía tu propia maldición al no entender como todo se podía esfumar en menos de un segundo.
La frustración ocupó cada fracción de mi cuerpo y ante la tensión de querer maldecir una y otra vez a la vida por permitir todo lo que estaba sucediendo, sentí como mi corazón se estrechaba frente los recuerdos que me quitaban el sueño cada noche.
Ese tipo de memorias que atormentaban mi cordura y con sus lanzas llenas de veneno me quitaban un poco de vida que yo no deseaba.
La inercia que inundó mi nerviosismo ante el recuerdo de aquella noche, la sala de estar y todos los recuerdos nítidos de aquel momento simplemente se mostraron cuando recosté con pesadez mi cabeza sobre la fría pared blanca en búsqueda de aquel conteo mental que llevaba cada vez que no podía sobrellevar el dolor.
—Uno, dos, tres—comencé a contar mientras la lluvia se convertía en la prueba legítima de como se sentía mi alma.
Entre medio del doce recordé como su sonrisa podía alegrar mi día y entre el quince mi corazón se desbordó en un océano de lágrimas que cumplían su función de hundir cualquier costa que encontrasen.
Llegar al treinta se volvió una odisea entre la continua batalla que libraba contra los recuerdos y como éstos se apoderaban de mí sin que pudiera hacer nada contra ellos.
La desesperación llegó cuando el cincuenta se hizo presente y ya no estaba segura de donde estaba ni si las voces presentes en mi cabeza eran reales ó la sangre que se presentó en mis manos de parte del número sesenta.
El sonido de su canción favorita sonó entre medio del sesenta y cinco como si estuviera incrustada aquella melodía pegadiza que había visto en un comercial de cereales y que cantaba a todo pulmón cada vez que salíamos a pasear.
Mi cordura se fue cuando llegué al setenta y sus abrazos se sintieron reales mientras el amor que solo estaba reservado para sus brazos y para todo su ser se transformó en una daga incompatible con la vida.
Todo mi cuerpo tembló al llegar al ochenta y no saber que hacer ante la densidad del aire que me quitaba la respiración y me ahogaba entre mis propios pensamientos en ese dolor profundo que se apoderaba desde mi alma con sus espinas hasta llegar a mi piel quitándome cualquier tipo de protección que tuviese y dejándome a merced de lo que mi pena quisiera en aquel momento.
El noventa se hizo presente entre un grito desgarrador de mi parte mientras recordaba el sonido de su voz y como ésta siempre estaba llena de vida.
No pude llegar al cien sin sentir como todo mi cuerpo tiritaba ante la negación que llegaba con frecuencia cuando podía recordar a la perfección el momento en que todo se había convertido en dolor en mi vida.
El momento exacto donde la muerte se presentó entre tres simples palabras y mi futuro envuelto en la capa negra del dolor por dejar ir a la persona que más amaba en el mundo y quién aún ahora se llevaba mi corazón hacia las tinieblas del luto.
—Camila —escuché decir dejando que la preocupación absorbiera cada palabra de mi nombre mientras las lágrimas no dejaban que pudiese descansar de la pesadez que abatía mi alma desde aquella noche —Está bien —logré entender de un sonido que me parecía lejano, no obstante, era tan cercano que pude sentir como me rodeaban un par de brazos a mi cuerpo en un intento de que mis pesadillas dejaran de ser reales, sin embargo, éstas seguían presentes cada día entre medio de la rutina, entre medio de mis sueños, de mis pensamientos hasta de cosas tan mínimas como levantarme cada mañana ó conducir hacia el trabajo.
Mi cuerpo comenzó a relajarse ante las caricias persistentes de alguien que no pude reconocer en un principio al sentir la indiferencia del tiempo y el miedo, no obstante, cuando mis lágrimas comenzaron a ceder y el olor a su perfume llegó a confirmar su existencia supe que esas caricias solo podían venir de alguien que supiera a viva voz el dolor que carcomía mi alma.
Sus constantes cariños hacia mi cabello mientras él intentaba lograr que volviese a la realidad donde no debían existir ya más lágrimas que derramar, una en donde ya debía haber aprendido a superar mi pérdida hace mucho y no sentirla más fuerte por cada minuto que pasaba.
—Ella se fue —dije rompiendo en llanto mientras ocultaba mi rostro en su pecho y él no dejaba que mis palabras salieran sino estaban cubiertas de su amor y comprensión, él sabía cuantas noches ni siquiera había sido capaz de dormir a su lado solo para no tener que llorar frente a los recuerdos que me aniquilaban.
Él había estado en todo el proceso de duelo intentando con todas sus fuerzas mantener un matrimonio que se rompió con tres simples palabras y mucha mala suerte de nuestra parte.
—Lo sé —respondió quitando mis lágrimas con sus pulgares —Alice estaba muy enferma Camila, el rechazo inmunológico era algo que esperábamos —concretó suspirando mientras mis lágrimas seguían construyendo océanos frente a mi ineficacia como médico al no poder mantenerla con vida.
Al no ser capaz de no condenar a los padres de la pequeña a sentir ese dolor punzante que era perder a un hijo.
—¿Por qué la vida tiene que ser así?—pregunté ante sus ojos pardos que me seguían tratando de quitar aquel dolor profundo que sentía ó al menos lograr que éste disminuyera —Se supone que podemos salvar vidas —argumenté frunciendo el ceño ante la rabia que me consumía —Se supone que debimos haberla salvado —sentencié sintiendo el rencor que teñía mis palabras al cargar con la muerte de una niña que tenía toda su vida por delante.
Thiago suspiró antes de volver a abrazarme con toda la fuerza que presentaban sus brazos y el amor que podía sentir que aún tenía hacia mí.
Tal vez eso era lo más doloroso de todo, el hecho de que él podía vivir con la pena en sus hombros mientras que yo estaba destrozada por dentro.
—Podemos salvar vidas pero no somos dioses Camila —aclaró apartando el cabello que caía en mi rostro —No somos capaces de pelear con la muerte solamente luchamos contra ella, al final de todo nosotros solo somos soldados lo cuál no significa que triunfemos en todas nuestras batallas —no fui capaz de decir nada y simplemente me derrumbé ante sus brazos dejando que las lágrimas se hicieran reales en su hombre y en su delantal blanco.
Por unos segundos sentí como si volviéramos a ser aquellas personas de hace meses que vivían en paz y que tenían un futuro prometedor y no el alma destrozada. Pude ver entre medio de los retazos de la tormenta las sonrisas que se habían ido de nuestros rostros mientras apreciaba como las ilusiones también se habían fugado con esas sonrisas.
—Siempre que estés insegura de la gran médico que eres, simplemente recuerda cuántas vidas has salvado a lo largo de tu carrera —dijo dulcemente acariciando mi mejilla —Es el único consuelo que nos queda frente a la frustración, recordar cuántas vidas has cambiado. A cuántos padres has quitado la pena de sentir en carne propia como es el infierno —comentó suspirando —¿Cuántas vidas llevas en tu conteo?—me preguntó atravesando mi mirada con sus ojos llenos de ternura, siempre me había atraído como él parecía tan seguro de todo y como sus ojos eran el digno reflejo de ello porque la duda jamás parecía atacarlo ni tampoco el miedo. Sin embargo, yo conocía las fallas que había en esa mirada y conocía cuán grande eran los demonios que él llevaba a través de los colores que la luz quería mostrar en sus ojos.
Era la única que conocía las imperfecciones detrás de aquel hombre perfecto de cuento de hadas que estaba tan cerca de mí que podía sentir como su corazón latía y como el aroma que siempre lo había acompañado se incorporaba tiñendo la residencia de los tenues recuerdos de un pasado que ya no me pertenecía de ninguna forma.
—910 y contando —refuté dejando que las lágrimas ya no volvieran a azotar mi mirada y él sonrío ante ello.
—Casi mil, eso es todo un logro —agregó orgulloso ante ello mientras tomaba con delicadeza mi mano dejando que el calor que él irradiaba se mezclara entre mis sentidos obstruidos frente a la realidad —Yo llevo 756 y contando —lo más parecido que tenía a una sonrisa se mostró ante aquella cifra porque no me imaginaba que él seguía llevando la cuenta luego de que nuestros caminos se distanciaran hace tanto tiempo atrás que no me parecía real —Hoy es un día triste —afirmó suspirando —Creo que mereces un frapuccino, los frapuccinos son para días tristes —agregó sin dejar esa sonrisa cautivadora que siempre había sido mi debilidad.
Cuando peleábamos él solía defenderse frente a sonrisas y la calma que siempre llenaba cada uno de sus actos, lo cuál era perfecto porque yo solía sobre reaccionar sin pensarlo y herir sin ser realmente consciente de lo que hacía, es por eso que con Thiago habíamos hecho la pareja perfecta, no obstante, yo le había hecho demasiado daño como para seguir con él dejando que el daño se siguiera perpetuando hacia su corazón donde ya no habría nada que hacer si llegaba a hacer metástasis en este órgano y los buenos recuerdos que teníamos como salvavidas simplemente se hubieran ido.
—Por favor —susurré levantándome del suelo.
Ninguno de los dos dijo nada más y solo dejamos que aquella escena se llenara de una cotidianidad que ya habíamos perdido entre los retoques de una vida que se alimentaba del divorcio y las distancias que había creado para no poder ser más la causante de sus problemas ni tampoco la de su dolor.
La recompensa de los cafés había sido algo que habíamos inventado cuando las noches de estudio se volvieron nuestra única forma de vida social y nuestros chistes se reservaban a cosas sobre la materia, por lo cuál hacer algo distinto a través de una bebida que se había convertido en nuestra droga desde aquel breve inicio de nuestra amistad se había derivado a ser una tradición donde el capuchino ocupaba el estandarte más alto al presentarse en los días felices y fríos mientras que quién se llevaba el peso del sufrimiento era el frapucchino quién por ser tan dulce había quedado como el guardián de los días tristes en un intento de insulina que iba a ayudar a que al menos nuestro cuerpo siguiera funcionando
—¿Cuándo fue el último frapuccino que tomaste?—pregunté sintiendo como mi vida volvía a tener sentido entre aquella bebida, Thiago carraspeó un poco antes de responder a mi pregunta.
—Ayer—aseveró sorbiendo un poco lo cuál me dejó más que sorprendida ya que no esperaba que su respuesta se derivara a un día tan cercano como lo había sido ayer —Todos tenemos malos días de vez en cuando y los días tristes no son una excepción —afirmó en un suspiro que estaba segura le había dolido su orgullo y su alma.
—Entiendo —me limité a decir mientras dejaba que todas mis energías se descargaran a través del encanto de aquella bebida dulce, él solo me miraba como si fuera su objeto de estudio, a veces no estaba segura si lo hacía con esa mirada de extrañeza por lo que me había convertido ó solo era su intento de recordar la chica que lo había dejado hace seis meses cuando había decidido que era mejor que dejáramos nuestro pasado juntos y que construyéramos nuestro futuro separados ya que no podíamos seguir con aquel dolor que nos consumía.
—Camila —dijo en ese tono de reproche que tan bien conocía y yo suspiré antes de mirar a sus ojos que hoy adquirían un color verdoso —¿Cuántos frapuccinos tomas al día?—me preguntó inocentemente aunque yo supe por donde iba su pregunta, él me miraba de la misma forma compasiva con la cuál el mundo solía mirarme antes de mudarme a una ciudad lo suficientemente lejana como para que nadie supiera mis demonios ni el precio de mi falta de sueño ni mucho menos la razón de mis lágrimas.
No necesitaba que las personas se preocupasen por mí.
Ante la pregunta constante de si podía afrontar todo yo sola, la respuesta era simple.
Si podía mantenerme con vida entonces podía seguir adelante.
—No es tu problema—respondí cortante a lo cuál él solo asintió demostrando que se había rendido mucho antes de lo que creía posible —Tú y yo no estamos juntos hace seis meses —agregué frunciendo el ceño.
—¿Seis meses?—preguntó contrariado ante lo que dije y yo asentí sin entender porque él se había preocupado frente a esa cifra—Camila llevamos un año separados desde que decidiste irte de casa y desaparecer —negué note la forma en que sus palabras me acusaban de algo que no era cierto, habían pasado tan solo seis meses, ocho después de aquella noche de eso estaba segura—¿Dejaste de ir al terapeuta?—preguntó frunciendo el ceño y yo no dije nada —¡Camila!—exclamó enojado —¿Qué día estamos?—refutó dejando que la seriedad se llevara toda aquella paciencia que nos había protegido, yo no dije nada sintiéndome incómoda e intenté huir de aquella escena, sin embargo, Thiago me hizo quedarme al no permitir que me parara —Camila contesta, ¿A qué fecha estamos?—las lágrimas se presentaron nuevamente entre mis mejillas y sentí la presión recorrer todo mi cuerpo al no saber que responder frente a ello—Respóndeme.
—No lo sé —grité desesperada —No lo sé y no lo quiero saber —agregué dejando que mis palabras se mostraran con la fuerza avasalladora que no sentía en mi día a día, esa fuerza que te hacer ser capaz de escalar montañas y correr maratones.
Toda la rabia consumida se mostró en aquella respuesta y la forma en que intenté que Thiago me dejara en paz, no quería a nadie en mi vida, que nadie tocara mi sufrimiento porque era solamente mío, de nadie más.
—¿Has ido a tu cita mensual con el psicólogo?—me preguntó furioso, sin embargo, sus palabras volvían a tornarse distante mientras yo no quería responder a nada de lo que él estaba preguntando, la incomodidad volvió a ser parte de nosotros mientras no me atrevía a contestar que realmente había dejado de ir a terapia hace casi dos meses y que mis antidepresivos seguían aún en el velador de mi cama —Camila no puedes simplemente dejar tu tratamiento—sentenció frunciendo el ceño —Atiendes a niños todos los días y no puedes ponerlos en riesgo simplemente por un capricho de no querer ir, esto no es un juego, manipulas vidas que necesitan de todas tus capacidades mentales y emocionales—agregó —Dejar tu tratamiento es simplemente cometer una irresponsabilidad frente a la vida de tus pacientes.
—¿Irresponsabilidad?—pregunté desatando la mayor tormenta que se había creado en mis ojos —No puedes hablarme de irresponsabilidad cuando tú eres el causante de todo —respondí sintiendo como mi pecho subía y bajaba ante la presión de mis palabras —Fueron cinco minutos donde tu responsabilidad causó esto —me descargué obteniendo que él solamente bajara la mirada ante la realidad que nos carcomía —Él era tu responsabilidad Thiago y ya no está aquí —refuté mientras las lágrimas no me permitían ser conscientes de lo que estaba diciendo ó haciendo en aquel momento pero pude sentir como Thiago intentaba que mis manos no llegaran a golpear su pecho dejando que mi enojo se difundiera traspasando los límites que ponía en mis acciones cuando recordaba la razón por la cuál había decidido alejarme de él.
Simplemente no podía seguir viviendo ante la idea que un error tan pequeño hizo que perdiera lo que más amaba.
—¿crees que no recuerdo eso diariamente?—exclamó mientras su mirada me aniquilaba entre sus ojos de un tono oscuro mientras la furia era parte de él —¡Lo sé, Camila!, sé que fue mi culpa por descuidarme cinco minutos. Sé que es que la chica que amaba me miré y me odie como si fuera un asesino, sé lo que es salvar diariamente la vida de niños que no son míos y sentir que no fui lo suficientemente capaz para salvar la vida del que más adoraba —gritó dejando que las lágrimas se reflejaran en su rostro y por primera vez veía como su facciones estaban destruidas a través del tiempo, no veía a aquel chico sereno que podía luchar contra todo sino que estaba presente entre nosotros alguien que desconocía por completo y que llevaba sus demonios internos entre medio de su mirada. —Sé lo que es perder a un hijo tal como tú lo sabes como también sé lo que es perder una esposa en el camino —agregó dejándome anonadada ante eso —Pero no puedo perder también lo que me he esforzado años por crear, no puedo dejar que la vida de niños que no tienen la culpa de lo que nos sucedió no sean atendidos correctamente. No puedo permitirme flaquear ante la presión de la tristeza y el dolor—argumentó antes de soltar mis manos y que nuestras miradas chocaran demostrando todos los meses que llevábamos siendo destruidos ante la misma pregunta incipiente de qué hubiera sucedido si ese día simplemente nos hubiéramos quedado en casa.
Si ese día no hubiera aceptado el turno de esa noche y me hubiera quedado con ellos en vez de decidir ir a trabajar y que ellos salieran al parque.
La culpa llenaba cada fracción de segundo de aquel recuerdo ya que cualquier tipo de acción hubiera sido suficiente para poder frenar la tragedia que disolvía nuestra cordura y que nos había condenado a ser seres incompletos en búsqueda de la superación eterna al dolor que sentían nuestras almas.
Sus ojos reflejaban claramente todas esas tormentas que vivíamos desde que esos cinco minutos marcaron nuestra vida, desde que no podíamos ni siquiera mirarnos ante el hecho de que la culpa nos carcomía de distintas formas.
La soledad se había vuelto nuestra única brújula y el dolor la única temporada existente en nuestros corazones, él había intentado con todas sus fuerzas que el dolor no lo abatiera de la forma que lo hacía conmigo solo para ser fuerte por mí, sin embargo, yo no deseaba que nadie fuera fuerte por mí.
Yo solo deseaba que el dolor dejara de aparecer en mi pecho, en mis sueños, en mis pensamientos y en mis acciones.
Quería dejar de sentir como mi mundo se caía en pedazos cada vez que no podía salvar un paciente y pensaba en él.
Cada vez que lograba salvar a un niño y el remordimiento de que no pude hacer lo mismo por André simplemente me carcomía a niveles de desesperación infinitas y lágrimas que estaban fijas bajo mis párpados porque yo no había vuelto a sonreír de verdad desde aquella noticia ni tampoco dejaba de sentir como todos los días se disolvían entre recuerdos, risas y momentos que jamás regresarían.
—Camila escúchame —susurró a mi oído mientras me abrazaba frente a las penurias que atacaban nuestras almas batallantes —No puedes seguir así, sabes muy bien que si cualquiera supiera como tienes problemas emocionales no te dejarían trabajar. Te pueden incapacitar por estado mental dudoso —aclaró sosteniendo mi rostro —Sé que esto es lo que amas y lo que te ha dado vida durante los últimos meses pero antes que tu trabajo estás tú y el cuidado que debes mantener hacia ti misma—contestó acariciando mi mejilla —Cami por favor necesitas volver al tratamiento y poner de tu esfuerzo para salir adelante, no puedes seguir viviendo cada día como si fuera una constante tormenta.
—Mi vida ya no tiene sentido Thiago —declaré entre lágrimas atragantadas que perforaban mi alma desde lo más profundo —Veo a niños todo el día y lo veo a él —dije sintiendo la opresión en mi pecho —Trato de pensar y centrarme en mi trabajo pero simplemente pienso en André todo el día. En que si estuviera aquí llegaría a casa y lo encontraría viendo su serie favorita ó jugando a la pelota ó cualquier cosa —sentencié pronunciado todos esos pensamientos que había dejado sin voz ante la impotencia que me ganaba porque nadie podía entender como me sentía —Llego a mi departamento y aunque él nunca estuvo ahí puedo sentir su olor, su voz, la forma en que arrugaba la nariz. Todo está más presente que nunca y no puedo tener un minuto de paz frente a su recuerdo —sollocé entre sus brazos en un intento de abrir mi corazón ante el dolor que sentíamos ambos.
—Piensas en sus risas cada vez que atiendes a un paciente, en como te llamaba para que salieras a jugar con él —argumentó mordiendo su labio frente a recuerdos compartidos que teníamos —No sabes si estás despierto ó dormido cuando puedes escucharlo tan cerca que parece real y luego te das cuenta que él ya no está ni estará —el silencio nos atravesó con su daga mortal mientras las lagunas de dolor que ambos teníamos bajo nuestros párpados se mostraron en el primer gesto de cariño que ambos recibíamos sin dañarnos—Nadie nos prepara, la vida ni la universidad nos prepara para poder aceptar que lo perdimos —murmuró entre lágrimas —Te juro que si hubiera una medicina para poder dejar de sentir esa opresión en mi pecho que nace cada vez que quiero que me abrace, que me diga papá ó simplemente verlo dormir; la compraría aunque me costara todo el dinero del mundo —exclamó. —Pero no se puede seguir viviendo de esa manera, él no lo aceptaría —respondió con una sonrisa, la sonrisa más triste y trágica que había visto en mi vida —A André no le gustaría ver como su partida hizo que lloráramos cada mañana deseando tenerlo ni que te acuestas llorando porque no pudimos hacer nada para salvarlo —concretó besando mi cabello dejando que sus lágrimas se mezclaran con las mías compartiendo ese dolor que tanto nos había destruido —Cami por favor, necesito que empieces a querer mejorarte, querer ser mejor por él —susurró —Es lo único que nos queda frente al dolor, querer seguir adelante porque él no hubiera deseado que pasemos toda la vida sintiendo el remordimiento y como nuestro mundo no pinta de otro color que no sea gris ó negro —sus manos frías llegaron a mis mejillas antes de juntar nuestras frentes en una cercanía que había olvidado hace tanto tiempo —Te llevaré a tu casa para que descanses, lo necesitas —señaló y antes de que pudiera decir algo, él simplemente me calló con un beso en mi frente —Sabes que es así, mi turno termina en cinco minutos más al igual que el tuyo por lo cuál me quedaré esta noche en donde sea que estés viviendo. No pienso dejarte sola, necesitas ayuda y sé que aún no me perdonas por lo que sucedió ni que tampoco quitaré de tu mirada la sentencia que me diste pero no quiero perderte, no quiero que esa persona maravillosa que eres simplemente se tiña de las sombras del dolor y que nunca más pueda verte.
No quiero volver a perderte —asentí mientras él limpiaba mis lágrimas y ambos tomábamos los frascos de la bebida entre nuestras manos, ninguno de los dos dijo nada más pero su compañía y como su mano buscó la mía en un refugio silencio que solo los dos conocíamos me hizo creer qué tal vez en lo más profundo de todo aún había algo de esperanza frente a lo que sentíamos y que aún existía ese amor tan irreal que habíamos sentido, que habíamos dejado que compasara en nuestros corazones.
La calle de esta tarde se vestía de nubes grises pero no de las gotas de lluvia que habían sido parte del paisaje de la ventana de la residencia, el auto de Thiago estaba a unos cuantos metros de la salida de la hospital y una pequeña sonrisa apareció al no tener ningún recuerdo en él.
Era un simple Toyota rojo que de seguro había comprado cuando yo me había llevado nuestra vieja camioneta negra, él no dijo nada porque las palabras no fueron necesarias en aquel momento pero como solía hacer me abrió la puerta del copiloto para que yo entrara mientras el aire a auto limpio y desodorante ambiental de fresa sucumbió como el único olor presente en aquel momento.
—Había olvidado como te gustaba el desodorante sabor a fresa ambos.—sentencié con una breve sonrisa por el dibujo de la fresa en el desodorante, Thiago se limitó a suspirar y ahí fue cuando noté el tatuaje que se ubicaba en su muñeca con el nombre de André —No lo tenías cuando me fui —susurré parpadeando ante la impresión de aquellas letras marcadas, él no dijo nada y solo chasqueó la lengua ante eso.
—Me gusta tenerlo siempre conmigo, no solamente en mi corazón ni en mis recuerdos —aseveró perdiendo su vista al frente como si le costara demasiado hablar sobre ello —Me gusta que me acompañe en cirugía y saber que siempre estará ahí, a veces eso te da un poco de estabilidad emocional y te ayuda a no caer flaquear ante el dolor —sentenció antes de prender el auto.
—Yo tengo eso porta retrato que hizo en navidad cuando entró al jardín de niños —concreté obteniendo su atención —¿Lo recuerdas?—pregunté jugando nerviosa con mis manos y él asintió con un suspiro.
—¿El que tiene los copos mágicos de Santa?—preguntó con una sonrisa yo asentí bordeando la palma de mi mano con mis dedos —Te obligó a ponerlo en el auto aquel día —aseveró riendo y yo también reí ante el breve recuerdo de aquel momento, era la primera vez desde hace mucho tiempo que sonreía ante cualquier recuerdo que naciera de André y me sentía acompañada ante el hecho de que Thiago también tenía los mismos recuerdos de él —¿Aún tienes las marcas de la vez que pintó tu auto de verde?—preguntó entusiasmado y yo asentí porque no me había atrevido a mandar a pintar nuevamente el auto frente al bonito recuerdo que tenía de aquel momento —Recuerdo que estabas casi explotando del enojo que sentiste al ver esas marcas en el auto nuevo.
—Y que tuviste que comprar un helado de ron pasas a las afueras de la ciudad solo para que volviera a hablarte, ya que tú habías dejado que eso pasara —musité ante ello y el cirujano asintió.
—¿Elvis aún sigue sonando?—preguntó curioso mientras sus manos jugaban con el manubrio y yo suspiré antes de asentir.
—Lo pongo siempre que salgo a alguna parte—sentencié notando como él prendía la radio en busca de alguna estación de radio.
—Heartbreak Hotel como respuesta a todo ¿lo recuerdas?—asentí riendo al escuchar como comenzaban los acordes de la canción —Ese movimiento que hacía—contestó intentando hacer el movimiento de la cabeza que André intentaba copiar a Elvis pero que solamente en él se veía adorable.
—Eres muy malo en ello—refuté cantando la canción que me sabía de memoria —Cantar para alegrar el alma, creo que eso mejor consejo que he escuchado de alguien y eso que tenía cinco años —concreté antes de suspirar.
—Era un genio al igual que su madre —contestó con una sonrisa—Se parecían demasiado.
—Lo estoy intentando Thiago—aclaré ante su mirada —Realmente lo hago pero todo es tan duro —el semáforo en rojo hizo que aquel momento quedara estancado por unos segundos y él buscó mi mano para sostenerla.
—Lo sé, Diana me dice que vas a su grupo de autoayuda casi todos los días y al menos ya no te veo todos los días haciendo turno —dijo antes de poner un mechón de mi cabello detrás de mi oreja —Sé lo duro que es Cami y que no va a ser fácil que logremos superar esto pero el intento no está el fallo —agregó antes de acariciar mi mejilla.
—¿Crees que algún día todo vuelva a estar bien?—pregunté insegura y él se limitó a suspirar.
—Todo va seguir estando mal —contestó — Pero creo que puede que llegue a un consenso en la definición de mal, tal vez volvamos a sentirnos con vida.
—Sí, tal vez.-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Lindo lunes, nos leemos el próximo lunes.
PD: no se subió ayer así que lindo martes xd ;)
Disfruten mientras puedan.
Con amor Taylor.

ESTÁS LEYENDO
Perfect
AcakFue en aquel momento cuando el tiempo se detuvo y las manecillas del reloj no se atrevieron a seguir girando, cuando me di cuenta de que la perfección no estaba en sus ojos, ni tampoco en la curva más bonita que tenía, ni tampoco estaba en su mirada...