Prefacio

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Enero 1997, Seatle

Camila

El cansancio comenzó a recorrer arrogantemente cada centímetro de mi ser, mientras las pequeñas gotas de agua que intentaban quitar ese persistente cansancio que existía en mí desde hace mucho,  se amoldaban a mi rostro dejando que una a una se mezclaran entre los destellos de las veinticuatro horas de turno que llevaba en mi espalda y todos los pensamientos que dejaban de tomar color e importancia apenas el agua cayó sobre mí, dando paso a un breve descanso de unos segundos que aparecía por primera vez en todo el día.

Un suspiro salió de mi boca rebotando entre el reducido espacio de esos azulejos que decoraban el baño de la residencia de los médicos.  No era nada que mereciera descrito ó una gran atención pero aún así era parte de mi rutina quedarme observando por un par de giros de la manecilla más grande  si existía alguna diferencia entre el baño que mi memoria recordaba hace dos días y él que estaba apreciando en este preciso momento.

Claramente no debía tener ninguna diferencia y mi cerebro lo sabía,  sin embargo,  mi deseo interno de creer que algo podía ser distinto aunque sea algo tan banal como la decoración de un baño;  me envolvía a estas horas tempranas de la mañana cuando mi mente no podía conectar sus neuronas y solo hacía todo por inercia.

Tomé la toalla blanca que se encontraba a mi lado y no tardé en secar mi cara pensando en los últimos dos pacientes que me había tocado.
Una caída de un segundo piso de parte de una pequeña de dos años y una amigdalitis no tenían nada en común,  excepto la mirada de satisfacción y felicidad que los padres mostraron apenas se les informó que podían regresar a casa.  Ese tipo de satisfacción era tan grande que no importaba cuántas horas hayas pasado de pie intentando tener una lucha constante contra el cansancio,  todo se veía recompensado con algo tan simple como una sonrisa de parte de tu paciente ó un simple gracias de parte de quiénes los traían poniendo en tus manos la vida de lo más preciado que tenían.

Tal vez era simplemente el cansancio que no me dejaban lograr algo más que responder a los estímulos ambientales como si mi autonomía hubiera decidido exiliarse de mi conciencia cuando el sueño no ganó la batalla de un turno entero. Quizás fue simplemente la acumulación de hormonas que se presentaban en su punto más sensible esta semana, pero pude sentir como las lágrimas caían sin ningún tipo de regocijo en mis mejillas.

No estaba segura si éstas lágrimas caían por la emoción de aquella simple sonrisa llena de agradecimiento ó era simplemente ese dolor punzante que aparecía de vez en cuando a dominarme en el momento que menos control tenía de mis emociones.

Uno, dos, tres, fue el conteo mental que intentaba imponer la parte de mi conciencia que aún no cedía frente a la presión de mis lágrimas. Llevaba varios meses utilizando el mismo método el cuál había sido más efectivo de lo que creía y cada vez que ese dolor punzante se esparcía con algarabía en cada punto de cordura presente en mí, simplemente me dedicaba a contar todas esas estrellas que alguna vez decoraron las noches en donde no había nada más allá que un minuto de silencio y la oscuridad tersa demostrando su profundidad y confidencialismo a través de seres estelares que brillaban como nunca había visto antes. Cerré mis ojos siguiendo el conteo que casi llegaba a los cincuenta y no pude detener aquella extraña sensación que solía llegar ante la imagen clara de aquel cielo forrado de estrellas tintilantes mientras mi voz se mezclaba con cada uno de los números que se mostraban tan difíciles de pronunciar como si se desgarraran uno a uno en medio de mi garganta sin tomar ningún tipo de voz más allá que aquella que se desprendía del silencio.

Los números comenzaron a acelerar mis pulsaciones efectuando un efecto tranquilizante cuando ya estaba casi llegando al ochenta; al llegar al noventa pude volver a abrir mis párpados y tomar un poco de conciencia de que podía detener las lágrimas que hace un par de minutos se encontraban atestando mis mejillas en una lluvia fría y desoladora.

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