Your faith was strong but you needed proof
You saw her bathing on the roof
Her beauty and the moonlight overthrew ya
She tied you to a kitchen chair
She broke your throne, and she cut your hair
And from your lips she drew the hallelujahNoviembre, 1997
Lauren
Las gotas de lluvia se acumulaban entre medio de los retazos grisáceos que ofrecía el frío día de invierno de hoy. Mis manos reposaban tranquilas en búsqueda de algún tipo de calor entre medio de los bolsillos de aquella vieja chaqueta café que había tenido mejores días en el pasado, sin embargo, aún la seguía utilizando porque me gustaba como a pesar de que el tiempo había pasado desde la última vez que la había utilizado; la esencia de aquel perfume que le había regalado a Lucy la última navidad en la cuál pude tenerla cerca aún persistía.
Cerré los ojos ante el tibio recuerdo de ello y como los detalles más simples eran finalmente los que se atrevían a hacer que nuestra alma se retorciera frente a la ventisca indefinible que era las memorias de un pasado que se había esfumado llevándose consigo la presencia de la esperanza en mi vida.
Recordé su sonrisa y como aquel perfume que me había costado casi toda mi mesada de aquel frío diciembre habían valido la pena frente a la forma tan única que ella siempre tenía para emocionarse con cualquier tipo de regalo, a veces me hacía recordar a esa niña que me había acompañado durante toda mi infancia, no obstante, también existían días en donde solo podía recordar los vestigios de lo que había quedado de ella desde que la enfermedad atacó.
La memoria muestra una fragilidad tan grande que muchas veces se aferra a guardar los recuerdos dolorosos bajo las primeras capas de la piel mientras que al pasar el tiempo se atreve a desteñir aquellos que habían traído sonrisas, la memoria era incomprensible casi todo el tiempo y mientras un día te ofrecía esos recuerdos taciturnos que te habían llenado de felicidad en días pasados, otros días como lo era hoy, simplemente atraía como un imán a aquellos recuerdos que eran las espinas mortíferas del dolor.
Alcé la mirada hacia el reloj de la sala de clases mientras todos intentaban prestar atención a la última clase del día, historia jamás había sido algún tipo de materia que me llamara la atención, sin embargo, a veces intentaba prestar atención a alguna de las palabras que nos dirigía aquella profesora de cabellos negros que siempre venían en una trenza, de figura altiva y de tacones de más de diez centímetros. Tal vez aún existía la más mínima pizca de incentivo estudiantil que siempre se definía en el hecho de que tenía que graduarme éste año sino quería que ardiera Troya en mi casa por mis calificaciones, tampoco es que fuese una mala alumna, era simplemente el hecho de que las clases se volvían cada vez más tediosas, más torturantes.
Mientras el reloj de la pared se reía de mí ante el hecho de que sus manecillas giraban con una lentitud impresionante que me hacía dudar seriamente si no estaba roto y en vez de seguir la hora normal, éste se atrevía a retroceder las horas siendo una prueba clara de como la vida me odiaba.
Suspiré ante el mayor intento que hice aquel día de escribir algo en mi cuaderno, sin embargo, aquel intensivo simplemente se extinguió en el momento en que supe que escribir no serviría de nada ya que hasta escribir dolía al estar ligado con ella.
La incomodidad se marcó en mi rostro mientras veía con desesperación el momento en que la clase finalmente terminara y pudiera ir a casa ó a lo más lejano que pudiese existir de las cuatro paredes que me aniquilaban como una tortura china en un salón de clases. Mis pies comenzaron a moverse incómodamente intentando que el tiempo pudiera apiadarse de mi alma, no obstante, como todo lo que deseaba esto solo no sucedió de la forma rápida que deseaba sino que se mostraron en treinta minutos eternos donde las fechas de la revolución francesa se mezclaban con la gran depresión del 29.
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Perfect
RandomFue en aquel momento cuando el tiempo se detuvo y las manecillas del reloj no se atrevieron a seguir girando, cuando me di cuenta de que la perfección no estaba en sus ojos, ni tampoco en la curva más bonita que tenía, ni tampoco estaba en su mirada...