Capítulo 62

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P.O.V de Zac

Apilaba las últimas cajas en un rincón de la habitación cuando la puerta del búnker se cerró sobre su cabeza. Nunca había usado muletas por más huesos que se hubiera roto alguna que otra vez, pero Zac reconoció que se sentía terriblemente inútil en aquel estado. Medio pateando, medio cargándolas con ambas manos, se movía con poca gracia en el pequeño espacio mientras a su vez desplazaba sus pertenencias por el piso. Dan no paraba de repetirle que se sentara y descansara, que tanto trabajo le terminaría haciendo daño y evitaba que sanara. Zac no le había prestado atención, porque descansar significaría no hacer nada, y ante la falta de actividad pensaba en Jessica, lo cual era algo que en aquellos momentos no quería.
Alzó la miraba y vió descender a su amigo por la escalera, saltar en los últimos peldaños hasta caer a su lado. Su cara indicaba claramente que no traía buenas nuevas, sin embargo, se veía obligado por su subconciente a preguntar de todas formas. Cuando habló, lo hizo con un hilo de voz.
—¿Hay señales de ella?
Dan negó con la cabeza, evitando su mirada. Zac no era estúpido, notó cuando su amigo le dió la espalda y fingió ocuparse de algo.
—¿Estás seguro de que no quieres esperar otra hora? Quizás se atrasó un poco.— sugirió este con sutileza.
Él rió por lo bajo, casi a la fuerza. Tenía que tomar una decisión por más duro que fuese. Al final, dijo en voz alta lo que había estado pensando todo este tiempo, pero pensarlo y decirlo eran dos cosas distintas.
—No, no vamos a atrasarnos por no querer aceptar algo que claro está.
Lo vió bajar los hombros, sabiendo perfectamente que no debía seguir insistiendo a no ser que quisiera ponerlo de mal humor.
Muy pocas veces lo había visto así de afligido a su amigo, representando una mezcla de tristeza y odio hacia sí mismo de solo saber que carecía de la habilidad para solucionar los problemas de la gente que lo rodeaba. El día que los padres de Zac lo habían dejado a cargo de la manada, este estaba aterrorizado y para ese entonces Dan era consciente de eso. Zac no podía evitar recordar —con una leve sonrisa de orgullo es su cara— como su beta lo había consolado, diciendo que conseguiría un instructor, que se les ocurriría algo para que este pudiera liderar la manada e ir al instituto a la vez. Y así había sido, ambos lo habían logrado juntos, habían podido seguir adelante y era por eso que al chico le alegraba poder decir quién era su beta.
Miró a su alrededor, intentando averiguar si quedaba algo de valor por llevar consigo. Habían cargado casi todo a la camioneta, aunque para ser justos, el automóvil iba casi vacío. No había más que una considerable parte de medicamentos, comida, objetos personales, ropa limpia y otras cosas similares ocupando la parte trasera.
Arrojó las muletas al piso y se ayudó sosteniéndose de su amigo para subir los peldaños de la fría escalera. Una vez arriba, se sentó sobre el pasto mientras esperaba que Dan llegase a la superficie. Se adaptó a la luz del día con dificultad, cerró los ojos por casi un minuto, de vez en cuando aleteando las pestañas. Inhaló el fresco aire, el invierno se estaba yendo y se avecinaba la primavera.
Las muletas se asomaron por el túnel y él se inclinó para tomarlas y hacerle la tarea mas fácil a su compañero. Se puso de pie a duras penas, para cuando se pudo sostener, Dan ya había abierto las puertas de la camioneta.
Apretó los labios. Le costaba creer que todo se estaba terminando tan pronto, tan deprisa. Había creído que Jessica vendría, que la carta la haría reflexionar, pero Zac nunca había sido bueno expresándose y evidentemente sus palabras no habían surtido ningún efecto sobre la chica. Dan le había jurado una considerable cantidad de veces que le había entregado el sobre, sin embargo la inquietud lo invadía.
Subió al asiento del acompañante, le entregó las muletas a su beta y este las guardó en la parte trasera. Acto seguido, se colocó delante del volante y cerró el compartimento de un portazo. No podía evitar preguntar, necesitaba hacerlo.
—¿Cuando le diste el sobre, se lo diste en la mano?— Dan, que estaba a medio camino de poner la llave en el tambor del automóvil, se detuvo en seco. Vió como se mordisqueaba el labio mientras pensaba en una respuesta con cautela. —¿Y bien?
Abrió la boca para responder, pero la cerró de golpe. Giró la cabeza para enfrentarlo a Zac, quien aguardaba que le respondiera con un deje de nerviosismo e impaciencia.
—Se la dí a su hermano.— reconoció por fin.
El chico no se esperaba esa respuesta, parpadeo intentando entender.
—¿A su hermano?— lo vio asentir tímidamente.—¿Y por qué harías algo así?
—Estaba por tocar el timbre pero él estaba en la puerta, así que se lo entregué.
Zac respiro profundamente y contó hasta diez para contener sus ganas de darle un puñetazo. Se masajeó la cien mientras buscaba variables.
—Descríbelo.— dijo.
Ahora el desconcertado parecía ser su amigo.
—¿Que?
—A su hermano. Descríbelo.
—¿Y por qué haría eso?— cuestionó.
—¡Solo hazlo!
Dan pareció agitarse, se removió en su asiento bajo la presión que Zac ponía sobre él.
—Bien, bien. Era alto, mucho más de lo que recuerdo de la última vez que lo ví, con ojos negros. Su pelo era castaño oscuro y...
En un arrebato de enojo, Zac fue a golpear lo más cercano que tenía. En este caso, la ventanilla fue su víctima, quién comenzó a agrietarse ante el impacto.
—Idiota...—murmuró con la vista hacia delante, mientras se pasaba distraídamente la mano sana por los nudillos de la otra, enrojecidos— Le has dado el sobre a Jake.
A pesar de su furia, algo pequeño pero luminoso tintineaba con energía dentro de su cuerpo. Algo le decía que quizás ella hubiera venido en caso de que se la hubieran entregado en mano. Quizás ella...
—Cuando se lo diste, ¿Le mencionaste que era urgente?— preguntó Zac.
Dan aparentaba estar respondiendo en contra de su voluntad.
—Creo que no.
—¿Crees que no se lo has dicho o no se lo has dicho?
Pareció pensárselo, una vez que tuvo la respuesta, la dijo con un deje de vergüenza en su voz.
—No.
No sabía si estar molesto con su amigo o albergar esperanzas. No encontró las palabras indicadas, pronunció un embrollo en le dijo (o eso intentó) que arrancara el vehículo y que se dirigiera a la casa de Jessica.
Mientras iban en marcha, Zac no paraba de repetir en su mente la carta que le había escrito:

Solamente míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora