La carta

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Es un día cualquiera. Un día... Aburrido. Un día de principios de julio realmente aburrido. Estoy en mi cama, acostada, sin saber qué hacer, mirando al techo como si fuera una enferma inválida. Es lo que tiene el verano. Aunque claro, prefiero estar así sin nada que hacer que estar estudiando todo el verano para las recuperaciones de septiembre. No señor, prefiero estar así, mirando las musarañas y ver como pasa el tiempo, no es plan de ponerse a estudiar en verano. Yo al menos, no sería capaz de hacerlo mientras oigo a los demás corretear por ahí, camino de la piscina. Vamos hombre, me volvería loca solo de pensarlo...
-¡Rocío!
Resoplo. Con lo bien que estaba en mi cama haciendo absolutamente nada...
-¿Qué?
-¡Ayúdame a doblar estas sábanas, anda!
Me levanto, perezosa, por el reclamo de mi madre, más que nada porque me ganaría un castigo si no hago lo que me manda. Al llegar, mi madre pregunta:

-¿Qué hacías cariño?
-Nada en especial. Me aburro.
-¿Y no tienes nada que estudiar?
-¡Mamá, por Dios!
-Es broma, es broma. -me dice riéndose. A mí se me escapa una sonrisilla.- Lo he dicho tantas veces a lo largo del curso que se me hace raro no decírtelo. ¿Y por qué no andas con el ordenador, o juegas a la consola? Ahora que es verano y tienes todo el tienpo del mundo, aprovecha.
-Ya... Pero es que ya me he pasado mis juegos favoritos, y hasta las seis o así no suben vídeos los youtubers...
-¿Y por qué no ayudas a tu hermano a pasárselo? Siempre se enfada porque tú tienes más mundos conseguidos y él no.
Hombre, es buena opción. Tampoco tengo nada mejor que hacer. Se lo hago saber a mi madre con una sonrisa.
-Gracias mamá.
-De nada hija. Pero antes...
-¿Qué?
-Tienes que ir a comprar el pan y tirar la basura al contenedor.
-Mamá... -me quejo sonoramente. Que pereza tener que cambiarme.
-¿Qué te cuesta? No has hecho nada en todo el día, que menos que ayudarme, ¿no?
Bueno... Algo de razón tiene, la pobre no para. Asiento.
-Bien. Y de paso vas a buscar el correo. Ven, que te doy la llave del buzón.
-Déjamela en la cocina, me tendré que cambiar y ponerme algo más decente.
-Sólo vas a comprar el pan y a tirar la basura, no planerás ponerte un vestido.
-No, pero tampoco voy a ir en pijama.
Le enseño mi pantalón minúsculo que utilizo para dormir y mi camiseta de estrellitas super floja y muy fresquita, que casi me tapa algo más de lo que hace mi pantalón. Luego le señalo mi moño medio desecho y medio... ¿Medio qué? Parece un nido de pájaros. Milagro que no se me haya posado ninguno dejando la ventana de mi habitación abierta...
-Como quieras, Rocío. Te dejo la llave y el dinero encima de la mesa de la cocina, y acuérdate de bajar la basura.
-Sí, mamá.
Terminamos de doblar las sábanas, (que no fueron solamente sábanas, si no calcetines, trapos, servilletas de tela, camisetas, pantálones...) y me voy a mi habitación, dónde escojo unos pantalones cortos cualquieras y una camiseta escogida al azar. Me hago un moño un pelín más decente, me lavo la cara, las gafas, un poco de colonia... Y lista. Cojo el dinero para el pan, la llave del buzón, la bolsa de basura y me voy.
-¡Chao!
-¡Hasta ahora!
Buah, que ganas de salir, por Dios, venga, a asarnos de calor... (Nótese la ironía). Yo con lo bien que estaba en casa, fresquita... Bueno, cuando antes vaya antes vuelvo. Salgo del portal, tiro la basura al contenedor y me voy, como quién dice, a la carrera, hacia la panadería.

Como digo yo, hay que ser gilicolgao como para no distinguir una barra de pan normal y corriente de una bolla de pan enorme. Me he tirado media hora explicándole a la panadera con pelos y señales que quería una barra normal y corriente. Tengo los nervios a flor de piel para cuando llego al portal y timbro a mi piso para que me abran.
-¿Sí?
-Abre.
El pitido de la puerta me indica que ya puedo pasar. Me resulta muy gracioso este código. "¿Quién es?" "Abre". Punto y se acabó. Ni una palabra más. Me pregunto si en los demás sitios también será así. Cuando me abre mi padre, me sonríe.
-Señorita, ¿y el correo?
-Ehh... Se me olvidó. -me excuso, con una sonrisa tonta.
-Más despistada y te pierdes de camino a casa, solamente yendo a buscar el pan. Baja, anda.
Bajo otra vez en el ascesor hasta llegar a los buzones. Cojo las cartas y de vuelta al ascensor las reviso.
-Facturas, facturas, facturas... Un folleto de una pizzería... Facturas... Anda, ¿y esto?
Tengo entre mis manos una carta un tanto amarillenta con un sello de cera que cierra el sobre. Y este tiene un símbolo extraño, parece un escudo. Interesante. Miro para quién es y me quedo pasmada. Es para mí. Y viene de... ¿Hogwarts? ¿Dónde queda eso? ¿Estará en... Inglaterra, o algo así? Parece un nombre inglés, por eso lo digo. Cuando entro en casa voy directamente hacia donde está mi padre y le pregunto:
-Papá, ¿sabes dónde está Hogwarts?
-¿El qué?
-Hogwarts, papá.
-Ni idea. ¿Por qué?
-Me enviaron una carta de allí.
-¿Una carta? Déjame ver.
Le entrego la carta y este la examina con cuidado, dándole vueltas y más vueltas.
-¿Por qué tan amarillenta?
-Ni idea. Parece pergamino. ¡Espera, que busco en el ordenador dónde está Hog... Hogw... Como se diga!
Corro como una posesa hasta mi habitación y enciendo el ordenador. Entro en Google y busco Hogwarts. No me aparece nada, ningún sitio, ni colegio, ni nada parecido. Decido cambiar la t por una d y vuelvo a buscar. Nada. Sigo así durante un buen rato, cambiando el nombre de todas las formas posibles hasta que me desespero.
-¡Papá, esto es muy extraño! ¡No encuentro el sitio!
-¡Esto también es muy extraño! ¡Ven y lee esto!
Le hago caso, volviendo a la cocina y cogiendo la carta para leerla:

Estimada señorita Pérez:

Nos complace informarle en esta su carta su admisión en la escuela de magia y hechicería Hogwarts. Esperamos su carta antes del 31 de julio comunicándonos su respuesta afirmativa sobre la entrada a la escuela. Más abajo tiene una lista de todos los materiales que necestirá para este año y los siguientes. Sin embargo, debido a que no se le ha comunicado su admisión en Hogwarts a la edad de once años, deberá en los siguientes meses ir a unas clases intensivas para recuperar los años perdidos. Usted irá a quinto curso, ya que tiene quince años, recuperando así el primer curso, segundo, tercero y cuarto. Le pedimos disculpas por no haberla avisado a la edad adecuada para cursar el primer año. También se le asignará una casa al igual que a todos sus compañeros de quinto curso. Sus clases comienzan el 1 de septiembre, y recuerde que debe coger el tren hacia Hogwarts en el andén 9 y 3/4 a las 11 de la mañana.

Un cordial saludo.

Minerva Mcgonagall

-Papá, no entiendo nada...
-Será algo de publicidad para que te unas a un campamento o algo...
-¿Pero cómo conocen mi nombre, apellidos, y dirección?
-A mí lo que me parece extraño es que no haya ningún número de teléfono para contactar con el supuesto "colegio" este. ¿Y qué es eso de que no te avisaron con once años?
-Aquí dice que tendría que haber empezado a esa edad... Pero ni idea.
Al rato mi madre se nos une junto con mi hermano pequeño. Empezamos a leer el material y nos quedamos atontados.
-¿Un caldero de pociones?
-¿Una varita?
-¿Uniforme?
-¿Sabes hacer magia?
Miro a mi hermano algo sorprendida. Por supuesto que no. Aunque...
-No, claro que no. La magia solo existe en los cuentos.
-¿Sabéis qué? -se hace oír mi padre.- Creo que todo esto es una broma. Ni caso, Rocío, lo mejor es deshacerse de esta carta y punto.
Dicho y hecho, mi padre tira la carta a la basura y todos volvemos a nuestras cosas.
Menudo día más raro.

¿Y si fueras a Hogwarts...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora