Capítulo 24 "Mi regreso a USA"

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Ahí estaba frente a mi, ese chico que me estaba haciendo perder la cordura, su rostro tenia una mezcla de sorpresa y molestia, fingí intentar tocar su puerta una vez más pero tocando en su pecho.

—¡Hola!, vine a despedirme de mi guía de turistas, no me resigne a marcharme sin hacerlo.— Le sonreí y esperaba que el me abrazara fuerte, tal vez un momento romántico a solas y si nos animábamos quizás un dulce beso de despedida.

—¿Que haces aquí? ¿No se supone que te marchas hoy?— No me gusto para nada el tono de su voz, pero trate de suavizar el momento.

—Si, ya voy de salida, Pensé que desayunaríamos juntos hoy, te extrañe esta mañana, me acostumbre mucho a ti en estos días.— El se mostró inexpresivo ante mis palabras, casi juraría que le molestaron.

—¿Costumbre? Que bien, en una semana con tus amigos en Los Ángeles te desacostumbraras, es mas, olvidarás todas las tonterías que viviste aquí en este pueblo al "que no perteneces".— El que remarcara con énfasis y sarcasmo que yo no pertenecía a ese lugar me dolió, como también el que llamara "tonterías" a los mágicos momentos que vivimos.

—¿Sabes que?, vine hasta tu casa porque creí que valdría la pena, pero me equivoque, "Eres un desgraciado cretino", encierrate en tu habitación y evitame el coraje de seguir viendo tu  odiado rostro.— Me di la vuelta y con toda la frustración del mundo me encamine apresurada por mi abuela.

—¿Que sucede Yaretzí?— Me pregunto Rosalía al escuchar gritar a su hijo: "¡Nadie te dijo que vinieras!" Yo salí de la hacienda maldiciendo mi estupidez por haber ido, mi abuela casi corriendo tras de mi, me pedía explicaciones, entonces nos encontramos a Rafael (el papá) quien se ofreció a llevarnos a casa en su camioneta.

¡Que tonta soy! Me decía en silencio mientras dos lagrimas gruesas recorrían mis mejillas, las limpie con brusquedad y mi abuela tomo mi mano apretándola y me dijo que todo estaría bien, Rafael fue muy amable al despedirse y yo al igual le agradecí por todos los detalles que tuvieron conmigo.

Entramos a casa y subí al cuarto por mi maleta, me asegure de haber puesto todo y la baje, de pronto toda mi ilusión había desaparecido, no quería permanecer ni un minuto mas en el pueblo.

—Mi niña, lamento mucho que discutieras con Rafael, pero... no quiero verte así Yaretzí, alégrate, yo se que a el se le va a pasar, creo que su mal carácter se debe a tu partida porque es raro que el se comporte así.— Mi abuela trataba de consolarme a mi y de justificarlo a él.

—No me importa abuela, yo vine aquí con un objetivo y lo cumplí, además tuve la dicha de compartir contigo una semana y esa es la mejor parte.— La abrace con mucho cariño y le di un beso en su mejilla, la flacides de su piel zurcada de arrugas en combinación con su frágil cuerpo debido a la avanzada edad me dio ternura,   esa viejecita me amaba tanto y yo nunca me di cuenta... hasta ahora.

Llamó otra vez a un taxi, y este nos condujo a la pequeña terminal de autobuses, ahí me despedí de mi abuela al abordar el autobús, le prometí que regresaría en mis próximas vacaciones, ella trataba de ser fuerte pero en el último instante escaparon sus lagrimas y las sequé con mis manos.

Con la promesa de reunirnos nuevamente subí al autobús cuando ya casi estaba en marcha, ya arriba abrí la ventanilla y con la mano al viento me volví a despedir de mi abuela.

Me senté en el asiento de enfrente para ir viendo el camino, además no es por discriminar pero atrás traían carga pesada, llevaban desde gallinas, conejos y algunos cerditos también, me imagino que los llevaban a vender en el siguiente pueblo o ciudad, con un suspiro de contrabando escapando de mi garganta, veía con tristeza las callejuelas del pueblo.

LA PROMESADonde viven las historias. Descúbrelo ahora