Vanessa confiesa.

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—Estoy confundido.

Frunce el ceño, tanto que sus cejas podrían formar una sola.

Confundido. Yo soy la que debería estar confundida, con tanto drama y actos inesperados por su parte. De hecho, este es el punto en el que no me he detenido a pensar que sentimientos tengo hacía Deil Patrickson. Tal vez, hay algo que simplemente estoy tratando de evitar, de creer que no es real.

Sacudo la cabeza.

—Yo también. N-no se que está pasando, porque de repente todo es mas confuso —y es cierto. Todo era más fácil cuando finjamos odiarnos, o cuando eramos algo así como amigos. No había nada que nos pusiera incómodos, ahora todo es diferente.

Se queda en silencio unos segundos, podría decir que esta pensando en lo que digo.

—Tal vez nosotros somos los que hacemos que sea complicado —responde, viendo un punto fijo en el suelo.

—Pero lo es. Digo, no entiendo muchas de las cosas que pasaron —reclamo.

—Estamos dando muchas vueltas, y quiero detenerme ya —dice un tanto fastidiado y sus ojos buscan los míos como si los necesitaran, hasta que se conectan con una intensidad que sinceramente no se como explicar—. Allison, te besé —asegura, sin expresión alguna—. Y estoy consciente de ello, no fue accidental.

Un extraño cosquilleo se expande por todo mi estomago, juro que en cualquier momento la comida se me va a devolver. La forma en la que hace su repentina confesión hace que cualquier otra razón por la que vine hasta él se esfume. Jamás creí que había sido del todo consciente al momento de besarme, pero sin rodeos, me acaba de asegurar que cuando se dirigió hacía mí esa noche lo hizo por una razón.

Estoy por escupir incoherencias, cuando el rechinido de la puerta hace que ambos giremos en esa dirección, encontrando a Emma entrando con cautela.

—Emma —suelto sin pensar.

—Lo siento, Romeo... —se dirige a Deil—, pero necesito a tu Julieta de inmediato —me giro colorada hacia Deil, esperando que se haya vuelto sordo al menos por un segundo. Pero no, esta ahí con una pequeña sonrisa que trata de asomarse por las comisuras de sus labios. Pongo ambas manos en mis cachetes con la intención de enfriarlos un poco.

—Permiso.

Dicho y hecho, salgo como bala de la sala de sonido; no sin antes coger por los hombros a mi rubia amiga y dirigirla hacía la salida, antes de que hable de nuevo sin pensar.

—¿Que marmotas te pasa? —me detengo en medio del pasillo frenética. Ella se posa con su sonrisa burlona frente a mi y se encoje de hombros.

—Se que estabas en algo, pero ya casi debemos vernos con tu mensajero siniestro —alega.

¡Que tonta! Lo olvidé por completo.

—¡Si! —llevo ambas manos a mi cabeza—. Ay, estoy nerviosa.

—Tranquila —pone una mano en mi hombro—. Pase lo que pase, yo estaré ahí.

Le sonrío.

Esta es de esas veces en las que me siento agradecida por contar con Emma, no se que hubiera sido de mí en Beethoven si no la hubiera conocido.

El punto de encuentro que hemos acordado es el basurero de la escuela. Si, lo se, que fino. De hecho cabe mencionar, que huele como si mil ratas hubieran defecado, muerto y vuelto a defecar en este lugar. El olor es insoportable. Tanto a Emma como a mí nos ha tocado tapar nuestras narices con la manga del abrigo del uniforme.

Sobreviviendo a BeethovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora