Conoce a los Morgan. -Parte 2.

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Mi madre siempre me pedía que la acompañara a hacer las compras de fin de año, siempre ha sido así desde que era niño. Luego del divorcio me fui a vivir con mi padre, pero era muy diferente. Ya no hacíamos compras navideñas, ni siquiera poníamos árbol. Era deprimente para un niño de once años como ya se imaginarán, pero ahora, luego de mucho tiempo, estoy haciendo las compras de fin de año con un padre que no es el mío.

Es el padre de mi novia. El Señor Morgan.

Hemos recorrido todo el almacén unas dos veces, y aunque el carro ya esta lleno, él insiste en poner más y más cosas adentro.

Nunca pensé que la familia de Ally sería tan extravagante con respecto a las fiestas. Ella me había comentado como se celebraba un concurso en la manzana para entregar un Santa Claus de madera, o no se que rayos era. Pero no creí que fuera tan enserio, más ahora viendo la cantidad impresionante de adornos y calculando el tiempo que llevamos aquí, sé que necesitaremos unos dos carros mas para poder llevar todo esto.

Me preocupa más como meteremos todo esto al auto.

—Hazme un favor muchacho, y haz la fila en la caja mientras yo busco un pie que me hace falta —asiento y recibo el carro lleno de decoraciones y comida para que se pueda ir en busca de la tarta.

Agradezco que lo único que le falta es un pie.

Arrastro el carro por el suelo, lo que provoca un rechinido un tanto fastidioso. Frunzo el ceño ante eso.

Maldigo internamente al ver la desastrosa fila que me espera, donde más de treinta personas cargan cosas extravagantes y comida enlatada. Me posiciono detrás de una anciana de baja estatura que carga un perro en sus brazos y que emana un olor a canela impresionante.

Saco el celular de mi bolsillo con la intención de distraerme un poco de la rutina tan aburrida en la que me encuentro. Más mis planes son arruinados cuando una arrugada mano saca una lata de ciruelas de mi carro (o más bien del carro del Señor Morgan). Levanto la mirada hacía la causante, quien me mira como si hubiera sido descubierta cometiendo un delito.

Mantengo la mirada fija, esperando una explicación sobre su extraño acto.

—Jeje —ríe con complicidad en tanto sube las gafas que se deslizan por su arrugada nariz —. Querido, solo quería ver que marca de ciruelas compras tu. He estado utilizando una para mis postres pero me salió mas espantosa que esos asquerosos rollos de canela que venden en las panaderías.

Alzo una ceja.

En realidad no necesitaba saberlo.

Al ver que no respondo nada, la anciana traga saliva y sujeta a su perro con más fuerza.

—Preparo un arroz de leche muy rico —continúa, aunque no quiero seguir escuchándola—. Y estas ciruelas serían muy buenas para eso... ¿Sabes lo que es arroz de leche? —no respondo, me mantengo estático sin emitir sonido alguno—. Supongo que no, tienes cara de ser de otro lado. ¿De donde eres?

Lo mejor será decirle algo, pues parece no querer cerrar la boca.

—Señora, yo solo quiero que regrese esa lata al carro —hago un ademán a las ciruelas que sostiene aún en su mano.

—Mmmm... —suelta pensativa—. Si, no eres de por aquí.

Bien, ya colmo mi paciencia.

—No, no soy de por aquí. De donde vengo las personas no hurtan comida de tus compras.

—¿Suecia?

Suelto un suspiro cargado.

—Por favor solo regrese la lata al carro —pido modulando al borde del desespero.

Sobreviviendo a BeethovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora