Reconciliación.

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Apoyo mi espalda en la puerta en cuanto lo veo. No puedo evitar entrar en una batalla interna sobre si debería abrirle o dejarlo por fuera.

¿Que hace aquí? Es domingo, son las 10:00 de la mañana; lógicamente todos están durmiendo.

Vuelve a golpear, esta vez con más fuerza y por más tiempo.

Es todo, si no abro seguramente las demás van a despertar y la que cargará con su enojo seré yo. Y que lamentable y podría llamarle mala suerte al hecho de que fuera yo la única despierta cuando llegó.

Giro mi cuerpo al tiempo que pongo mi mano en la perilla de la puerta. Lleno de aire mis pulmones y lo boto, cerrando con fuerza los ojos.

Abro.

En cuanto vuelvo a separar mis parpados, entra sin permiso y se posiciona en medio de la sala. Me sorprendo al ver lo que trae puesto: Está con un abrigo café, el pelo despeinado, debajo logro divisar lo que parece un pantalón de pijama y tiene sus pantuflas puestas. No es común en él que salga de esta forma, pues siempre está pensando en verse decente, y muy dentro de mí, no puedo evitar sentir ternura.

Cierro la puerta a mis espaldas y me abrazo a mi misma en un intento de entrar en calor por el frío que entró desde afuera. Camino hasta quedar frente a él, pero tomando cierta distancia.

Tiene una mirada seria, sin embargo no se ve enojado.

—Ponte unos zapatos y un abrigo, vamos a salir un momento —ordena. Achino los ojos, sin entender. —Tengo que hablar contigo.

Me debato un momento, pero al final asiento.

—Bien.



Caminamos por un sendero solitario que jamás había visto en Beethoven. Quiero preguntarle, pero me aguanto. Estamos en completo silencio, sin siquiera mirarnos.

Empiezo a armar en mi cabeza un discurso sobre el por qué me molesto que no me dijera nada sobre Tyler y Emma y que tras del hecho, él se enojara conmigo cuando le reclame; pero cuando estoy por abrir la boca, se detiene en seco frente a un automóvil clásico de color azul.

Lo miro con confusión cuando saca unas llaves de su bolsillo y se sube al frente, en el puesto del conductor. Estira su brazo hasta abrir la puerta del copiloto que está frente a mí.

—¿Que haces? —pregunto, pensando por un momento que se trata de una broma —No podemos salir de la escuela, ni siquiera tienes licencia.

—¿Quién dice que no tengo licencia? —arruga la frente—. No lo robe, si es lo que crees.

Trago saliva, para luego subirme un poco prevenida.

Enciende el motor, y en cuestión de segundos nos encontramos saliendo de la escuela, sin nadie que nos diga algo, pues por alguna razón todo esta solo.

Desde que llegué a Inglaterra, no he salido de Beethoven. Tan solo aquella vez que fuimos de excursión, pero eso no cuenta. Es inevitable pensar que fue ahí donde mi historia con Deil comenzó, donde pasamos de ser nada a serlo todo. Su beso fue lo que despertó una perfecta sincronía de emociones que ahora puedo llamar amor. Es una locura todo lo que ha pasado. Jamás imaginé que llegariamos hasta acá, que podría llegar a depender tanto de una persona. Si él no está simplemente no sé como vivir, no sé como actuar, no sé como sobrevivir; y creo que estoy en un punto donde aunque creo que eso no es sano para mí, no me importa. No sé como más describirlo, cuando estoy con él nada tiene sentido, nada importa... solo somos nosotros.

Es por eso que, aunque sé que me mintió, no quiero seguir alejada de él como lo he estado estos días.

Nos detenemos en medio de un sendero, lleno de arboles y pradera. Lo miro con confusión ya que estamos en medio de la nada, pero no me regresa la mirada, simplemente se quita el cinturón y baja del auto.

Sobreviviendo a BeethovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora