30. Un fiel adicto

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Mark Harvet:

Los rayos refulgentes del sol logran filtrarse por las persianas de la pequeña ventana, obligándome a despertar. La lluvia incesante de hace unas horas finalmente se ha evaporado. No hago más que disfrutar del silencio que reina en el dormitorio ahora un poco más iluminado, de la calma que me brinda el lugar y de la mujer a mi lado... Mi mujer, de quien soy un fiel adicto.

Observo con dedicación la silueta de su cuerpo apenas cubierto por la sábana blanca que nos rodea desde los muslos hasta la cintura, con su espalda ligeramente pegada a mi pecho, apoya la cabeza en mi brazo estirado en su dirección. Me deleito en ella y la manera en la que su piel corrompe mi mente, dominando mi alma, mi cuerpo y cada uno de mis sentidos. No quiero despertarla, por lo que reprimo, por el momento, mi deseo de besar su espalda, mientras me hundo en su tersa y redonda carne.

El recuerdo de nuestro encuentro en la bañera no ayuda a mi autocontrol, sin embargo, de pronto todo en mí se paraliza. Mierda.

—Joder —se me corta la respiración— No, no.

Susurro bajo, inhalando profundamente al borde de una crisis nerviosa, siento la sangre subir a mi cabeza; No nos cuidamos.

«Más vale condón en mano que bendición el próximo año» El comentario de mi gemelo al darme el preservativo cuando visité su bufete, me acompaña en la tortura.
«Mark, me alegra que Rachel y tú hayan decidido intentarlo, su relación inició tan inesperada e intensa que ahora solo puedo aconsejarte que vayan despacio, con calma» Y las palabras de mi hermana, Romina, se le unen.

Bueno, al menos esperaba que nueve meses sean considerados el tiempo suficiente de "ir con calma"

Siento mi cuerpo temblar, la paranoia empieza a asfixiarme, por lo que —esforzándome, realmente esforzándome por no despertar a Rachel—, salgo de la cama, necesitando aire.

—Basta, Harvet —susurro, llevándome las manos a ambos lados de mi cintura, observo a Rachel, es evidente que sus horas de sueño no han sido las adecuadas últimamente, por lo que despertarla para hablar de la situación no es una opción. No ahora.

Decido que lo mejor es ir por algo de comida para ella, durante el viaje apenas comió una fruta. Caminando al otro lado de la habitación donde habíamos colocado la ropa húmeda, tomo la mía, agradeciendo que la desgastada lavadora de la casa lograra secarla.
Aún nervioso me visto y al regresar a la habitación donde se encuentra Rachel, opto por hurgar en uno de los cajones cerca de la cama, buscando papel y lápiz para dejarle una nota.

Ansiolíticos y sedantes son lo primero que encuentro en aquel cajón. Mis ojos se humedecen y mi corazón se encoge al pensar que pertenecen a Rachel. Me duele ella, su madre, los planes que tenían y que no podrán cumplir. Pensar en la soledad en la que la mujer que amo afrontó su dolor me lastima. Daría todo por haber estado a su lado, pero no juzgo sus decisiones, desde que la escuché culparse por ser una mala hija, supe que la soledad era su forma de castigarse, se culpaba y mi corazón se rompía cada vez que pensaba en ello.

¿Cómo pude creer en Jackson? Fui un imbécil.
No merecía su distanciamiento, pero ella tampoco merecía mi desconfianza. Ambos éramos culpables e inocentes a la vez. ¿Qué irónico no?

«Mes tras mes me acompañaste, mi amor, cerrando mis ojos te sentía a mi lado; Porque las personas que se aman aunque físicamente no estén cerca, siempre estarán juntas. Te amo tanto, Rachel.
Pd: Saldré a comprar para preparar comida, no tardo.
Pd2: Que bonito es el despertar cuando tiene tu rostro, tu aroma... Cuando estás tú.
Tuyo,
Mark Harvet»

¿En clases no? - BORRADOR 2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora