37. Estás aquí

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Los gritos cesan,
las personas que a mi alrededor hablaban ya no se escuchan,
hay silencio en el lugar, pero ruido en mi alma.

En ese instante, el sonido de una alarma se intensifica, abro los ojos de par en par, me siento desconcertada y perdida.

—Rach, amor, despierta o se hará tarde para tu viaje —esa voz...

Aquella voz dulce y añorada me paraliza un instante.

—¿Mamá? —La llamo. Verla a mi lado, sentada al borde de la cama, mirándome provoca que los latidos de mi corazón retumben con la fuerza de una estampida.

—Sí, mi amor... ¿Qué pasa? —Parpadeo un par de veces, incrédula.

—Extraña —pronuncio sentándome en la cama con celeridad, la estrecho entre mis brazos, mientras lágrimas ruedan por mis mejillas—, estás aquí.

—Lo estoy, mi vida —me abraza y me siento frágil, pequeña y vulnerable a su lado. ¿Por qué me desconcierta verla? Estamos en casa. ¿Por qué me siento rota ante su cercanía?

Existen tantas preguntas, que ahora no tienen respuestas. Siento qué hay palabras que desean salir de mi boca, pero se estancan en las profundidades de mi garganta, dándome la sensación de que he olvidado algo importante.
«Se hará tarde para tu viaje» Vuelve a mencionar, desorientada completamente, frunzo el ceño, alejándome un poco de ella para observarla.

—¿Cuál viaje? —Cuestiono.

—El de fin de curso de la universidad —aclara alegre—. Vamos, extraña, deja la pereza atrás, Mark y Steven llegarán pronto por ti.

—No iré —suelto, ella me mira sin entender mi arrebato, ni siquiera yo lo entiendo—. Prefiero acompañarte a casa de la abuela. Sé que el paseo de fin de curso será el primer viaje que tendríamos con Mark, pero no lo sé... No me apetece ir. Le enviaré un mensaje.

Las facciones de su rostro se endurecen ligeramente, sin embargo, asiente y antes de salir de la habitación me sonríe, informándome que en media hora estaría lista para ir al pueblo donde mi abuela vive.

Aún en la cama, estiro mi brazo hacia la mesita de noche en busca del móvil, no lo encuentro, pero el sonido de este no tarda en hacerse presente desde algún lugar de la habitación, lo escucho tan fuerte, que causa un dolor incesante y tortuoso en mi cabeza. Me nubla la vista, llevo las manos a mis oídos esperando que el ruido desaparezca.
Siento un dolor extraño en todo mi cuerpo, como punzadas casi impredecibles, pero persistentes. Al cerrar los ojos es donde descubro que el silencio y la calma la encuentro en la oscuridad.

***
—Rach, te lo dije cielo, si quieres puedo manejar yo —la voz de mi madre me obliga a abrir los ojos nuevamente, no tener noción del tiempo o espacio me aturulla, encontrarme conduciendo en la carretera totalmente desorientada, sin recordar el rumbo exacto deja de importar apenas mamá vuelve a hablar—. Quedan algunas horas para llegar a casa de tu abuela.

Su voz temblorosa resuena en mis oídos. Centro mi atención en ella un momento, tiene el rostro pálido, parece cansada. Sus ojos marrones están apagados, han perdido aquel brillo que los caracteriza.

—Extraña, ¿estás bien? —pregunto y asiente como respuesta, al tiempo que se lleva la mano al pecho, le duele, puedo verlo en su mirada—. Mamá, ¿qué pasa?

Niega con la cabeza, musita palabras para que vuelva a centrar la vista en la carretera, hago ademán de obedecerla, pero un nuevo quejido de su parte me obliga a observarla una fracción de segundos más. De repente cierra sus ojos, desplomándose en el asiento del copiloto, grito, intentando tomarla del brazo con una mano, mientras que con la otra mantengo el control del volante. «Mamá, por favor, respóndeme» Le suplico con la vista a la carretera, pero la falta de respuesta de su parte me roba todo el dominio de mi propio cuerpo e intento frenar el coche, sin embargo, el estrépito sonido de un claxon me hace pensar en la mala idea que es.

¿En clases no? - BORRADOR 2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora