CAPÍTULO 1.

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Me encontraba llorando descontroladamente en el asiento trasero del vehículo mientras veía cómo escurría la sangre por la cabeza de mi madre y padre, mientras en mi costado tenía un enorme vidrio incrustado en las carnes. La sirena de la ambulancia se escuchaba a lo lejos; el sonido inundaba mis oídos por completo.

Abrí los ojos, somnoliento, y con un ojo cerrado y el otro abierto buscaba desesperadamente el despertador para poder apagar ese irritante sonido.

—Ughh...—Una fuerte punzada en la costilla me hizo levantar de un respingo. Acaricié con mi pulgar por sobre la cicatriz, esa horrible cicatriz que me hacía recordar el día en que perdí a mis padres.

Toda mi familia me abandonó y nadie quería hacerse cargo de este problema. Con 15 años había sido expulsado de cuatro escuelas diferentes; mi tía decidió que era caso perdido en los estudios y, al cumplir los 18, me metió a trabajar en una empresa, dejándome a mi suerte. Vaya suerte.

7:30 de la mañana: me levanté a duras penas y me dirigí a la habitación siguiente. Me metí a la ducha para tomar un baño de agua fría y así poder despertar mejor. Salí, me vestí y saqué unos billetes de mi "escondite de dinero", específicamente bajo la cama.

—Muy buenos días, Marta.—Le dediqué una sonrisa delicada a la mujer mayor que me tendía una bolsa de papel que contenía un sándwich de jamón y un vaso de café.

—Muchas gracias, cariño, sin ti no sé cómo viviría. Me dio su amable sonrisa alzando sus arrugadas mejillas y seguí caminando hacia el edificio donde trabajaba.

Una vez llegué al edificio, marqué mi ficha con la hora de entrada y, mientras caminaba, alguien posó su mano en mi hombro, llamando mi atención y deteniendo mi paso.

—El jefe pide que vayas a su oficina para hacer un mandado— dijo mientras se volvía a voltear dándome la espalda y casi olvidando mi existencia.

—¿Ahora qué?— me fui directo al ascensor, maldiciendo bajo, subiendo al último piso donde se encontraba la oficina del mandamás, mientras refunfuñaba.

—-Muy buenos días, joven. —Me dio una asquerosa sonrisa, una sonrisa que realmente odiaba e intenté hacer lo mismo por muy falso que se viese.

—-Buenos días —dije, cambiando mi semblante a uno más serio. A saber cuál sería su absurda petición.

—-Me gustaría que firmara estos papeles y luego los llevase al hotel Fire. Diga que el señor Quenton le envió.—Me tendió los papeles, los cuales firmé con un bolígrafo que él mismo me dio.

—¿Y por qué debo firmar esto yo? —Arquee una ceja y fruncí los labios; su sonrisa se ensancha más.

—Es un simple acuerdo de confidencialidad. La firma debe coincidir con tu cédula de identidad; confirmarán si son iguales una vez llegues, para asegurarse de la originalidad de los documentos. —Son muy importantes. —Asentí lentamente con la cabeza y, con un ligero titubeo, dibujé mi firma en la esquina inferior del segundo papel.

He escuchado que este hotel es solo para hombres ricos, ¿no será extraño que alguien como yo esté aquí? Mi sentido común lo advierte... creo...

Me bajé en la entrada admirando ese enorme y bien pintado edificio adornado por enormes ventanales de cristal.

Leí el mapa para saber dónde dirigirme y entregar los documentos.

Di tres toques en la puerta y luego entré, cerrándola tras de mí. En el sillón estaba un hombre moreno y corpulento, mientras que en el escritorio estaba un hombre de cabello rubio y ojos negros.

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