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      Aquel jueves llevaba esperando sentada en la acera por mucho tiempo, mucho más de lo normal y el auto de mis padres no aparecía por ninguna parte. La calle estaba sola, todas las personas del colegio ya se habían ido, el cielo nublado y gris oscurecía cada vez más. El frió se me metía a través del uniforme, yo estaba congelada y sola en medio de la calle, era bastante desolador. Me sentía aburrida, no tenía ningún libro a la mano ni nadie con quien hablar, llamé varias veces a mí casa y nadie contestó, luego llamé a ambos celulares pero estaban apagados. Empecé a asustarme, pero imaginé que por primera vez se habían olvidado de pasar por mí, o que se habían quedado dormidos, o que algo parecido estaba sucediendo. Me mentía a mí misma, mis padres no eran la clase de persona que cometería ese error, pero quise suponer que esa vez así lo era y con eso me tranquilicé un poco. Solo esperaba.

Me senté en las escaleras de la entrada. Pasé un largo rato pensando, con la cabeza agachada sostenida por mis manos, con los codos apoyados en las rodillas, mientras hacía círculos en el cemento con un pie. Finalmente, después de mucho esperar me resigné. Me di cuenta de que tenía que volver a mi casa por mí cuenta. Aunque toda la vida había estudiado en ese colegio, esta era la primera vez que algo así me pasaba, si, puede sonar imposible, pero es verdad, yo nunca antes había vuelto a casa sola después del colegio, la maldita paranoia de mis papás no daba para nada más, nunca me habían dejado hacerlo, pero esta vez de mí dependía llegar a mi casa que, de hecho, quedaba bastante lejos. Metí la mano a mi bolsillo, conté las monedas que tenía pero no era suficiente para pagar un bus. Era un día de mierda. Al menos me sabía el camino de memoria.

Por algún motivo arranqué a correr, fue involuntario, no me pensaba detener en lo absoluto, solo quería llegar a casa, no me concentraba en nada más. Sentía que odiaba a mis padres, odiaba ese colegio, odiaba aquel barrio de mierda, odiaba su gente y odiaba sobre todo el montón de lomas que tenía que subir para llegar a mí casa, que también odiaba. Afortunadamente una parte del camino era plano, seguí corriendo y tomé un atajo por un parque, esquivé carros, personas, pensamientos y al final, el viaje se me hizo corto, llegué estando viva, y aunque eso no es lo que más me importaba, era una buena noticia. Me paré en frente de la puerta por unos momentos, un garaje blanco que yo siempre tenía que tocar porque a mis padres nunca se les ocurrió darme una maldita llave (esa era solo otra de sus maneras para controlar mis salidas). Toqué y toqué pero nadie abría, pegué el rostro a uno de los vitrales de la puerta pero no se veía ni se escuchaba nada, parecía como si todo estuviese vacío. Seguí tocando por un buen rato pero continuaban sin abrir, me sentí desesperada, empecé a gritar y a mandarle golpes a la puerta, la gente me empezó a mirar pero no me importan, solo quería entrar y encerrarme en mi habitación y pensaba tumbar esa maldita puerta si era necesario. Casi había perdido el control cuando me di cuenta de que mi celular estaba sonando, rápidamente lo saqué de mi bolso y contesté. -¿Hola?- Pregunté con agresividad, esperando que, cualquiera que fuese la persona que llamaba, se diera cuenta de mi enojo. Respondió una voz bastante familiar que no era ni de mi papá ni de mi mamá. No podía creer lo que escuchaba, era mi hermana.

Me sorprendí demasiado, yo no hablaba con Roxane desde el día en que se había ido de la casa, hace ya muchos años. Mejor dicho, mis padres la habían echado y ella se quedó con cierto rencor hacia todos nosotros, por eso su llamada solo podía significar que algo andaba muy mal. Sentí un vacío en el estómago y me quedé muda, sabía que, sin importar el motivo, esa llamada solo iba a traer problemas. Pensé colgar o incluso en dejar caer el celular al suelo, no sabía que decir, las palabras se quedaron atoradas en mi garganta. Escuché su voz, temblorosa y preocupada, que intentaba explicarme algo, pero había mucho ruido y sonaba demasiado confundida, casi tanto como lo estaba yo.

No entendía nada, finalmente ella me preguntó dónde estaba y al explicarle, me dijo que la esperara ahí afuera de la casa, que no me moviera porque llegaría lo más rápido posible y luego colgó sin despedirse. Confundida, me senté en el andén y me quedé mirando hacía un punto fijo del suelo, mientras en silencio intentaba comprender lo estaba pasando. Muchas imágenes pasaron por mi mente en ese momento, pero ninguna estaba remotamente cerca a lo que realmente estaba sucediendo. Sentía miedo, mucho miedo, y no podía hacer nada más que esperar ahí sobre el cemento mientras oscurecía cada vez más y más y pasaban los minutos que parecían eternos y yo temblaba por el frío y por la ansiedad de saber que estaba pasando, que iba a ser de mí esa noche y en donde carajos podrían estar mis padres. Abracé mi mochila y recogí los pies intentando hundirme en la pared, no quería ver a mi hermana, por primera vez solo quería estar con mis papás, cerré los ojos como un inútil intento de escapar de esa momento y me imaginé a mí misma acostada en mi cama leyendo alguno de mis estúpidos libros.

Después de un rato abrí los ojos y vi un taxi estacionado frente a mí. Roxane salió por la puerta de atrás, la expresión fría que llevaba en su rostro y los casi diez años que habían pasado desde la última vez que la veía me hicieron imposible reconocerla, ella apenas me miró y se fue directo a la puerta. La vi sacar una llave su bolsillo con la que abrió la puerta, yo no entendía de dónde había sacado esa llave si nunca en nuestra vida nos habían dado una y mucho menos a ella, después de que mis padres la habían echado. No me dijo nada, simplemente entró sin decir una palabra, y yo obviamente la seguí, se fue directo a mi habitación y la alcancé, totalmente alterada le pregunté qué pasaba, pero ella solo me miró y se sentó en la cama, cerró los ojos por un rato, como intentando aguantar las lágrimas. Yo estaba de pie al lado de la puerta y de verdad no sabía qué hacer, nos quedamos paralizadas por unos instantes, hasta que finalmente me miró y me dijo que me cambiara y que empacara algo de ropa, que por esa noche no iba a dormir en casa y que no me preocupara, que al día siguiente no tendría que ir al colegio.

Yo, más confundida aún, me quedé mirándola extrañada, ella se paró, me pasó por el lado y se fue a la habitación de mis padres, la perseguí de nuevo mientras la llenaba de preguntas, pero ella no respondía, no decía una sola palabra y mantenía la cabeza agachada, intentando no mirarme a los ojos. Luego me dio la espalda y se quedó mirando a la pared. Finalmente yo no soporté, la tomé por detrás y la sacudí mientras le gritaba que me explicara lo que estaba pasando, entonces ella volteó y vi de frente su irreconocible rostro escurriendo chorros de lágrimas, luego de eso perdió el control, cayó en la cama llorando y empezó a darle fuertes golpes al colchón, lanzó unos gritos y luego, en medio de su llanto, me miró a los ojos y gritó "¡Están muertos, Mónica, están muertos!". 

Las desventajas de vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora