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      Los días llegaban y se iban, pasaban los meses, el año casi acababa y yo me sentía asustada atormentada paniqueada. Tenía miedo, miedo de que el tiempo finalmente se me escapara, miedo de no haber vivido cuando podía, miedo a ser vieja. Aunque ese colegio no me gustaba ni un poco, yo no quería terminarlo, no quería graduarme, no podía imaginarme el futuro; ser mayor de edad, salir y enfrentarme a la vida real, tener que plantear una objetivo, estudiar una carrera, ser adulto, trabajar, tener familia. Quería detener el tiempo, porque cuando el fin de curso, mi cumpleaños 18 y la graduación llegara, yo dejaría de ser yo, y yo era esa niña depresiva sin un rumbo en la vida que vestía de uniforme, que le gustaban los libros, el cigarrillo y pasar el día encerrada en la habitación, sin nada que hacer, sin ninguna obligación, sólo siendo yo. No quería crecer, pero tampoco quería vivir la vida que llevaba, ese era mi dilema, solo quería un cambio, una luz, algo que me apartara, alguien que me diera una razón para crecer, alguien que me ayudara a encontrarle un sentido a la vida. La parte feliz de esta triste historia es que encontré a esa persona.

Las desventajas de vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora