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      Tal y como ella dijo, al otro día no fui al colegio, mejor dicho, nunca más volví, y la verdad es que tampoco lo extraño en lo absoluto. Yo era la mejor de la clase, toda la vida lo había sido porque no conocía otra cosa, yo era como un robot programado por mis padres, porque estaba sometida al miedo, al castigo y a los golpes, por eso en clase no me paraba de mi silla ni siquiera a recoger un lápiz del suelo, hablaba poco y aunque tenía amigos, eran escasos y no tenía una profunda relación con ellos. Mi vida se dedicaba al estudio porque era lo único que podía hacer para mantenerme a salvo de los golpes de mi papá y de los regaños de mi mamá. Recibía diplomas y menciones de honor todos los años, pero nada de eso me hacía feliz, porque mientras los otros niños jugaban, se descubrían y hacían amigos, yo pasaba los fines de semana enteros castigada, estudiando en casa, haciendo mis tareas o en la iglesia con mis papás, y así continuó todos los años, porque yo parecía no crecer a los ojos de ellos.

Supongo que tengo que admitir que en el fondo los quería, porque eran mis padres, pero debo también admitir que les guardo un profundo rencor. Gracias a ellos, con su manía de descargar su ira conmigo, de pegarme y de prohibirme todo cuanto fuera posible, había perdido gran parte de mi vida; toda mi infancia y la mayor parte de la adolescencia, que ellos hubieran jodido igualmente si hubiesen tenido la oportunidad. Si, estos son los pensamientos que pasan por tu cabeza luego de estar sometida toda tu vida por unos padres religiosos, o mejor dicho fanáticos empedernidos, unas personas que no me dejaban ser quien yo era realmente, que creían que encerrándome en casa, golpeándome con esa correa de cuero café y llenándome a fuerza de sus creencias iba a estar completamente aislada de todo lo "malo". Me gustaría que me vieran como estoy ahora ¡ja! solo así se darían cuenta de su error.

Muchas veces en mi vida había deseado no tener papás, nadie que me controlara y me censurara, cuando era niña, incluso imaginaba con escaparme de la casa, salir y ver lo que era el mundo, poder tener la vida que tenían mis amigos, sentir, experimentar, valerme por mi cuenta. Planeé varias veces largarme de ahí, pero al final nunca fui capaz de hacerlo. A pesar de todo, después de su muerte me sentí destrozada y perdida.

De camino a mi colegio, un camión perdió el control y los estrelló de frente, nuestro pequeño auto blanco quedó en medio del camión y la fachada de un edificio, aplastandolos horriblemente. El carro quedó destrozado en la parte delantera y de sus cuerpos ni hablar. La verdad, yo no los vi, no fui capaz de hacerlo, ni siquiera quise escuchar los detalles, mi hermana se encargó de todo lo relacionado con su fallecimiento, lo poco que sé es lo que me dijo ella en aquel momento, gritando y en medio de llantos. Sí, fue ese el día en que mi vida cambió por completo, ellos nunca iban a volver, y yo no tendría que volver a esa maldita iglesia alguna vez, nunca más iba recibir otro de sus golpes, ni a soportar uno de sus regaños, ni fingir que los quería. Casi todo lo malo había acabado, pero el tiempo ya había pasado y yo ya lo había perdido, los que debería haber sido los mejores años de mi vida habían pasado sin ser vividos, sentía que me había vuelto vieja sin haber sido joven antes, y ahora con la muerte de mis padres sentía que todo había acabado para mí, todo había ocurrido justo cuando más deprimida estaba y su partida solo empeoró lo que sentía. Sentía que quería morirme.

Las desventajas de vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora