GAL (III)

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— ¿La han encontrado?

La pregunta abandonó los labios de Gal exigiendo una respuesta inmediata. Su mirada se clavó en el rostro cuadriculado y bronceado de su guardaespaldas, pero esté se mostró esquivo, incluso inquieto.

— Su padre ha pedido que vuelva a la residencia familiar de inmediato.

— ¿Han encontrado a mi hermana? — insistió Gal apretando los puños.

El hombre intercambió una mirada con Asher, buscando un poco de apoyo, pero el otro se mantuvo expectante. Igual que Gal, el hijo de Kala Meyer también quería saber cuál era la noticia sobre Erin.

— Tiene que volver a casa.

Gal crispó los puños contra su cuerpo y respiró hondo, evitando soltar un grito de pura frustración. Aquello sólo significaba una cosa: el hombre no sabía nada y si quería conocer la información, debía volver cuanto antes a casa. El apremio y la reserva sobre la nueva información, le hacía sospechar que nada de lo que le dijeran iba a ser bueno. Aunque quizás era su pesimismo quien hablaba por ella.

— Te acompaño. — dijo Asher.

El coche les esperaba justo en la entrada de la residencia Meyer, en el mismo sitio en el que la habían dejado. Gal hubiese preferido ir caminando hasta el hogar de sus padres antes que meterse en aquel vehículo, pues sólo le hacía recordar que minutos antes de su secuestro Erin había observado los sangrientos cadáveres de sus guardias. Y aunque se sentía más segura de lo que jamás se pudo sentir su hermana pequeña, la idea de quedar atrapada en aquella lata no le resultaba atractiva.

Un atolondrado hatajo de pensamientos se hizo acopio de su mente, mientras daba buena cuenta de su fe. Si alguien creyera en alguno de los antiguos y venerados dioses, Gal se habría puesto a rezar en todos los idiomas que conocía. Pero pedirle a un grupo de divinidades que trajeran a Erin sana y salva a casa, era tan efectivo como rogar porque el planeta dejara de ser un lugar inhóspito y moribundo.

Asher entró en el coche tras Gal y se acomodó a su lado, en el asiento trasero. La presencia de su antiguo novio no la hizo sentirse más calmada, sino que la puso inesperadamente tensa y nerviosa. Aquella mañana había creído que visitarlo era buena idea, pero después de su áspera charla sólo se daba cuenta de su equivocación.

Había esperado un diligente Asher Meyer, dándole su amistosa mano sin cuestionarse por su futuro, pero tras tantos años aquel pensamiento había sido ingenuo. El pasado seguía pesando demasiado entre ellos y Gal se daba cuenta de los errores cometidos, pero no había esperado todo aquel resentimiento después de casi una década.

Aunque el trayecto entre las dos viviendas apenas se demoraba cinco minutos, dado que los Meyer vivían al otro extremo de la isla, a Gal le dio la sensación de haber estado horas dentro del coche. Aún en completa tensión, cruzó su mirada con Asher de manera breve sin mediar ni una mísera palabra. Empezaba a sospechar que cualquier otra frase que saliera de los labios del hijo de Kala no sería amable.

Dentro del hogar Meraki, Athos y Zana, esperaban a su hija en el despacho principal. Junto a ellos también se encontraba el Coronel Volk y un par más de soldados que no reconoció.

— ¿Qué se sabe de Erin?

Gal no saludó, ni mostró ninguno de los gestos de respeto que tan bien había memorizado en sus años de entrenamiento en el Krav. Únicamente su cuerpo tomó una posición claramente militante, cuadrándose y cruzando los brazos por el pecho de manera defensiva.

Repasó los rostros que la acompañaban uno por uno, buscando cualquier señal que le indicara que Erin estaba bien, que volvería a casa. Pero en vez de eso, se encontró con la mirada vacía de su madre y la frialdad de su padre. Lo que significaba que la información que había llegado a ellos era dudosa.

La Bahía de los Condenados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora