DREA (VII)

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El grito abandonó sus labios justo después de que su cuerpo fuera en busca del de Holden. Había sentido el leve temblor de la explosión y, después, había oído con total nitidez el disparo. La bala que debía haber ido dirigida a ella, se había quedado en el camino y había atravesado a Holden.

Y no lo entendía.

Había visto como Rina flaqueaba, como su resiliencia a matarla se esfumaba y a su paso dejaba la duda de una joven engañada. Había respirado hondamente y se había sentido completamente aliviada, agradecida de que Holden hubiese conseguido hacerla cambiar de parecer. Pero todo se había desbaratado.

Drea vio como el amor de su vida caía al suelo, sin fuerza, y la sangre teñía el suelo de linóleo ennegrecido. El rostro de Rina fue como ver el dolor hecho persona, incapaz de reaccionar ante lo que había hecho: disparar a su hermano a quemarropa. La pistola cayó de sus manos sin previo aviso y, de haber estado cargada, habría acabado soltando otro proyectil, pero tan sólo se oyó el metal chocar contra el suelo.

La muchacha estaba en tal estado de shock que lo único que hacía era temblar y observar a Holden tendido en el suelo desangrándose. Y Drea estaba enfadada con ella por haberlo hecho, pero ¿podía realmente culparla? No tenía tampoco tiempo para ello, necesitaba pensar rápido y, si querían salvar la vida de Holden necesitaba que Rina espabilara.

—Holden —murmuró Kerr arrodillándose al lado de su hermano. Drea no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí o por dónde había aparecido, pero la presencia del chico fue como un chute vigorizante. —Resiste —pronunció con la voz rota y Drea vio que sostenía las lágrimas como podía.

—Kerr, quítate la sudadera —le dijo Drea, intentando actuar como la sanitaria que era—. Rina —la llamó con suavidad—, escúchame. Sé que no querías hacer daño a Holden, y sé que me odias, pero necesito que me ayudes.

Lo joven movió los ojos hacia ella y parpadeó como si hubiese vuelto a la realidad. Se agachó temblando al otro lado de su hermano y cruzó la mirada con Kerr.

—L-lo, lo siento —musitó Rina. No quedaba claro a cuál de sus hermanos, pero por lo que a Drea respectaba era a los dos.

Kerr le dio la sudadera y después, tomó a su melliza de la cabeza para hacer que sus frentes se tocaran. Un segundo para darle aquello que necesitaba: el valor o la tranquilidad. Drea no lo sabía, pero así actuaban los mellizos en momentos de crisis. Kerr era el sedante que Rina necesitaba para poder seguir adelante.

Drea se quitó la camisa que lleva por encima de su camiseta y la hizo jirones, similares a una venda corta. Las fue dejando sobre su rodilla hasta tener las que consideró necesario y las colocó sobre la herida abierta del abdomen de Holden, simulando unas gasas. Después colocó el resto de su camisa rota encima.

—Rina, presiona en la herida —le dijo y la chica obedeció—. No tengas miedo de hacerlo con fuerza. —La chica parpadeó, quitándose las lágrimas y asintió—. Kerr, necesito que incorpores a Holden a mi señal. Vamos a atarle la sudadera alrededor del abdomen para intentar cortar la hemorragia, ¿sí?

No necesito más explicación, pues el chico dio un cabeceo de asentimiento. Drea tomó las mangas de la sudadera y enrolló el resto hasta crear una especie de cuerda gruesa; después pasó uno de los extremos por uno de los lados de Holden y Kerr le movió con cuidado para que el otro pasara por debajo de su cuerpo. Le colocaron ligeramente de lado y Drea ató con fuerza la sudadera enroscada en la espalda, intentando presionar también en la herida trasera.

—¿Podemos moverle? —preguntó Kerr dubitativo—. Está todo el edificio rodeado de explosivos...

No era el mejor momento para añadir presión a la situación, pero era necesario conocer la situación exterior antes de ponerse a mover a Holden. Notaron una nueva detonación, pero más leve que la primera. Rina miró hacia el techo sobre sus cabezas y tembló, pero enseguida volvió a poner toda su atención en Drea y, sobre todo, en su hermano mayor.

La Bahía de los Condenados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora