Rescatar a Tasia había sido misión imposible. No sólo porque entrar en el hangar había sido tan infructuoso como intentar remar contra una tempestad, sino porque la vigilancia que los miembros del Arcadian habían puesto era infranqueable. Demasiados ojos puestos sobre ellos.
Pero aquello no había sido lo peor. Ethan aún retenía en su mente el grito de horror que soltó Lethe cuando una bala atravesó a su madre en mitad de la lluvia. Sin pensar, la mujer se introdujo entre la muchedumbre que vitoreaba y huía a partes iguales y Knox la siguió junto con Octavia. A diferencia de la Teniente, la Condenada se había quedado en shock ante el asesinato. Las posibilidades de que Tasia siguiera viva tras que aquel proyectil le atravesara el pecho eran de una entre un millón.
Pese a los esfuerzos por llegar hasta la torre de contenedores, donde se estaba llevando a cabo el juicio, no hubo manera humana de alcanzar la plataforma. Lethe fue la primera en ser detenida por los hombres de la Bahía, después él que intentó liberarla y, finalmente, Octavia que no tuvo opción a escapar.
La Taberna olía a humedad y madera podrida. Hacía frió y cuando por fin pudieron ver algo, la luz era tenue pero igual de cegadora que si le hubiesen enfocado con una linterna a los ojos. Tardó medio segundo en fijarse en cuántas personas estaban allí con ellos, y una fracción en divisar el rostro de Cora.
Por eso intentó no ser reconocido, ocultándose a medias con las sombras. Mas cuando Lethe abandonó la sala y fue el único a quien interrogar —además de Octavia— supo que estaba perdido.
Si tenía alguna esperanza porque Cora no le recordara, se esfumó en cuanto la mujer se movió con ardiente furia hacia él y le estampó uno de sus puños en la cara.
«Siempre tuviste un buen gancho de derecha», pensó mientras se frotaba allá donde le había atizado. Y pese a que el golpe no le había molestado ni un ápice, sí que lo hicieron sus palabras.
Knox apartó su brazo de la visión del resto de los presentes. Había muchos detalles sobre su partida del Taarof y su ingreso en la Academia, pero no tenía ganas de contarlo por muy enfadada que Cora estuviera con él. Habían pasado muchos años de aquello y no se arrepentía de haber tomado aquella decisión, no cuando había podido proveer a su familia y mantenerla a salvo de la precariedad de las calles de Jevrá.
Su madre ya no tenía que preocuparse de cómo sobrevivir cada mes y sus hermanos pequeños tampoco. Lo único que le carcomía la conciencia era no haber visto a su padre antes de fallecer. Sin embargo, así eran las cosas en el Krav: se dejaba la vida pasada para enfocarse en la labor como soldado y, aunque podían comunicarse con la familia, Ethan prefirió no hacerlo.
Mas Cora no iba a entenderlo nunca y Knox no la culpaba. Podía pasarse el resto de la vida enfadada con él y no intentaría enmendarlo, pues no había sido su intención encontrarse de nuevo con ella. Hacerla creer que estaba muerto era mucho más fácil de sobrellevar que oír como le llamaba traidor.
—Eras un Taarof —dijo el hombre moreno que sostenía a Cora para que no le golpeara más.
—De eso ha pasado mucho tiempo —murmuró Knox entre dientes.
—¿Qué hacías para ellos? —inquirió el hombre viejo, el que había ordenado soltarles.
Knox miró al anciano y frunció los labios. Imaginaba que era el líder de alguno de los clanes, sobre todo por la familiaridad con la que había tratado a Lethe, pero él no le debía nada. Encogió los hombros como respuesta, sin querer decir nada al respecto. Como había dicho antes, de aquello hacía mucho tiempo y no merecía la pena sacarlo a relucir.
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La Bahía de los Condenados ©
Ciencia FicciónCuando las imágenes del secuestro de Eireann Meraki se hacen virales, todo Kairos se suma en un estado de tensión. Mientras que las fuerzas del Krav intentan encontrar a la joven heredera y apaciguar los disturbios que azotan las calles de Jevrá, la...