RINA (V)

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Tan sólo con verlos, le hervía la sangre.

Ahí tan cerca, respirando el mismo oxígeno como si nunca hubiese pasado nada y Drea no hubiese sido una traidora, la hija del hombre que ahogaba a la sociedad y mataba a los habitantes sin necesidad de ser quien sesgara el golpe.

Rina apretó la mandíbula e intentó mitigar la arcada que le provocaba ver a su hermano en brazos de Drea.

—Hola princesas —saludó con indolencia a Eireann y Galia.

La última vez que había visto a la soldado estaba sedada en una celda improvisada, donde la luz no se encendía nunca. Se había sentido casi extasiada de triunfo al comprender que todas las hijas del Gobernador estaban a merced de la Bahía, pero al parecer había alzado el puño de la victoria demasiado pronto.

La pequeña de las Meraki se escondió tras el cuerpo protector de su hermana y la otra mujer. La inspeccionó con detenimiento y alzó una ceja sin tan siquiera sorprenderse de que la hija de Tasia, la misma que había visto salir de la tasca de los Ramé en compañía de su hermano, estuviera allí.

—¿Y tú quién eres? —gruñó Galia, que había alzado su arma y la apuntaba.

Tenía entendido que la Capitana tenía buena puntería y, probablemente, se hubiese asustado al ver la amenaza si Holden no se hubiese puesto en medio de todas. Típico de su hermano mayor, hacerse el valiente e intentar salvar la situación como si pudiera.

Y la verdad era que, en aquella ocasión, no podría. Porque Rina estaba dispuesta a matar a Drea y si tenía que deshacerse de las otras Meraki, así como de la hija de Tasia, lo haría. Sloan se alegraría de saber que, de una sentada, había acabado con el patrimonio de Athos Meraki.

—Es mi hermana —susurró Holden con las manos alzadas, separándose de Drea—. Por favor, no disparéis.

—Eso, no me disparéis que soy su hermana —replicó Rina con burla, cargando su propia pistola.

—Estás de broma, ¿no? —inquirió Gal, mirando a Holden por un segundo. Mas Rina se dio cuenta de que la Capitana no le quitaba la mirada de encima, temiendo que hiciera algo. Parecía la más inteligente de las tres.

—No, baja el arma —le pidió Holden con tosquedad.

Pero Galia no le hizo caso, sino que tensó más el gesto.

—Gal, marchaos —intervino Drea—. Llévate a Erin.

—Que enternecedor, intentando salvar a tus hermanitas —Rina sonrió de oreja a oreja. Estaban rodeados y aunque lo intentaran no podrían escapar de allí, pero le hacía gracia que tan siquiera creyeran que tenían una oportunidad.

Si no acababan perdidas por los edificios, acabarían encontrándose con alguien menos benevolente que ella y pereciendo en el intento de salir de allí. Pero Rina no había ido hasta el Vertedero para deshacerse de Galia o Eireann Meraki, sino para terminar con Drea Naz y hacerla pagar por su traición a la Bahía. De la misma forma que había pagado su abuela.

La tarea, sin embargo, hubiese sido mucho más sencilla si su hermano no hubiese estado allí presente. Porque puede que estuviese dolida con él, que considerara que se había dejado arrastrar por una embaucadora que le había hecho dar la espalda a su familia, pero Holden seguía siendo su hermano. Tendría que pagar un precio por sus acciones, pero no era su cometido hacer de jueza ni de verduga.

Oyó los gimoteos de Erin resistiéndose a dejar a Drea, e incluso vio como intentaba aferrarse a su hermana. Hastiada de tanto sentimentalismo, levantó el arma y disparó hacia el techo con toda la tranquilidad; como si hubiese hecho aquello mil y una veces.

La Bahía de los Condenados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora