DREA (IV)

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La presa se había convertido en un desfile de soldados que se paseaban de un lado a otro ejerciendo actividades que Drea no alcanzaba a distinguir. Un puñado de hombres y mujeres — que Tiera le explicó que eran Tenientes de escuadrón— alzaban la voz para dar órdenes por encima del sonido del agua al resto de su equipo, mientras ella y Kostas caminaban hacia el punto de encuentro con el Coronel Volk, Kala y Asher.

Drea todavía recordaba cómo funcionaba la Academia y lo que había estudiado sobre el Krav, pero prefirió hacerse la ignorante cuando Tiera comenzó a contarle qué era lo que estaba ocurriendo en cada uno de los escuadrones que sorteaban.

Aunque Kostas había sido amable con Drea y la había llevado hasta los Meyer, no confiaba en ella. Tasia le había enseñado a no fiarse ni de su sombra ni dar las cosas por hecho y, por lo que a ella respectaba, en aquel lugar sólo había una persona digna de su confianza: Kala Meyer. Ni siquiera Asher había demostrado tener mucha fe en Drea o en sus intenciones, por lo que dudaba de su lealtad. Una parte de ella lo entendía, pero la otra se sentía traicionada por su familia. Mas suponía que, después de todo lo que había hecho, se merecía recibir miradas juiciosas por parte de Asher.

Desde aquella posición, Anuket parecía una ciudad iluminada en mitad del bosque. Drea se asomó a uno de los costados de la presa y vio como el agua caía con fuerza por los lloraderos, creando pequeñas cascadas sobre la ría que serpenteaban y desaparecían en la costa de Jevrá.

Se dio cuenta de las miradas curiosas que algunos de los soldados le dedicaban, pero decidió ignorarlas. Dudaba que pudieran reconocer su rostro pues, a diferencia de su hermana, cuando su padre anunció su fallecimiento evitó mostrar ninguna imagen de ella. Andreja Meraki se hubo convertido en una incógnita para todos, lo que le facilitó convertirse en Drea.

«Recuerda quién eres», le había dicho Tasia antes de dejarla marchar. «Los Halz nunca nos rendimos», y no pensaba hacerlo. Puede que hubiese nacido con el apellido Meraki, con la marca del Gobernador, pero ahora sabía dónde pertenecía y pensaba hacer honor de las dos mujeres que dieron su vida por ella.

—Drea —oyó que la llamaba Tiera—. ¿Sigues conmigo? —Kostas le dedicó una sonrisa dentada y esperó a que llegara a su posición—. Kala, Asher y el Coronel te están esperando.

Frente a ellas se encontraba un grupo de personas, la mayoría armadas, que entraban dentro de varios vehículos todoterrenos. Drea vio la cabeza castaña de Asher y a Kala justo a su lado, franqueada por su propio equipo de seguridad. Se fijó en el resto de personas que formaban el círculo parado frente a la salida de Anuket, y vio también a Mac junto al resto del escuadrón de Lethe.

Aunque apenas recordaba a Lethe Meyer —Roth, como la llamaban sus compañeros—, esperaba que estuviera bien. Drea era una niña cuando Lethe abandonó Agora para irse al Krav, por lo que su memoria únicamente era capaz de juntar retazos de una adolescente de tez clara y cabello castaño, parecido al de Asher. No creía haber intercambiado muchas palabras con la joven Lethe, sobre todo por la diferencia de edad, pero estaba bastante segura de que la mujer no intentó acercarse a ella demasiado. Claro que, por entonces, Lethe creía que su sobrina había muerto en el parto junto con su hermana.

—Una cosa más —Tiera la cogió del brazo y bajó el tono de su voz—, Kala me ha dicho que te diga que evites decir quién eres realmente.

—¿Por qué?—inquirió Drea con sorpresa en el mismo tono de voz.

—No se fía de los Volk —agregó y le guiñó un ojo cómplice.

Drea frunció el ceño, pero de todas formas haría caso de lo que había dicho Kala. Sus motivos tendría y, no dudaba que fueran legítimos.

—Coronel, Director Volk —Tiera saludó a los dos hombres que Drea no conocía.

Uno de ellos vestía el típico atuendo negro militar, así que supuso que sería el Coronel, mientras que el otro presentaba ropa elegante típica de la isla. A Drea no le pareció que tuviera aspecto de científico, de alguien que pasaba muchas horas escondido en el Archivador o en un laboratorio; al contrario, Theodore Volk tenía un bonito color dorado sobre su piel y las manos tan perfectas que le parecieron de mujer.

Saludó a ambos hombres con el conocido gesto militar y dio un cabeceo de formalidad. Kala tenía razón, no eran de fiar y Drea lo notó con una simple mirada. La observaban como si no fuera más que escoria de la Bahía, con altanería y recelo. Aunque debía de admitir que el Coronel era menos obvio con su desprecio.

—Tú debes de ser Drea —se dignó a hablar, por fin, el Coronel—. Kala nos ha informado de que sabes dónde se encuentra Eireann Meraki, ¿no es cierto?

—Así es —respondió.

—¿Y por un casual no sabrás dónde se encuentra también Galia Meraki? —Aquella mirada podía haberla cortado en dos, pero Drea se mantuvo férrea.

—No, ¿debería saberlo? —inquirió  ella con un gesto orgulloso.

El Coronel guardó silencio e hizo un gesto de cabeza hacia uno de sus hombres, que tras echar una breve mirada a Drea, se fue hacia el todoterreno que tenían justo detrás.

A Drea le preocupaba el paradero de Gal tanto como el de Erin, pero si Kala quería que mantuviera su identidad en secreto, debía tener cuidado con cómo actuaba al escuchar el nombre de sus hermanas. Tenía que admitir que estaba nerviosa, pero convertirse en sanadora la había dotado de una paciencia que casi podía pasar por frialdad.

—Coronel, no deberíamos perder el tiempo. ¿Quién sabe si los habitantes de la Bahía no están moviéndose ya y trasladando a la joven Eireann? —apremió Kala.

A Drea le pareció que pasaban largos minutos hasta que los Volk decidieron asentir, sobre todo porque ambos hermanos tenían la mirada fija puesta en ella. Estaban esperando a que Drea diera un movimiento en falso y pudieran atraparla en su embuste, pero nada de aquello ocurrió.

La educada y perfecta hija del Gobernador había muerto en la Isla y había renacido en la Bahía. Pero de todos era sabido que los Volk tampoco habían tenido nunca buena relación con los Halz, siempre ansiando su puesto en el Krav. Y cuando Tasia se marchó, les faltó tiempo para reclamar el poder.

—En marcha muchachos —pronunció Elias Volk haciendo que todos los soldados se movieran en una perfecta sincronización hacia sus puestos.

—Voy con vosotros —Asher dio un paso hacia delante y todos los ojos se pusieron sobre él, incluidos los de Drea.

—Hijo... —Kala le aferró de la mano.

—Tranquila, madre, estaré bien —Ash se inclinó hacia ella y dejó un beso protector sobre la su frente.

Drea pudo ver la intranquilidad en la mirada de Kala, pero guardó silencio como si supiera que no podría hacerle cambiar de opinión. Asher se aferró del asa de la mochila que llevaba y se paró al lado de Drea mientras ambos dejaban que los soldados se subieran a los vehículos.

—No me fío de ti —repuso Meyer en un susurro—, pero confío menos en los Volk.

—Eso me han dicho —replicó Drea.

—No te separes del escuadrón de Lethe, ni de Mac —agregó y se subió a la parte trasera del todoterreno en el que el hombre los aguardaba.

Agarró la mano de Asher cuando él estuvo arriba y también entró dentro del vehículo. No quería pecar de desconfiada, pero podía notar la tensión de todos los que estaban allí. Miró hacia el suelo un breve segundo, intentando convencerse de que aquello era buena idea y únicamente volvió el rostro hacia el exterior cuando oyó la voz del Coronel dando la orden de moverse.

Sin embargo, Drea no miró a ninguno de los hermanos Volk, sino que sus ojos se detuvieron en Kala Meyer y sintió que, una vez más, estaba perdiendo a su única familia.


***Este capítulo continuará en DREA V***

La Bahía de los Condenados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora