HOLDEN (V)

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Un relámpago surcó todo el cielo y aterrizó a escasos metros del vehículo de los soldados, con tan mala suerte que a su paso rozó la antena de la radio. Esta emitió un leve gruñido y después soltó un chispazo que Holden sintió entre sus dedos.

—¿Tenéis otra forma de contactarles? —preguntó y miró a los dos soldados de manera intermitente.

—¿Tú qué crees? —fue la respuesta de Knox, que se encaramó por encima de la puerta del conductor—. Movámonos, si esa exnovia tuya se parece lo más mínimo a  su tía o a su hermana, ya debe de estar dentro del edificio.

Y Holden supo que tenía razón, pese a que le hubiese gustado pensar que Drea tendría más cuidado; sobre todo ahora que su verdadera identidad se había destapado y todos la buscaban. Mas la mujer habría perdido una parte de quien era si se hubiese escondido y dejado que sus hermanas pagaran por ella. Y esa, no era la Drea Naz que conocía, aunque quizás sí lo fuera una joven y asustada Andreja Meraki.

Cuando llegaron hasta las afueras del Vertedero, la mitad de las instalaciones estaban iluminadas y Holden pudo comprobar como los hombres y mujeres del Clan Aster se movilizaban cargados con todas sus armas.

«Kerr espero que hayas salido de ahí», pensó para si mismo mientras observaba como la Bahía se preparaba para la guerra.

Sin embargo, entrar en las instalaciones iba a ser más complicado de lo que Holden habría imaginado. El ala de los Taarof, el que controlaba los Skjegge, seguía a oscuras y no podía asegurar que los chicos y chicas se hubiesen quedado allí. Conociéndoles, lo más probable era que la gran mayoría hubiesen huido hacia Jevrá, mientras una pequeña minoría se habría visto arrastrada por las ganas de rebelión.

—Allí —señaló Lethe por la ventana, tras echar un vistazo por unos prismáticos—. Parece que el Coronel no ha escatimado en soldados.

Holden tomó los prismáticos que la mujer le tendía y comprobó sus palabras. Un grupo de diez vehículos, muy parecidos al que ellos estaban usando, aguardaban entre los restos de la devastación en el Vertedero.

—¿A qué esperan? —inquirió Holden.

—A atacar —respondió Knox—. Lo que quiere decir que tu escuadrón es el cebo.

Lethe soltó una maldición y después se giró hacia Holden y le preguntó:

—¿Cómo entramos sin que nadie nos vea?

—Podemos aprovechar la falta de luz del ala oeste y cruzar directamente por el patio. —Holden señaló más o menos a lo que se refería, aunque la luz era escasa—. Estarán más preocupados de asegurar el edificio este y habrán cerrados los accesos de los Taarof.

—¿Qué hay en el edificio este? —se interesó Lethe.

Y para sorpresa de Holden no fue él quien respondió, sino Knox.

—Armas, tecnología, cualquier objeto de valor con el que poder comerciar...

—¿Siempre lo has sabido y nunca informaste? —Le reprochó la hija de Tasia.

Holden se vio en una repentina partida de Pin-Pon.

—No creo que sea el mejor momento para tener esta conversación —interrumpió la discusión antes de que fuera a más—. Si queréis ayudar a vuestros amigos, más nos vale movernos.

Ninguno de los dos tenientes puso pegas al respecto y bajaron del vehículo. Esperó a que ambos tomaran todo lo que necesitaban del maletero y, usando los prismáticos en modo nocturno, se aseguró que no hubiese nadie cerca del patio.

—Lo necesitarás. —Lethe le tendió un arma, un par de cargadores y una lente de visión.— No tenemos más chalecos, pero si llevaras uno...

—Sería sospechoso —terminó Holden la frase de la mujer—. Estaré bien.

La Bahía de los Condenados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora