RINA (III)

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—¡Te dije que no nos podíamos fiar de ella! —exclamó Rina moviéndose por toda la habitación.

Habían pasado horas desde que Drea plantó a su hermano en el altar. Rina estaba tan enfurecida que la idea de matarla con el cuchillo nupcial, casi le parecía el único plan bueno que había tenido en todo el día. Ablandarse con unas cuantas palabras de Holden fue una estupidez, pero se había dejado cautivar por la confianza.

Una vez más su hermano mayor demostraba que tenía una pésima habilidad para tomar decisiones.

—Es que lo sabía. ¡Es una maldita traidora! —siguió en su discurso, despotricando contra la que casi fue su cuñada—. Y encima, va y desaparece. ¿Qué conveniente y sospechoso no?

Por supuesto los Skjegge habían querido una explicación de la novia a la fuga. Habían dejado que el vendaval se calmara lo suficiente antes de hacer nada. Sin embargo, cuando Holden descubrió que Drea se había llevado sus cosas y no estaba en el hogar que compartía con él, fue Wallace quién tuvo que visitar a Tasia Naz para hablar del agravio sufrido. Pero ni siquiera la vieja sanitaria conocía dónde se encontraba su protegida.

—Rina, ya sabes porqué se ha ido —Kerr estaba sentado en uno de los viejos sillones del salón—. No sé porqué sigues con el puto tema.

—¡Porque nos ha mentido a todos! —escupió Rina—. Especialmente a Holden.

Kerr se echó hacia delante, apoyó los codos sobre sus piernas y se sostuvo la cabeza entre las manos.

—En la Bahía nadie es precisamente honesto —repuso su mellizo masajeándose las sientes—. Decir que es una mentirosa tampoco es que sea una gran novedad.

—Pero el resto no vamos de santurrones, sabemos lo que somos y no lo escondemos.

A Rina le había venido de perlas el desenlace de la historia. Pues aunque había buscado mil y una maneras de destrozar la boda de su hermano, nunca se le habría ocurrido pensar que sería la propia Drea la que acabaría con el enlace. En parte, se sentía agradecida de que Naz hubiese tomado la decisión por sí misma.

—¿Maleantes, ladrones y asesinos? —Kerr bufó—. Tampoco es que me sienta orgulloso de ello.

—Porque te has ablandado desde que conociste a la princesita. —Rina cruzó los brazos por el pecho y clavó la mirada en su mellizo—. Igual que nuestro hermano.

Al otro lado de la habitación, la puerta de entrada se había abierto y Rina no se dio cuenta de ello. De hecho, fue la mirada de Kerr quien la alertó de la reciente presencia de Holden.

Igual que el Clan Naz, en cuanto el mayor de los Skjegge supo que el paradero de Drea era un misterio, se sumó a la búsqueda. Como un perro siguiendo a su dueño, presa de atenciones. Rina le aconsejó que no lo hiciera, que no fuera tras ella, pero Holden hizo oídos sordos.

—¿Qué has dicho? —siseó el hombre con tono amenazador.

Rina suspiró y se giró con tranquilidad para encarar a su hermano. Lejos quedaba el rostro de felicidad que había visto aquella mañana. Un espejismo, una sombra oscurecía el semblante de Holden, convirtiéndole en una figura llena de ira y tristeza.

—Nada —respondió Rina, con un extraña sensación de intranquilidad hacia la reacción de su hermano—. Que parece que a Kerr y a ti os ha parido la misma madre.

No fueron exactamente sus palabras, pero sí lo que quiso dejar implícito: que sus hermanos se parecían, poniendo en su punto de mira al mismo tipo de mujer. A ojos de Rina unas falsas mosquitas muertas, que habían conseguido encantar a los dos con sus artimañas y su retorcida apariencia de inocencia.

Notó como el cuerpo de Holden se tensaba aún más —si es que eso era humanamente posible— y rechinaba los dientes. Rina sabía que intentaba morderse la lengua, no soltar lo primero que se le pasara por la cabeza, porque Holden Skjegge siempre tenía que mostrar todo su autocontrol; sobre todo ahora que acababa de convertirse en el hazmerreír de todo Anthrax. Pero a ella no le engañaba.

—A los dos os gustan las princesas —añadió la muchacha torciendo la boca.

Por muy intimidada que se sintiera por el aspecto de Holden, no podía perder la oportunidad de contarle lo que Sloan había compartido con su padre horas antes.

—Estoy cansado de tus bobadas, Rina —gruñó—. No tengo ni el día, ni el tiempo para escuchar tus teorías conspiradoras.

Rina soltó una pequeña risotada.

—Es que no es ninguna teoría, es la pura verdad. —Levantó el mentón orgullosa—. Casi te casas con una muerta, lo que es bastante asqueroso si quieres mi opinión. —Hizo una mueca, pero un segundo después se recompuso—. Tu ex es una mentirosa patológica, que de hecho ni siquiera se llama Drea.

—Rina, déjalo —suspiró Kerr, pero ella no hizo caso.

—Su nombre quizás te suene —Rina continuó con sus discurso, teatralizando la exposición—: Andreja Meraki —pronunció pausadamente para que Holden captara bien cada sílaba que componía el nombre de la mujer que le había abandonado—. Espera, ¿no es ese el apellido de la familia gobernante?— Se giró a Kerr, después a Holden con los brazos extendidos y una fingida expresión de sorpresa en el rostro—. Cuanta coincidencia junta.

—¿De qué coño estás hablando? —espetó Holden de mal humor.

—De que ahora mismo nuestro padre está interrogando a Tasia Naz por haber escondido durante los últimos diez años a la primogénita del Gobernador. —Viendo el rostro de incredulidad que se había alojado en Holden, Rina se volvió hacia Kerr—. ¿Te importaría decírselo tú?

Observó a sus hermanos como una partida de pin-pon, esperando a que su mellizo corroborase sus palabras, todo ello sin perder la sonrisa retorcida de sus labios.

—Sloan ha aparecido antes, mientras la buscabas, y nos lo ha contado —Kerr encogió los hombros—. Creen que Tasia lo sabía y la escondía a propósito.

—Probablemente la vieja lleve todos estos años trabajando para Athos y nosotros sin saberlo —añadió Rina con fastidio.

Holden no se movió de su posición. Igual que le había pasado en la boda, tras ver como era vilmente rechazado por Drea, se quedó anclado al suelo. Rina no estaba intentando hacer daño a su hermano mayor, pero era mejor que se enterara cuanto antes de lo que estaba sucediendo y del error que estuvo a punto de cometer. Pero no se había esperado verlo tan derrotado, no era propio de él.

Un atisbo de culpabilidad se hizo acopio de su mente y se arrepintió de haber actuado de manera tan poco respetuosa. Fuera quien fuera esa mujer, y aunque Rina hubiese tenido razón durante todo ese tiempo, Holden había confiado tanto en Drea como para estar dispuesto a casarse con ella. Y puede que Rina creyera que sus hermanos tenían un pésimo gusto en mujeres, pero Holden sólo había demostrado ese tipo de confianza con ella y con Kerr. Ciega y leal hasta la muerte.

Oyó los pasos de su mellizo moviéndose en pos de la figura fantasmagórica del otro hombre y, segundos instantes antes de que le alcanzara, la luz de la casa se esfumó.

—¿Qué pasa ahora? —refunfuñó Rina.

—Se ha ido la luz —contestó Kerr.

—Eso ya lo he notado genio —chasqueó la lengua ella—. ¿Por qué demonios se ha ido?

—Quizás ha saltado. No sería la primera vez —repuso su mellizo.

La figura de Holden se movió como una sombra más en la penumbra y se acercó hasta una de las ventanas. Rina siguió la estela del hombre y le pareció ver que Kerr hacía lo mismo.

—No ha sido sólo aquí —murmuró Holden.

Rina se encaminó hacia el lugar donde se encontraba en ese instante su hermano mayor y, entonces, lo vio: Anthrax entera estaba en completa oscuridad. Y si no había electricidad en toda la Bahía, sólo podía significar una cosa: les habían cortado el suministro.

La Bahía de los Condenados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora