Athos Meraki estaba sentado tras su escritorio, dando la espalda a los miembros del Consejo del Gobernador mientras observaba las olas rompiendo contra las rocas de la isla.
Hacía escaso día que había descubierto que su hija Galia se había escapado de la seguridad de Agora y se había visto obligado a convocar una reunión extraordinaria del Consejo. No para hablar de la reciente desaparición de su hija mediana, la cuál todos creían que seguía en sus dependencias, sino para tratar asuntos de Estado.
—¿Cómo se encuentra tu hijo, Kala? —la voz de Artemis Kostas se elevó por encima del resto de los miembros.
—Está bien, Artemis, gracias por tu preocupación —contestó la matriarca de la familia Meyer. —Volverá pronto a casa.
La explosión del Hospital General de Jevrá había dejado en mal estado a Asher Meyer, quién ahora se recuperaba en uno de los pisos que la familia tenía en la ciudad. Era poco frecuente que alguno de los miembros de la casa Meyer descansara en las residencias que habían adquirido en el centro de la urbe y, sin embargo, debido al mal estado de Asher, Kala había confiado plenamente en la decisión de su sobrina Lethe de no trasladarle a la isla por el momento.
—No podemos consentir que los despreciables habitantes de la Bahía sigan atentando contra este Gobierno, debemos hacer algo y cuanto antes. —Esta vez habló el representante de la casa Volk, el hermano menor del Coronel. —Ya es hora de movilizar al Krav, aumentar la seguridad de las calles y hacernos con el control de las áreas inhabitables.
—¿Está tu hermano de acuerdo con lo que planteas, Theodore? —preguntó Kala con una afable sonrisa en los labios—. Porque tengo mis dudas.
—Los Condenados están pidiendo a gritos una guerra y deberíamos plantarles cara —apostilló el hombre molesto.
—No dejaré que las fuerzas armadas ataquen a la Bahía hasta que no tenga a mi hija de vuelta. —Athos se giró sobre su silla y apoyó los codos sobre su escritorio. Alzó la cabeza y miró a los miembros de la Cúpula con frialdad—. El Krav se mantendrá en posición de defensa hasta que yo diga lo contrario. Pero aunque no presentemos batalla armada, no cederemos ante su terrorismo. —Los ojos del Gobernador se posaron en los de Kala Meyer y respiró hondo—. Quiero que les cortes el suministro de electricidad.
Todos los allí presentes, salvo la misma Kala, mostraron sorpresa. En cambio, la mujer entrecerró los ojos y sostuvo la mirada al Gobernador.
—Sabes las consecuencias que puede traer consigo eso, ¿verdad Athos?
—Sí —respondió el Gobernador sin flaquear—. Esto es lo que pasa cuando deciden secuestrar a mi hija y creer que pueden jugar conmigo.
Kala torció el gesto, pero finalmente dio un cabeceo de asentimiento. Cortaría el suministro eléctrico que les facilitaba a los de la Bahía, pero tomaría precauciones.
—Atacarán las instalaciones de Anuket —dijo Artemis alarmada—. Si hacemos eso...
—No te apures Artemis, estoy segura de que el Krav será tan amable de aumentar la seguridad privada de la presa y de la central, ¿verdad? —Los ojos de Kala se posaron sobre Theodore.
—Por supuesto —contestó el hombre tras un momento de dubitación.
—Será la ciudad la que pague las consecuencias —intervino Leo Dayan, el único miembro de la Cúpula que vivía en Jevrá—. La población no está contenta con los atentados y tanta patrulla por las calles. Los disturbios están creando segregaciones y muchos se están uniendo a los Taarof.
La sala se inundó de un tenso silencio. Aunque el trabajo de Leo era mirar por el porvenir de la ciudadanía, en la situación actual ponía al resto del Consejo entre la espada y la pared. La única manera de mantener segura Jevrá era usando a los soldados del Krav, pero buena parte de sus habitantes odiaban al servicio de fuerzas armadas lo que provocaba incluso mayores conflictos.
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La Bahía de los Condenados ©
Ciencia FicciónCuando las imágenes del secuestro de Eireann Meraki se hacen virales, todo Kairos se suma en un estado de tensión. Mientras que las fuerzas del Krav intentan encontrar a la joven heredera y apaciguar los disturbios que azotan las calles de Jevrá, la...