KERR (II)

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Estaba vivo. Eso era lo único en lo que pudo pensar tras notar la sensación de vacío bajo sus pies. Y pese a que la caída no duró mucho, tan sólo un piso, el choqué contra el suelo fue impactante y agresivo. Como para haberse matado. Por suerte, no había sido así y tanto él como la princesita estaban de una pieza.

Notó que Erin temblaba bajo su abrazo. En mitad del caos, no supo cómo, pero se había lanzado contra el menudo cuerpo de Meraki y la había protegido contra una de las esquinas del ascensor. La heredera se aferró a su sudadera y no gritó, si no que parecía que le daba la bienvenida a la muerte.

—¿Estás bien? —Kerr rozó uno de sus codos y bajó la mirada. Erin parecía una niña agazapada contra él y, por un momento, creyó que no iba a contestarle, pero la chica finalmente asintió—. Bien, ahora vamos a intentar salir de este cacharro, ¿de acuerdo?

Erin levantó la mirada, parpadeó no sin cierto temor y volvió a mover la cabeza en gesto afirmativo. Kerr sabía que la heredera estaba asustada, y ya eran dos aunque él no lo fuera a reconocer, pero no podían dejar de moverse. Sin tan sólo hubiese podido llevársela tranquilamente como Holden le había dicho, todo habría sido más fácil. ¿Pero quién esperaba que su hermana la soldado apareciera en la ecuación? Él, desde luego, no.

Se separó lentamente de la chica, observando con sorpresa lo dura que era aquella cabina. Levantó la mirada y echó un vistazo al hueco que tenía sobre su cabeza, por el mismo que habían entrado. Podría alcanzarlo y escalar hasta el piso superior, claro que primero debería ser capaz de abrir las compuertas de dicha planta. Miró a Erin, que había seguido la dirección de su mirada y enseguida sacudió la cabeza.

—Ni lo pienses —dijo la heredera—. No voy a trepar por ahí.

—Tarde, Meraki —chasqueó la lengua—. Ya lo he pensado. ¿Quieres salir de aquí o no?

—Sí, pero...

—Pero nada. —Kerr señaló el hueco—. Esta es la única forma de salir, así que ven que te voy a aupar.

—No —insistió ella—. Esperaré a que Gal y Uriel nos encuentren y nos saquen de aquí.

—¿Por qué eres tan burra a veces?

—Porque no quiero morir subiendo por ahí —gruñó en un quejido tembloroso—. Casi nos matamos bajando y, sinceramente, preferiría no tener que volver a sentir como hago caída libre.

En eso último no podía quitarle la razón, a él tampoco le apetecía repetir esa experiencia —a menos que su vida no dependiera de ello, porque entonces igual sí—, pero era la forma más sencilla de salir de aquella caja metálica.

—Se está formando una guerra ahí fuera y tú quieres esperar a que tu hermana aparezca, cuando lo más seguro es que esté muerta —masculló entre dientes.

No lo vio venir, pero sí que sintió la mano de Erin golpeando con la palma abierta sobre su cara. Kerr se frotó la mejilla, sorprendido por la reacción de la heredera.

—Está viva —masculló con dureza.

—Oíste los disparos —dijo más cauteloso esta vez—, es una posibilidad.

—No lo sabes, así que no vuelvas a decirlo.

Kerr levantó las manos en señal de rendición. Le parecía curioso que Erin sacase fortaleza para defender a su hermana, mientras que cuando se había tratado de ella siempre había actuado con sumisión. Al menos ahora sabía que la heredera tenía una chispa latente viviendo en ella, aunque no la usara de forma egoísta. Una pena, porque le gustaba esa vena airada de Meraki.

—Bien —concedió—. Si no quieres subir por ahí —señaló hacia el techo—, dime cómo salimos.

Con gesto altanero Kerr se apoyó contra una de las paredes del ascensor, mirando a la heredera con expectación. La chica echó una mirada hacia arriba y después alrededor de la cabina. El espacio era reducido y con solo dar un paso, ambos volverían estar uno encima del otro. Kerr supuso que era cuestión de tiempo que Meraki se diera por vencida y cediera a su idea, pero en vez de eso comenzó a aporrear las puertas metálicas y gritar:

La Bahía de los Condenados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora