KERR (III)
Knox era buen tipo o esa era la impresión que le había dado a Kerr mientras se movían hacia el piso superior del edificio. Todo lo bueno que le podía parecer un soldado, claro. Porque ese era el gran fallo que tenía su compañía: que era otra marioneta de la Academia y, por tanto, de Agora.
—Me suena tu cara —comentó Kerr.
—¿Ah, sí? —Knox era estoico. Esa era la mejor definición que a Kerr le venía a la cabeza al verlo. Y pese a que el hombre mantenía las distancias con él —y probablemente con todo el mundo—, seguía sintiendo cierta familiaridad con él. Una de un tiempo ya olvidado.
—Sí, pero debes de tener una cara común —sentenció.
Estaba seguro de que el soldado no iba a ayudarle y, dadas las circunstancias, tampoco es que a Kerr le importara lo más mínimo. Ninguno de los dos parecía demasiado animado en la presencia del otro, aunque Knox no era tan agresivo con él como lo había sido Galia Meraki. Le daba la impresión de que aquel no era el primer rodeo del soldado con los Taarof, ni con gente de la Bahía.
Mas si era un simpatizante de Anthrax, no daba ninguna muestra de ello. En cambio el soldado se limitaba a caminar junto a Kerr y asegurarse de que no había moros en la costa, cada vez que giraban en una esquina o cambiaban de corredor.
Subieron al piso superior con la intención de bajar por las otras escaleras del edificio hacia la guarida de los Taarof. La planta baja parecía estar desierta, lo que era sorprendente cuando la mitad de la Bahía buscaba a Andreja Meraki y la otra mitad a Galia y Eireann. Aquel sitio debía de estar plagado de condenados, moviéndose de un lado para otro en un intento de guardar el edificio y encontrar a las mujeres. Pero no.
Kerr se movió silenciosamente hacia una de las ventanas que daban hacia el patio delantero, aquel que algún día habría servicio de aparcamiento y entonces lo comprendió todo.
—Están poniendo explosivos alrededor del edificio —masculló Kerr por lo bajo, viendo como una joven trabajaba bajo la ventana adyacente a la que él usaba para mirar.
—¿Quiénes? —inquirió Knox alarmado, acercándose hasta la ventana para verlo con sus propios ojos.
—Nosotros, al parecer —respondió con un resoplido.
Knox soltó una maldición y Kerr lo secundó. Si querían salir de allí con vida, deberían darse prisa o acabarían siendo sepultados por los escombros del otrora psiquiátrico. Eso quería decir que tenían que encontrar a los amigos del soldado y, con suerte, serían capaces de dar con todos los demás. Con un poco de suerte y Erin ya estaría fuera de peligro, gracias a la hija de Tasia y a Holden.
Eso esperaba, al menos.
El soldado fue el primero en moverse hacia el otro lado del edificio, haciéndole un gesto a Kerr para que le siguiera. Pero en el momento en el que se giraba para continuar su camino, la vio: Rina acababa de colarse por una de las puertas traseras y sin darse cuenta de su presencia, descendió por las mismas escaleras por las que él había subido instantes antes.
«¿Qué estás tramando, Ri?», se preguntó.
Conociendo mínimamente a su melliza nada bueno. Eso por descontado, porque Kerr sabía lo furiosa que estaba con todo el mundo. Mientras él había decidido confiar en Holden y seguir sus directrices, ella había decidido avivar su sed de venganza siguiendo la estela de Sloan Aster. Aunque aquel patrón de destrucción hacía tiempo que lo perseguía, como si fuera su sustento para vivir.
Y no lo entendía, pero como siempre Kerr se había dejado arrastrar por ella. El problema era que ya no estaba tan seguro de querer seguir protegiéndola. Si Rina quería crear el caos, él no tenía porqué seguir detrás como si fuera un perrito faldero. Pero era su hermana y la necesidad de protegerla era más grande que cualquier disputa que pudieran tener.
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La Bahía de los Condenados ©
Ciencia FicciónCuando las imágenes del secuestro de Eireann Meraki se hacen virales, todo Kairos se suma en un estado de tensión. Mientras que las fuerzas del Krav intentan encontrar a la joven heredera y apaciguar los disturbios que azotan las calles de Jevrá, la...