Lola desaparece

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─ ¿Lola? ─pregunté al despertarme, pero no respondió. ─Lola despierta, vamos a desayunar.

Busqué en su recámara, fui a la cocina, salí al balcón, bajé las escaleras, salí al patio, caminé unas cuadras, busqué en las tiendas, indagué con los vecinos, subí al coche y manejé todo el día. Regresé, volví a buscar en el patio, subí las escaleras, me fijé en el balcón, me senté cansado en la sala no había comido nada, comí galletas y volví a su cuarto.

No estaba.

Terminé sin éxito la cuarentava llamada, envié el mensaje número 30 y esperé toda la noche pegado a la puerta principal, pero no llegó.

Sabía que la policía haría algo, aunque no había recibido ninguna noticia de ellos. Iba a poner carteles de ella hasta el siguiente día por si no había llegado. Papá estaba mucho más preocupado que yo, y nos turnábamos la guardia para buscarla en varios callejones de noche.

Pasaron dos semanas, y no supimos absolutamente nada de ella.

La casa estaba siempre en silencio, no ensuciábamos trastes porque comíamos siempre fuera, todo se empezó a llenar de polvo y no teníamos tiempo para limpiarlo. Por 15 días la conversación entre mi padre y yo era esta:

─ ¿La encontraste?

─No.

Viajé hasta la casa de Lotta, no estaba ahí. Le rogué con lágrimas que me ayudara a buscarla y que me dijera donde estaba, ni ella sabía. Volví a casa esa misma noche sin dormir, no tenía sueño, no tenía hambre, sólo tomaba agua en todo el día.

Pasó otra semana, no recordaba la casa tan triste y vacía, creía escuchar su voz llamándome aun sabiendo perfectamente que eran ilusiones. Busqué en su diario, debajo de su cama, en los rincones más oscuros, rompí su cama y su espejo con sus fotografías de la ira, ni una nota ni una carta y ni un mapa guardado.

Me quedaba sin opciones y no tenía amigos ni contactos. Nadie la había visto, y la policía no había hecho nada.

Papá y yo ya no nos hablábamos, no había nada qué decir, la pregunta y la respuesta eran las mismas de siempre, nos tuvimos que convencer con mucho dolor en nuestro corazón de que no iba a volver.

Lola se había ido, con temor podría decir que para siempre.

Él no lo decía, pero sabía que mi padre me culpaba por la pérdida de mi hermana, y el recuerdo de que mamá tampoco lo hacía sentir peor.

Entré a su cuarto al final del mes y vi un frasco al lado de la cama, miré la etiqueta y después lo volteé a ver a él. Iba a perder todo mi respeto si se suicidaba.

No despertó hasta tres días después.

No llamé a una ambulancia, no volví a insistirle a la policía, ni siquiera fui a un médico por la mala salud y condición física que tenía.

Me moría poco a poco, pero no me importaba.

¿De qué sirve vivir si no tienes una razón para hacerlo?

De todos modos, no era tan cobarde como mi padre. Seguiría buscando a Lola costara lo que costara, incluso si perdía toda la esperanza, la seguiría buscando.

Mi padre dijo que él ya no tenía nada que hacer viviendo ahí, él daba por muertas a ambas, y me obligó a empacar mis maletas e irme con él a casa de sus padres. Hace años que no veía a mis abuelos, cuando escucharan la noticia de Lola se les rompería el corazón. No tenía mucho que empacar, y no tenía ganas de un viaje largo de 8 horas.

Charlie y LolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora