VI: RÍO DE ORO

1.8K 172 6
                                    


Marina arrugó los ojos cuando los dedos se le atascaron en los cabellos revueltos de Marta Bahía. Era la tarde de veinticinco y la niña había estado jugando en la tierra, arena y caucho de las resbaladillas del parque infantil de la zona Guacamayos. Con las trenzas revueltas y algunas varas en el cabello, Marta corrió hasta su hermana mayor cuando Antonio Domínguez, su compañero de juegos, se burló de su apariencia.

—Te dije que usaras una coleta — reprendió Marina derrotando a un nudo.

—Los chorizos se ven más bonitos — replicó Marta mirándose las manos grises de suciedad.

—Son trenzas, Marta, no chorizos.

—Pues a mí me parecen chorizos.

Marina se carcajeó rodando los ojos y continuó su labor de arreglar el cabello de su hermana menor. Ensimismada con los pelos oscuros de Marta, perdió su atención en los columpios y el subibaja. Los otros dos Bahía, Max y Marco, jugaban por separado con sus respectivos compañeros de juego, por lo que Marina no sintió que tuviese que vigilar a los tres en todo momento, después de todo, había más adultos en la zona cuidando.

—Mar — llamó Marco de repente —, ¿me ayudas a jugar escondidas?

La nombrada dejó el cabello de su hermana y miró al trillizo que por igual estaba casi gris del polvo de los juegos. Enarcó una ceja preguntando a su hermano si acaso no sabía jugar, pero el niño negó argumentando que se le estaba complicando encontrar al otro jugador. Marina torció la boca señalando a Marta, asegurando que por el momento era más importante que su hermana recobrase el cabello sin ser trasquilado.

—¿Hace cuanto comenzaron a jugar? — preguntó Marina lanzando una barita al lado de Marta.

—No sé, estaba buscando a Max para enseñarle un mayate al que le amarré un hilo, pero ya no lo vi y pensé que estábamos jugando a las escondidas.

Marina miró por todas partes del parque como ideando que estaría entre los juegos o que pronto escucharía su risita al intentar asustarla, algo que Maximiliano disfrutaba sin medida. Pasando los minutos Marina se puso de pie nerviosa, preguntando a las madres a su alrededor si lo habían visto, recibió gestos negativos que solo sirvieron para ponerla aún más nerviosa.

Le pidió Marco que se quedase con la niña mientras ella se encargaría de buscar el jugador faltante. Ambos niños obedecieron, algo que también era muy característico de los hermanos Bahía, ser lo suficiente obedientes como para desaparecer por cuenta propia solo para jugar con Marina o los otros dos niños.

Lo llamó con una mano pegada a la mejilla para lograr más potencia y sonido. Sin recibir premio alguno, continuó buscando incluso fuera del parque, que conectaba con un bosque pequeño junto a un río que en tiempos de lluvias, se volvía peligroso. Con el último Maximiliano que pronunció, recibió un quejido que reconoció al instante.

Corrió hasta un arbusto donde sacudiendo las hojas, cruzó miradas con la oscura de su hermanito. Suspiró aliviada y estiró una mano para que él la tomase y sacarlo de ahí, pero cuando le rozó las puntas de los deditos regordetes, algo jaló a Max con velocidad. El niño gritó desapareciendo entre el camino del bosque, provocando que Marina imitase el sonido y se congelase por unos segundos que le parecieron horas. Se reprendió al instante por no reaccionar y regresó al parque donde le pidió a la vecina Gutiérrez los dejase en su casa.

La mujer no pudo terminar de preguntar que ocurría cuando Marina salió disparada por el mismo camino que lo que había jalado de Maximiliano. Con la boca seca y las muñecas temblándole, continuó llamando a su hermano con esperanza de que fuese una broma, pero ella ya sabía de que se podría tratar, de esas cosas que Jin se rehusaba a explicarle que eran.

Océano de Huesos {Los Dones de la Muerte I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora