XXII: NIÑA DE PLATA PERDIDA

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Marina abrió los ojos cuando Jin le aseguró que Nando ya no estaba en las paredes y parecían estar cambiando de memoria. Ella sonrió aliviada y suspiró pasándose las manos por el rostro. Sacudió los pies dispuesta a continuar y esperando por fin terminar, Jin le aseguró que probablemente ya no faltaba demasiado.

El pasillo tintó nuevamente la casa de los Bahía en Cuervo, Jin supuso que casi todas las memorias de Marina se centraban en su hogar, por lo aprendido previamente, donde se encargaba casi al cien por ciento del hogar. En la sala de la casa, apareció Miguel, a lo que Jin no preguntó y esperó a que la imagen respondiera por si sola. La cual lo hizo en cuestión de segundos.

Me he equivocado— habló el hombre con un ligero dolor en la melodía de sus palabras —, pero estoy aquí para intentar remediarlo, cuidando de ustedes.

Los niños no dijeron mucho, el único que parecía disconforme fue Marina, con las cejas casi juntas y tomando el hombro de Marino, protegiendo a los trillizos que se escondieron detrás de ambos hermanos mayores, quienes tampoco podían defenderlos mucho.

¿Remediar? — se burló Marina joven.

—¿No nos puede venir a cuidar la abuela? — preguntó Marina.

Mi madre es demasiado mayor para venir a cuidar a cuatro niños, y mucho más para viajar hasta esta isla desolada.

¿Y el abuelo? — interrumpió Marina nuevamente.

Se murió — soltó Miguel sin problema alguno.

Marino no dijo más y Miguel rebuscó en su maletín un cigarro mirando a sus hijos crecidos, volviendo a prometer que los cuidaría bien esa vez, porque se estaba tratando y ya tenía meses sin tomar sustancias peligrosas, todos le creyeron, menos Marina quien podía ver las mentiras en el alma de las personas.

Las paredes cambiaron con velocidad dejando ver transcurrido tal vez un año, donde Miguel seguía en casa de los Bahía, pero lucía distinto. Tenía una expresión más cansada y simple, que demostró al vestir de una manera menos elegante. Los cuatro hermanos, dejando de lado a Marina, aparentaban una felicidad que Jin no conocía en las memorias de ella.

Marina le explicó de forma breve como, si de arte de magia se tratase, Miguel cambió para bien, cuidándolos bien por alrededor de un año, donde ella incluso comenzó a creerle, a perdonarlo, casi. Miguel prontamente, con el cambio de actitud, se volvió amada por los niños y el pueblo, como una de las personas más cálidas y caritativas.

—Hasta que murió — murmuró Marina, Jin la miró sorprendido.

Jin tenía años sin oír del fiscal que llevó el caso de su padre y sus adjuntos, como Marcel, pero no esperaba que verdaderamente estuviese muerto. Por lo que no pudo evitar preguntar con intensidad.

—¿De que murió?

Marina estuvo por responder, pero las paredes parecieron escuchar a Jin, y mostraron por cuenta propia, la razón de que Miguel falleció. A Marina no le molestaba ver la escena, porque esa la recordaba a la perfección y más que tristeza, sentía una rabia impresionante.

Miguel se despidió de Marina joven en la memoria, le dedicó una sonrisa y tanto ella como los hermanos, partieron a la escuela por la mañana. Cuando dio la media mañana, Marina había olvidado la merienda y volvió a casa caminando y hablando con entonces su amiga Érica. La amiga esperó fuera mientras Marina del pasado entró en casa llamando a su padre. Al Miguel no responder, la buscó por varias partes de la casa hasta reparar en su habitación de él. Abriendo sin mucho cuidado la joven Marina dio u brincó hasta atrás cuando vio a su padre tumbado a mitad de la habitación.

Océano de Huesos {Los Dones de la Muerte I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora