XVI: DIVINIDADES DE ORO

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Cuando Ari levantó la mirada, le costó trabajo de más. Sentía el ambiente a su alrededor lo suficientemente gris como para hacerle competencia a sus ojos. El frío no era tan sencillo de sentir y eso lo resintió su frente que comenzaba a humedecerse. Suspiró con pesadez y colocó las manos frente a ella para tomar una mejor postura sobre sus piernas.

En lo que has caído por intentar ser un héroe. Has caído en la tierra de las almas sin rumbo.

La voz de La Vida no hizo sentir mejor. Solo le provocó un ceño fruncido. Se sostuvo de lo que palpó como una pared húmeda y resbalosa. Solo pudo aferrarse con fuerza con las uñas rotas. Le temblaba el estomago y los músculos de los hombros.

—No intentaba ser un héroe. Solo fui sincera.

Y dime, pequeña hija de la muerte, ¿eso de que te sirvió? Estás condenada. Nunca verás a tu madre y tampoco al amor de tu vida. Salvaste dos almas que no debían ser ni siquiera consideradas.

— ¿Qué quieres? ¿Qué más puedes querer de mi?

Nada, Ari. No quiero nada tuyo, solo vengo a asegurarme de que no des ideas a tus buscadores.

— ¿Buscadores?

Dime algo, Ariadna, ¿la recuerdas?

Ari se dejó caer sintiendo como algunas secciones de sus rodillas se raspaban sin cuidado. Intentó entender al hombre de armadura de oro y los ojos vendados, pero su mente era incapaz de recordar si quiera su nombre con completa totalidad.

Dímelo, Estigia, ¿qué recuerdas de esa amistad color gris?

Intentó levantar la mirada una última vez tratando de no perder toda la energía que se había esforzado en recolectar entre sueños y pesadillas.

— No se de quien hablas.

Sabes bien de quien hablo, Estigia. Lo recordarás, ya lo verás. Cuando eso pase, será mejor que no hables, o esta prisión de sueños no será tu peor futuro.

Los ojos de Ari no resistieron y se dejaron llevar por la pesadez de los pensamientos en su cabeza. Su mente voló entre sus escasos recuerdos buscando por cualquier cosa que resonará como gris. Una mirada simple acompañada de mechones tan pálidos como las memorias. Algo dentro de ella sabía que ese trozo de idea era elemental, pero no tenía la fuerza para seguir ideando.

Jin dio una última lectura a los libros y levantó los sentidos a donde Marina se encontraba con ambos ojos puestos en él. Ella se acercó a su lado para leer lo que dictaban las indicaciones que el libro indicaba y exigía. Marina se preguntó porque alguien tendría un libro de como entrar a las memorias de las personas.

—¿Cómo que puerta? — preguntó Marina arrugando la nariz.

—Una de ida, una de vuelta — respondió Jin.

—¿No nos sirven las que están en el baño o armario?

Jin negó y le señaló un renglón disparejo de la pagina donde indicaba que la primera, la de ida, debía estar hecha por ellos, mientras que la segunda, la de regreso, debía estar marcada por los sagrados talismanes y runas de los sueños en una puerta ya hecha donde fuese sencillo atravesarla para escapar.

Marina contó los talismanes que les dio el druida, consiguiendo ocho runas y amuletos con los que no supo que hacer, pero Jin pareció entender mejor que ella, quien se puso de pie y le pidió a Marina su chaqueta que se encontraba cercana a ella. La chica confundida le dio su chaqueta preguntando sus intenciones, pero él no respondió y cuando metió la mano a las bolsas, sacó un martillo que dejó caer en manos de Marina.

Océano de Huesos {Los Dones de la Muerte I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora