VIII: MANZANAS DORADAS

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Jin abrió la puerta de la mansión Gallo el treinta de mayo por la mañana. Se sacudió algunas gotas de una lluvia pasajera y dejó las botas en la entrada al tiempo en que se peinó el cabello en el espejo de la sala. Y como si de una alarma se tratase, la música de vals y el olor a champaña lo recibieron cuando vio a Sif Crane bajar las escaleras sin mover un solo dedo.

Llevaba una pijama de franela y el cabello rubio envuelto en una coleta que era exactamente como Jin la guardaba en sus recuerdos de la infancia. Le sonrió con los implantes de dientes que había adquirido al nacimiento de Jin, y abrió los brazos esperando probablemente que Jin corriese a abrazarla.

Pero Jin aún no se acostumbraba a verla deambular con los pies en el aire, los ojos volteados en dirección a su frente y la espuma en los labios que parecía más una niebla que la seguía cada que se trasladaba.

Jini — lo apodó ella cuando se acercó lo suficiente.

Él notó que incluso flotando, era más alto, por lo que cuando estuvo frente a ella, se hincó pegando la cabeza al estomago de ella, donde la mujer lo rodeó con sus manos y le acarició el cabello.

—Hola, mamá — susurró él.

El fantasma de su madre humana eran solo recuerdos de Jin, porque la pena por cuidar al hijo divino robado del Amor era nunca volver a existir, ni siquiera en un plano etéreo como los demás fantasmas. Pero para Jin era suficiente poder sentir la calidez de sus recuerdos en una proyección desesperada de su mente.

— ¿Qué haces despierto? Hoy no hay clases — preguntó ella con una expresión suave.

Jin entonces recordó que ella aún pensaba que él estaba en la primaria, cuando ella murió.

— Lo sé, simplemente no pude conciliar el sueño — justificó él sonriéndole nuevamente.

Sif no pareció creerlo del todo, pero no preguntó más, conociendo lo poco de su hijo, no creyó que fuese tan buena idea meterse en la vida de él. Por lo que simplemente lo hizo sentarse y calmarse. Le sonrió y prometió cocinar algo bueno para desayunar.

Él asintió intentando no parecer triste, sabía a la perfección que ella solo intentaba ayudarlo, pero él que no podía realmente hacer nada por él. Solo le bastaba que lo abrasase como cuando niño y le dijese que todo estaría bien, porque eran él y ella juntos contra el mundo. Aunque claramente le mintió cuando se llenó la sangre de drogas y no le importó dejarlo del otro lado de la sala mirándolo todo.

Jin supo que su madre no lo era realmente cuando conoció a la Muerte en el funeral de Sif Crane, pero Jin la amaba como a nadie, era su motivación continua y la razón de que había dejado de intentar probar la inmortalidad que se le había prometido. Por lo que cada que se sentía consumido por el estrés, volvía a la Mansión Gallo, donde había fallecido, y la principal razón de que Jin se estuviese alojando en el hotel Soho y no en casa.

Sif le elevó el rostro con una sonrisa que hizo lagrimear a Jin, ella le limpió las mejillas dándole un beso vacío en la frente que él deseó sentir, pero para la memoria le era imposible hacer más. Haciéndolo levantarse le susurró que le prepararía algo delicioso para desayunar y se dio la vuelta gritando el nombre de la antigua chef privada de la infancia de Jin. La mujer desapareció cuando tocó la cocina, porque con una distancia significante, ella dejaba de existir.

Se aclaró la garganta sacudiéndose los ojos para regresar a la realidad. Quitó las sabanas de la sala y encendió las luces al tiempo en que llamaron a la puerta. Él la abrió con poca velocidad, recibiendo un reclamo por parte de Marina quien lo acusó de lentitud extrema, Ari por otro lado solo entró con la mirada baja en su teléfono cuando sintió su muslo vibrar. Sacó su teléfono mirando un sticker de molestia por parte de Ari en el grupo que habían creado los tres para esa situación precisa.

Océano de Huesos {Los Dones de la Muerte I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora