XVIII: LOS SUEÑOS DE UN NIÑO DE ORO

973 112 6
                                    


Marina avanzó en el pasillo mientras comenzaban a dolerle los pies de avanzar sin rumbo o final por las memorias de ahora Jin De Aragón. Comenzó a quejarse del cansancio, obligando casi, a que él la cargase en la espalda mientras continuaban avanzando.

—Me gusta más el nombre de Jin — murmuró ella con la mejilla pegada a la espalda de él.

—¿Ah sí?

—Si, es que es más fácil de pronunciar — aseguró ella —, y de gemir probablemente.

Jin se carcajeó sin descaro y rodó los ojos mirándola en el reflejo de algunas paredes blancas que no guardaban recuerdos.

—Dioses, eres tan obscena, Bahía.

—Te encanto — bromeó ella.

Jin rio nuevamente y asintió mirándola de reojo, haciéndola reír. Él entonces pensó en lo agradable que fue tenerla al lado mientras descubrían el mundo pasado de él. Sus comentarios fuera de lugar, sus preguntas insistentes y su extraña y terrorífica reacción de acostumbro ante muchas situaciones, lo hacían sentirse humano y vivo, como siempre que ella hablaba o lo miraba. Era su poder, sus ojos de bruja y de plata, era su más peligroso don, sacar a flote todo lo que Jin era y a él gustarle más de lo que debería.

Mencionando algunas cosas más extrañas y bobas, Marina se detuvo de seguir narrando cuando vio la nueva sala que se les interpuso en el pasillo. Solo había una silla y una mesa de una manera muy triste que apenas le daba existencia a la sala. Pero eso no le impidió darse cuenta de que era una sala de interrogación. Una donde un hombre que Marina no reconoció estaba sentado con esposas en las manos y un ceño fruncido muy notorio. Guardaba cierto extraño parecido con Jin.

—¿Quién es? — dudó ella.

Jin apretó los dientes y ejerció presión en los muslos de ella que sostenía al aún llevarla en la espalda.

—Mi padre — escupió él.

Marina abrió la boca para preguntar más, pero se quedó helada cuando vio entrar a un hombre asquerosamente familiar para ella. Incluso bajó de la espalada de Jin de un brinco rápido donde incluso le golpeó un poco en la espalda para que la bajase.

Marina pasó saliva con dificultad y reconoció a la perfección al detective. Tenía las mismas facciones que Marina, pero era dueño de los increíbles ojos que Marino había heredado. Con la piel chocolate como Marco y Max, y una mirada tan intensa como la de Martha. Ella tembló cuando lo vio. Tembló porque sabía que, para ese entonces, él ya no era parte de sus recuerdos.

— Y ese es mi jodido padre también — señaló ella con ganas de lanzarse sobre el recuerdo.

Jin la miró sorprendido cuando la soltó. Recordaba la escena porque él estaba detrás del vidrio cuando sucedió, pero le intrigaba más pensar que Marina era hija de aquel hombre que recordaba a la perfección. El hombre que lo había ayudado bastante desde el inicio de su tormento. Después de todo, era el hombre que no solo lo salvó de aquel desgraciado, también el que lo sacó de un infierno que parecía eterno. No se imaginaba porque Marina lo recordaría con tanto odio y él se hubiese cambiado el apellido.

— ¿Tu padre era Marcel Dos Santos? — preguntó Jin y Marina resopló molesta.

— Así que se cambió de nombre — murmuró Marina —. En mi casa se llamaba Miguel Coelho.

Arnau De Aragón Cervantes — susurró Miguel/Marcel interrumpiendo la conversación privada de ambos —. Estás metido en un gordo problema, amigo.

Solo nombra la cantidad — murmuró Arnau —. Lo tendrías al doble.

¿Sobornando a un detective y fiscal del estado? Tienes unos enormes huevos, compadre.

Océano de Huesos {Los Dones de la Muerte I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora