XXVI: RECUERDOS DE ORO

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Estigia... despierta... ¿qué acaso no quieres disfrutar del espectáculo?

Ari abrió los ojos con dificultad, todo le dolía, como si la hubiesen golpeado hasta dejarla inconsciente. No sintió siquiera las palmas cuando intentó apoyarse del suelo para ver a quien la llamaba.

No puede ser, Ari. Te doy el mejor asiento al colocarte en primera fila, y tú te duermes. Esto es inaceptable.

La Vida la miraba con diversión y parecía disfrutar cada momento de la desgracia de Ari. El hombre la tomó los hombros y logró que se sentase con la vista hacía la tierra. Como una televisión plasma con Jin y Marina como protagonistas. La Vida le pasó lo que parecía ser un control remoto y le ordenó que cambiara de canal hasta que viera algo que le llamara la suficiente atención. La chica no tuvo más opción que hacerlo con las manos entumecidas y los dedos helados.

La Muerte le había narrado entre susurros, como el limbo podía consumir el alma, sobre todo si una hija suya era inquilina sin permiso. Por lo que cuando Ari preguntó que podía hacer para evitar el dolor o el maltrato por parte de las almas en pena la Vida, su madre divina le recomendó pensar en alguien más para poder soportar la situación.

No existe manera de evitar esto, Ari, sellaste tu destino al sacrificarte por tu hermana, susurró la Muerte antes de desaparecer días atrás.

Ari comenzó a pasar los canales observando a mucha gente diferente, pero solo el canal quince, la hizo removerse incomoda. Jin había preguntado ya una vez el porque la Cuervo le tenía tanto recelo a Marina Bahía, cosa que no quiso responder de instante ya que le traería recuerdos. Marina siempre había sido mejor que Ari en muchas cosas, algo que la llevó a poseer una rivalidad desde niñas, pero la verdadera razón por la que Ari miraba mal a Marina era porque su personalidad era demasiada parecida en extremo. Cada que miraba en dirección a la Bahía, no veía más que a su antigua amiga.

Sabrina Sallow caminaba con el rostro metido en un libro de botánica. Aparentaba ser mayor a como Ari la recordaba, era demasiado diferente a como la guardaba en sus memorias. Se había dejado el cabello largo y tintado de morado en algunos mechones, con los labios rosados y brillantes, zapatos sin amarrar y los pantalones llenos de tierra. Sabrina Aymara Sallow era otra princesa de Cuervo, nacida y criada en cuna de oro. Cuando niña, era tan elegante y refinada, que Ari tenía que esforzarse por lucir decente al lado de ella y no avergonzar a nadie de los Sallow cuando iba de visita a tomar el té.

— Sabrina... — susurró Ari dejando caer el control remoto.

La Vida rio y colocó las manos de humo sobre sus hombros, cosa que Ari recibió con miedo e intentó alejarse lo más que pudo, lo cual no fue lo suficiente lejos. La Vida la obligó a regresar al asiento y colocó a la fuerza su vista en la pantalla.

¿Dónde esta tu dulce amiguita, Estigia?

— No lo sé — murmuró Ari.

No me mientas, Ari. Sabes que no me gustan las mentiras.

— Creía que usted era catalogado como una enorme. La peor de todas las mentiras.

La Vida la golpeó en la mejilla con el ceño fruncido. Ari ni siquiera pudo terminar de procesar lo ocurrido, ya que no era ajena a la situación, entre su vida real y el encierro en el limbo, los golpes parecían cada vez más comunes.

Te hice una pregunta, respóndela. Jamás te pedí tu inútil opinión.

— Ya le dije que no lo sé. Sabrina se fue de Cuervo hace mucho, además, ¿por qué quiere saber de ella?

Océano de Huesos {Los Dones de la Muerte I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora