XX: NIÑA DE PLATA

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Esta vez Atl fue quien les abrió el portal a las memorias de Marina. En el fuerte de cojines, ambos entraron sin necesidad de volver a ver a los dioses enormes. Mientras esperaban a que sus memorias se proyectasen, Jin se comió su último pedazo de pizza el cual fue robado por Marina con una mordida.

Pero cuando Atl chilló anunciando que podían avanzar, Jin miró a Marina perder su confianza, por lo que con la mano con la que no había tomado pizza, la colocó en el hombro de ella intentando darle apoyo. Ella sonrió y aseguró que su vida no había sido tan dramática como la de Jin.

En las memorias de Marina, no había demonios ni recuerdos vengativos que los quisieran llevar lejos, porque a diferencia de Jin, a ella ya no le atormentaban, los había dejado en el olvido, porque así era más fácil vivir, olvidar era la actividad favorita de los Bahía.

Los gritos comenzaron a levantar los sentidos de Jin quien miró la pared a su lado, la cual comenzó a tintarse con los colores de los recuerdos. Marina entonces reconoció su casa en Puerto Vallarta, era más colorida y pintoresca que la de Cuervo, pero arrugó la nariz cuando volvió a escuchar los gritos. Rodó los ojos y se cruzó de brazos mientras avanzaban.

— Deben ser mis padres — señaló ella con molestia.

Ella le indicó que se tapara los oídos, cosa que Jin pronto hizo y ambos avanzaron esperando tal vez brincarse aquella memoria, pero no pudieron brincarlo, porque realmente casi toda la infancia de ella había sido así. Marina entonces le explicó que aquella era su casa en Puerto Vallarta, antes de mudarse a Cuervo y la razón de su nombre, porque ambos gemelos habían nacido a la melodía de la marea.

Jin mencionó haber visitado Cancún una vez, causándole una risita a Marina y ella señaló haber vivido de igual forma cerca de una playa, donde actualmente vivía su abuela paterna quien le enviaba postales de vez en cuando, pero realmente los Coelho se habían distanciado de casi toda la familia al momento en que partieron a Cuervo.

Cuando una luz le rozó los dedos a Jin, un florero voló cerca de la cabeza de él, lo cual lo hizo reaccionar evadiéndolo con fuerza. Pero cuando lo hizo, lo vio caer sobre lo que Jin supuso, era Marina cuando niña. Se sacudió la cabeza y escondió con el pie los restos bajo un sillón. Jin observó con atención el oso de peluche entre sus manos delgadas, sin ojos, que parecían de haber sido de botones. Algunos agujeros y ratones. Pero la pequeña parecía aferrarse a este como si su vida dependiese de ello.

La niña avanzó delante de ellos, con la mejilla corriéndole la sangre del golpe del jarrón. Ambos la siguieron revelando lo que parecía ser la cocina. Estaba una mujer que Jin no reconoció, pero cuando la vio de mejor forma, notó que se parecía lo suficiente a Marina como para concluir que era la madre de ella. Hermosa como lo era la hija de la seducción, con el cabello largo y oscuro, los ojos verdes, la figura curveada y la piel morena de los gemelos.

Marina lo rectificó presentándola. La mencionó con un tono tan alto de melancolía, que lo hizo recordar que en Paris ella sufría por esa mujer, por lo que concluyó que la quería tanto como Jin a la suya, aún si no eran para nada perfectas.

Al lado de la mujer, Jin no tardó en reconocer a Miguel Coelho, o Marcel. En esa memoria, lucía un poco más joven, pero con un estrés que parecía estar a nada de convertirlo en polvo. Y hasta ese momento había sido capaz de notar que no había demasiado parecido con su hija, como si Marina no fuese suya, lucía tan distinta a sus padre, que Jin se preguntó porque no lo había notado antes.

— Mis padres, te los presento — interrumpió Marina cruzándose de brazos —. Eran tan tóxicos, que parecían envenenarnos cada día más.

— Nada como una familia disfuncional para tener profundidad de personaje — bromeó él.

Océano de Huesos {Los Dones de la Muerte I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora