XXX: LIMBO DORADO

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Caín se detuvo en medio de la nada avisando que debía revisar los alrededores. Ninguno de los dos se negó y se miraron en silencio. Caín desapareció entre la niebla y Marina sintió la necesidad de seguir avanzando, pero no lo hizo y siguió observando a su conocido.

Ambos escucharon pasos y vieron a Caín volver con una sonrisa, les pidió que lo siguieran de nuevo y no se distrajeran. El hijo de Adán y Eva comenzó a avanzar con un paso más acelerado, y cuando intentaron alcanzarlo, algo los jalo por los hombros metiéndolos en la niebla. Intentaron soltarse pateando y revolviéndose con fuerza, pero la voz que les demandó silencio los dejó helados. Un hombre con dos nombres distintos a la vez.

— Guarden silencio, nos va a oír — susurró el hombre soltándolos aún en la niebla.

— ¿Miguel? — murmuró Marina confundida.

— Marcel — susurró Jin.

— Jin — lo nombró el hombre sonriente —. Mira nada más como has crecido.

Marina rodó los ojos cruzándose de brazos. Incluso en el limbo, después de probablemente diez años de haberla abandonado para después morir de una sobredosis frente a ella, su padre automáticamente se dirige a un desconocido. La morena escuchó algunos pasos y Miguel Coelho les pidió que lo siguiesen un poco más adentro de la niebla, explicando que en el camino amarillo por donde iban, se encontraban los condenados en busca de almas nuevas o vivas curiosas, que absorber para regresar al infierno.

— Se toparon a uno muy peligroso — explicó Miguel/Marcel —. Caín solo sale cuando encuentra algo que le gusta.

— A lo mejor tú también eres uno de esos — acusó Marina y su padre la miró de reojo.

— Marina...

— Ah, ahora si recuerdas quien soy y mi nombre. No, bueno. Nada más te tomó unos minutos, felicidades. Ni siquiera drogado te tomaba tanto tiempo.

Miguel la miró con el ceño fruncido y Marina le regresó el mismo gesto. Entonces Jin se dio cuenta que antes, lucían similares, ahora, eran extraños, como si el Limbo también afectó a Marina y se asemejaba a otra persona, pero no a Miguel Coelho.

Dejaron de avanzar cuando se colocaron junto a lo que parecía un lago plateado. Había algunas almas rondando sobre el lago y a los alrededores. Marina miró a su odiado padre y lo analizó. Se veía mayor a como lo recordaba, incluso un poco mayor a las memorias de Jin y a las de ella.

Vestía como en los recuerdos de ella, con la ropa elegante y el portafolio en la otra mano, pero el rastro de la sobredosis en los labios. Jin le sonrió a su viejo conocido y Miguel lo abrazó palmeando la espalda de él, el chico incluso comenzó a platicarle de sus planes a futuro respecto de su carrera, a lo que Miguel sonrió orgulloso y lo tomó por los hombros asegurándole que tendría mucho éxito.

— Aprendiste del mejor después de todo — anunció Miguel haciendo sonreír a Jin.

Pero Marina no sonreía, en realidad apretaba los dientes y reprimía unas enormes ganas de lanzarse sobre el espíritu de su padre y volver a matarlo. No quería que la mirara como miraba a Jin, porque no podría importarle menos la opinión del hombre, pero le enfurecía pensar que aquella mirada de orgullo tendría que ser para Marino cuando completó la primera parte de su carrera, ese abrazo tendría que haber sido para Martha la primera vez que cocinó, las palmadas debieron haber sido para Max en el primer partido que ganó. Aquella sonrisa debía pertenecer a Marco cuando esta publicó aquel poema corto en el concurso escolar. Todo aquello era de sus hermanos por naturaleza, pero aquel hombre no le había importado dejárselo a completos extraños.

Océano de Huesos {Los Dones de la Muerte I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora