XXIII: NIÑA DE BRONCE

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Jin soñó con la Muerte.

Vestía como una persona de origen japonés. Con un kimono elegante y blanco, algunas flores en el cabello y la cara llena de polvo junto a un corazón rojo en los labios. Pero no le sonreía, lo veía con molestia y reproche.

—¿Por qué me miráis así? — dudó Jin con una piza de malicia.

Porque me habéis traicionado.

—No sabría como, he hecho lo que me ordenas.

Amaste hasta el amanecer a Aisha.

—Hasta donde tengo entendido, tengo permitido acostarme con quien quiera.

No con ella.

—Si te preocupan cosas románticas — interrumpió él —, no tienes porque preocuparte, solo fue sexo, es todo.

No con ella. Jin, tu estas condenado desde el momento en que la tocaste, que la besaste, que la amaste.

—No estoy enamorado de ella, y menos Marina de mí, ¿Cuál es tu problema?

Tú y ella nunca han terminado juntos, aunque siempre te enamores de ella, nunca será tuya, no van a estar juntos jamás. Te condenaría, entiéndelo.

—¿A que te refieres con siempre?

Enamorarse de alguien con Alma Gemela es peligroso Jin, sobre todo si tu no eres el otro extremo del hilo.

—¿De que estáis hablando? No te entiendo nada.

Aisha ya tiene un Alma Gemela Jin, y nunca has sido tú ni lo serás, lo estáis traicionando con cada veneno que compartes con ella.

—¿Por qué habláis así? Siempre dices cosas como nunca has, como si esto ya hubiese pasado.

No esto, estáis alterándolo todo.

—¿Alterando qué?

Jin golpeó el suelo con la rabia que encontró en su sueño, pero de igual forma nada provocó y su enojo no fue calmado, la ambigüedad de la muerte lo enfermaba de odio, sobre todo en aquella situación.

No hay nada más romántico que compartir traumas y miedos, ¿no es así?

—A lo mejor si nos hubieras protegido, no tendríamos que buscar como sanar esas heridas — contraatacó él elevando la mirada.

Sabes que te amo, Jin, cariño, pero olvidas que solo puedes amarme a mi. Los demás no son nadie.

— Eres una contratista muy posesiva.

Madre.

—Solo trabajamos juntos, no lo olvides ya.

Soy tu madre Amadis, no luches contra ello. Solo quiero cuidarte, tu eres muy débil, Jin. Te creéis fuerte, pero sabes que no lo eres. Deja de sentir, niño. Deja de hacer aquello que ciega tus sentidos reales.

Jin no dijo nada más y solo la observó cambiar de forma. Ojos oscuros y cálidos como la piel de la nueva falsa y con los lunares en el cuello que a veces le gustaba contar cuando nadie veía.

¿Tal vez luciendo así me amarás más? Estoy segura de que así es como me mirarás solo a mi.

— Ya no entiendo a que estas jugando.

Ella sonrió y retomó la imagen de la catrina. Los cadavéricos dientes le sonrieron y la serpiente emplumada le dedicó un guiño.

No tenéis que entenderlo, Amadis. Solo sigue jugando.

Océano de Huesos {Los Dones de la Muerte I}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora