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—Podrás ser un poco loco y algo psicótico. Hasta me tienes encerrado aquí. Pero no voy a negar que cocinas unas ricas hamburguesas —Dean miró a Castiel... Para estar hambriento, el tipo hablaba demasiado.

—Las compré en realidad. La tienda de la esquina tiene un buen descuento cuando compras más de dos hamburguesas —Castiel asintió con un desazón en la boca. Había tratado de entablar una conversación con el tipo que lo tenía secuestrado para pasar el rato; pero resultó mal.

Comieron en silencio mientras bebían cervezas. No se miraron a la cara en ningún momento, sin embargo, Dean no le quitó la mira a Castiel en toda la cena.

—Gracias...

Dean no le respondió a Castiel. Lo seguía escudriñando con la mirada. ¿Había algo en particular que le atrajera a Dean?

— ¿Cómo conoces a mi familia? —El ojiazul miró al ojiverde.

—Una mera casualidad de la vida —Dean sonrió y terminó de beberse la cerveza— Pero nunca pensé que una persona pudiera odiar a otra de esa magnitud.

Las mentiras de Dean salían más espontáneas que en ocasiones anteriores. Eso de ser un criminal le había enseñado muchas cosas, tanto buenas como malas.

Castiel bajó la mirada, se sentía tan despreciado como si fuera un leproso. Su familia lo había reemplazo de un día a otro sin el menor remordimiento, y por si fuera poco, se enteró por la boca de alguien más. Solamente le faltaba que le cayera un rayo encima y así su desgracia estaría completa.

—Creo que necesitas una cerveza más —Dean se levantó risueño y recogió los platos junto a las botellas— Esta va por parte de la casa.

Dean nunca se había sentido tan bien en su vida como en ese momento. ¡Era el cielo del éxtasis! Estaba destruyendo poco a poco a una persona y ni siquiera había tenido que usar la sierra. Era una alegría que no podía explicar con palabras. La sensación de saber que tienes la vida de alguien en tus manos, y que puedes moldearla y destruirla a tu parecer, como si el fuera un tipo de Dios; no había nada mejor que sentirse superior a su nueva mascota. Ahora sabía que no le faltaba poco para que Castiel se acostara a sus pies para ser acariciado y mimado.

Subió y buscó en el refrigerador dos cervezas. Hasta tarareaba una canción que había escuchado en el trabajo de la boca de unos de sus compañeros.

— ¿Tú estás tarareando? El mundo se está yendo al demonio al parecer —Dean bufó al escuchar la burla de Sam. Por un momento había olvidado que seguía ahí— Y tienes dos de estas —Sam sonrió y trató de quitarle una, pero Dean lo miró con una ceja arqueada— ¿Una es para mí?

—No —Dijo con voz dura. A Dean no le gustaba que Sam bebiera ni que cayera en vicios— Te dije que aún eres menor de edad, y por lo tanto no puedes ni debes hacer esto. ¿Qué pasa contigo Sammy?

Sam borró su sonrisa y dejó la actitud risueña. Había pensado que después de lo que había sucedido entre ellos dos las cosas cambiarían más, pero fue una amarga sensación en la boca al ver que se había equivocado rotundamente. Dean pareció haberse dado cuenta de lo que hacía, así que trató de acomodar sus actos; después de todo, si quería conservar la ciega confianza de Sam, tenía que desmontarle que él lo quería también.

Dean sonrió y destapó una cerveza mientras dejaba la otra sobre el mesón. Le dio un largo sorbo y se aproximó hasta Sam, lo rodeó de la cintura con su brazo y lo besó. Dejó que Sam bebiera la cerveza de su boca, y para cuándo terminaron el bizarro beso, las mejillas de Sam parecían unas hermosas cerezas y su sonrisa era como la de un jovencito de quince años.

—No le digas a mamá lo que estamos haciendo Sam —Dean colocó un dedo en sus labios mientras le daba un guiño— Ahora espabila niño, que te ves como un tonto.

—Idiota —Le dijo con una sonrisa que no pudo reprimir.

—Perra —Le contestó de igual forma.

Sam siguió con su camino y regreso al primer piso, en donde estaban las habitaciones. Dean agarró la otra cerveza y bajó al sótano, por más que su hermano lo distrajera, no se iba a olvidar de ser un buen anfitrión.

***
Castiel respiró.

¿Así iba a terminar? En medio de cuatro paredes llenas de restos humanos en estado de descomposición, con un loco a su cuidado y una mala higiene. Que mierda.

El olor que emanaba su cuerpo era horrible. Una ducha sería algo que no le caería mal, al igual que la libertad. Pero Dean parecía muy reacio a que este saliera del sótano.

—No lo harás —Dean negó mientras apilaba las cajas— No hueles tan mal. Digo, puedes resistir un mes más.

—¡Ah no! Eso sí que no —Castiel se levantó enfurecido. La cadena le dio un tirón, pero no le importó— Si me vas a tener como un perro aquí amarrado. Al menos dame un baño contra las pulgas.

— ¿Tienes pulgas? Pensé que había recogido un perro de raza bien cuidado... Tu esposa no te cuidaba tan bien como creía —Castiel se enfureció. No le gustaba escuchar de Amelia— Pero si tanto lo quieres, entonces no me queda de otra que ayudarte. Y te lo advierto Castiel, si tratas de escapar o mojas el suelo, vamos a tener problemas.

¿Qué iba a hacer el idiota bonito? ¿Le iba a pegar con un periódico enrollado?

—Como digas —Castiel nunca había sentido tantas ganas de orinarle la puerta del baño a alguien en su vida, hasta que conoció a Dean— Prometo no hacer nada para molestarte allá arriba.

— ¿Arriba? ¿Crees que te dejaré usar mi baño? —Dean soltó una larga carcajada— Ay amor... Tienes una gran imaginación.
— ¡¿No me dejaras usar el baño?! ¡¿Entonces como pretendes que me bañe?! Dios, no soy un gato para darme baños con la lengua.

—Te traeré una manguera y te bañaré. Ahora quítate la ropa que yo voy por el jabón y el champú —Dean le silbó a Castiel mientras que subía las escaleras— No es por nada, pero desde aquí puedo ver que algo bonito se esconde debajo de la sucia gabardina y el andrajoso traje.

Dean cerró la puerta del sótano y Castiel suspiró. Estaba destinado a ser un entretenimiento para el chico de ojos verdes, pero no solamente era eso, también estaba el hecho de que podría terminar como los tipos dentro de las cajas. Cada día que pasaba era un día en donde su dignidad disminuía y el miedo aumentaba, un miedo amorfo que no tenía ni pies ni cabeza.

Pero con todo el dolor de su alma iba a seguir luchando. Aunque no ahora; sólo se iba a desnudar para darse un baño y aliviar la comezón que lo enloquecía. Ahora la pregunta era ¿se bañaría con la correa amarrado en el tobillo?

— ¿Ya te quitaste la ropa? —Dean abrió la puerta al mismo tiempo que Castiel se quitaba la gabardina. Lo miró como si fuera un felino a punto de devorar a su presa— No me perdí la función.

Castiel colocó los ojos en blanco. ¿En serio iba a hacer un show de nudista frente a un sádico? Esperaba al menos que le pagara.

—Aquí está el jabón y el champú. Una toalla limpia y un cambio de ropa —Dean dejó todo eso encima de un taburete que estaba por ahí, y conectó la manguera con un grifo— Ahora termina de quitarte eso bonito, no creo que quieras mojar el traje.

Castiel terminó de quitarse la ropa. Se quedó en la ropa interior. Dean no le importó ese detalle, y casi que con toda la maldad del mundo abrió completamente el grifo y el agua salió como si fuera una fuente.

Le apuntó a Castiel y el agua le pegó en el estómago. El hombre se quedó sin aire y se doblo para tratar de conseguirlo. Dean estuvo riéndose durante todo el rato del baño.

Y no, Dean no le quitó la correa a Castiel del tobillo.

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¿Alguien más quiere que Dean lo bañe con una manguera?

Stockholm ||Destiel||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora