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Castiel no se estaba divirtiendo amordazado en el sótano.

Y no era para menos; después de haber pasado una “mágica” velada con Dean, pensó que las cosas se habían puesto más retorcidas que antes.

Pero se podía acostumbrar a la mirada curiosa de Dean y la forma en como lo apreciaba. Al menos eso quería creer, porque unas horas después, el teléfono de Dean sonó. Probablemente fue la noticia más abrumadora que le pudieron haber dado al chico; después de todo, su padre había muerto.

Y por más asombroso que sonara, lo primero que dijo fue «Sammy» y salió de la cama que estaba compartiendo con Castiel. El chico se vistió rápido y guardó un par de cosas en un bolso, luego salió de la casa y encendió el auto.

Castiel, que había escuchado apenas la voz de la enfermera que le avisaba la muerte de su padre, se quedó pasmado en la cama. Respiró con tranquilidad ante el pensamiento de la repentina huida de Dean, y se levantó de la cama en busca de sus ropas (las que le había robado a Dean, siendo curioso el hecho de que le quedara la ropa del rubio).

Pensó que finalmente tenía un boleto ante la libertad, así que procuró esta vez agarrar todo para echar carrera a su casa. Pero la vida era tan hermosa y desgraciada, que cuando abrió la puerta de la habitación, Dean estaba sujetando unas cadenas y la cinta adhesiva de color gris.

Al ver la sonrisa en el rostro del rubio, supo inmediatamente que era un iluso al pensar que podía haberse escapado así como así.

***

Y ahí estaba, en el rincón más alejado de la puerta del sótano, amarrado a una pared con cadenas y grilletes en las muñecas y tobillos. Tenía la boca cubierta de esa cinta que aparece en las películas en donde hay un secuestro, y los ojos le lagrimeaban.

Cuando Dean lo encerró, escuchó como le daba instrucciones a Mary acerca de su cuidado. Y unas de esas era que estuviera pendiente de su alimentación en el tiempo en el que iba a visitar a Sam.

Dean se fue inmediatamente a Stanford y Mary se quedó al cuidado del tipo que tenía secuestrado su hijo mayor.

Antes de ser amordazado, le pidió a la mujer que le comprara en la tienda un par de hamburguesas (porque sospechaba que iba a pasar un largo rato en el sótano) un par de cervezas, y que llevara a la tintorería su hermosa gabardina.

Mary hizo todo ello sin chistar, pero con el odio burbujeando en su interior.

Lo que ni Castiel ni Dean sabían, es que en la tintorería, Mary se había encontrado con la mujer de Castiel. Y ella, sin ser estúpida, sabía que la prenda anticuada de vestir que tenía la mujer en la mano, era nada más y nada menos que de su esposo; podía reconocer a simple vista como los botones de la parte derecha estaban flojos (ella misma estaba a punto de quitárselos con una navaja en unas de sus tantas discusiones) y la mancha de sangre que había dentro de la prenda (producto de un accidente que ni ella quería recordar).

***

Después de eso, Mary regresó y pasaron unos días para cuando llegaron los hermanos a la casa. Resulta que iban a hacer el funeral de John en el jardín de la casa e iba a asistir bastante gente.

Por eso estaba con un pañuelo amarrado a la boca (le quitaron la cinta) y con las cadenas más justas.

El sótano estaba muy oscuro, pero a falta de visibilidad, tenía buena recepción para escuchar cualquier cosa. Así que se sorprendió bastante al distinguir la voz de su mujer llamándolo cerca de la puerta del sótano; hasta que llegó Dean y la obligó cordialmente a que se fuera.

El corazón de Castiel estaba dando un brinco como de esos que le da a las personas cuando están a punto de saltar por un precipicio.

***

Que amarga decepción se llevó cuando nadie entró por la puerta.

Pero no pudo ser peor que aquella vez en donde Claire no lo llamó papá.

Suspiró con tristeza y cerró los ojos dispuesto a dormirse hasta descubrir que todo había sido un amargo sueño lleno de muchas pesadillas.

No había nada más decepcionante que saber que probablemente no iba a despertar de su realidad.

Stockholm ||Destiel||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora