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Al abrir sus ojos, lo primero que tuvo que hacer fue acostumbrarse a esa luz radiante que provenía de todas direcciones. 

Se sentó con una dificultad de los mil demonios, gimiendo en el proceso por el dolor de no haber movido sus extremidades durante un largo rato, y miró a cualquier dirección.

¿En dónde estaba?

— ¡¿Hay alguien aquí con vida?! —gritó a vivo pulmón; causando un dolor singular en sus cuerdas vocales.

No sabía por qué le había resultado muy gracioso la idea de recitar unas de las líneas de la película del Titanic. De seguro el idiota de Gabriel se hubiera reído, y Balthazar le hubiera asentado una bofetada que lo dejaría buscando la mitad de la cara en otro continente; se rió pensando en el par de estúpidos amigos que tenía, y de repente un sentimiento melancólico lo llenó como si fuera aire. 

La última vez que había estado con ese par, habían terminado en una discusión enorme, en donde cada uno se fue por su lado y no pensó que volverían a hablarse. ¿Por qué habían hecho semejante estupidez? Ah, sí. Ya lo recordaba. Se estaban peleando por la chica más sensual de la clase, como si fueran un par de adolescentes hormonados, y cesaron una gran amistad que venía desde hace años; y fue algo demasiado estúpido, debido a que, ese par ya tenía pareja y él era el único resignado que se quedó sin una chica.

¿Valió la pena perder una gran amistad con los rubios para ni siquiera quedarse con la chica?

—Buenos días. ¿Disfrutas de los rayos solares matutinos? 

Ni siquiera tuvo tiempo de seguir contemplando la idea de su gigantesco error, cuando una voz un poco conocida lo sacó de sus pensamientos. ¿Era acaso el idiota bonito con quien siempre se metía?

— Ah... Eres tú —le dijo en tono despectivo, como si en realidad no pensara que ver una cara conocida fuera lo mejor que le había pasado en esos siete minutos de conciencia— ¿Se te ofrece algo?

El idiota bonito rió como si le estuvieran contando un chiste. Pero se veía algo distinto en él; demasiado distinto. Y por más tonto que sonara, eso despertaba una chispa de interés en su interior.

—Veo que no haz cambiado nada... nada de nada —suspiró agotado— Debí dejar que el señor Shurley te expulsara.

¿Estaba ese estúpido hablando del director? ¡Ja, si tan solo supiera lo que él y el director eran!

—No podrás negar que la broma del cerdo fue buenísima —se rió a viva voz de tan solo recordar la cara del chico pelilargo al recibir la sangre del animal— Pero... es una lástima... que no la recibiera quien yo quería que lo recibiera.

El otro negó rodando los ojos. Sí, fue una broma tremendamente estupenda y graciosa; pero él no tenía por qué saberlo.

—Me das lástima —le dijo después de un rato de puras risas— Sigues pensando que meterse con los profesores y hacer estupideces se ve bien —hizo una pausa reflexiva— ¿No te das cuenta de que para el resto solamente eres el bufón del campus? Alguien de quien burlarse, solamente eso. Eres peor que nada.

— ¿Y me lo dices tú? —lo señaló despectivamente— Creo que no eres el más adecuado de hablar de inferioridad cuando nadie te conoce, ni siquiera por mi te conoces. Y eso ya es mucho decir. —soltó una carcajada irónica.

—Realmente no me gusta estar debajo de la atención pública. Es incómodo, y simplemente me parece que es mejor pasar desapercibido en algunos momentos de la vida. Como por ejemplo: Ahorita. Tal vez no lo entiendas, pero hace un buen rato que tú no estás por el campus, y ya sea para bien o para mal, nadie te extraña. Ni siquiera tus amigos, o los que tú crees que son tus amigos. Las personas piensan que simplemente te cansaste de perder el tiempo y te fuiste a estudiar a otro lado o hacer quién sabe qué; y eso, es exactamente lo que me gusta que los demás piensen. 

Stockholm ||Destiel||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora