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Habían decisiones que simplemente eran más pesadas que todo el mental del mundo junto. Esas siempre eran las que venían en sos pequeños frascos, cono los que usan para contener el veneno más potente, y que aún así bienes disfrazadas con la etiqueta de decisiones correctas.

Esas eran las peores. Esas dolían, mataban, y separaban a todo y todos. Era la forma más lenta de morir y más amarga de agonizar; y todo por la moral del hombre.

¿Cómo alguien está en la capacidad de decidir que algo está bien o está mal? ¿Qué acaso el poder divino está contenido en un título burdo dado por los mismos hombres?

¿Qué derecho nos da el mundo de catalogar como escoria de la sociedad al ladrón que roba por la más primaria necesidad, cuando mucho de nosotros robamos y hacemos cosas peores mientras estamos en una desigualdad?

¿Era justo eso?

Tal vez eso, y mucho más eran parte de las injusticias del mundo en donde nos vemos obligados a vivir. El cual se formó a base de nosotros mismos.

En tal caso de que la decisión correcta fuera sentenciar a la cadena perpetua  a Michael por el secuestro y tortura de Nick Shurley —Lucifer para los amigos—, se supondría que no debería pesar tanto como lo estaba ahora en el peso de Chuck. Su pecho, de manera poética y literal, estaba comprimido con el peso de una decisión que sabía que lo iba a perseguir por el resto de su vida.

Resulta pues, que dos meses después de la captura del estudiante, se venía realizando el juicio gracias a la demanda que había levantado el director. Por Dios, era el maldito director de Stanford; por supuesto que lo iban a tomar en serio. Pero nunca pensó que fuera tan en serio.

En el momento de tomar la declaración oficial de Michael, él había cambiado la historia que le había contado a Chuck cuando estaban ellos dos solos separados por unos barrotes. No mencionaba a ningún Dean Winchester, ni a Samuel Winchester; ni siquiera pensó en confesar que él no había actuado solo.

Como si fuera algo de cuestiones automáticas, él se echó la culpa de todo. No sabía si había mentido en lo que decía; pero se veía muy convencido de todo. Adjudicó totalmente la responsabilidad a su persona, tomando el crédito que le pertenecía a alguien más; ¿y todo para qué?

—Michael John Smith* —entonó el juez de la corte con voz solemne— Se le sentencia a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional, al ser declarado culpable de secuestro y tortura del ciudadano Nick Shurley como delito grave.

La madre de Michael, que en toda su vida fue más fría que el clima de Suecia, gritó de exasperación al frente de tantas personas y luego rompió en llanto al escuchar la decisión del juez. No podía creer que lo único que le quedaba en la vida —y que tristemente nunca supo reconocer— se le iba de las manos como el viento efímero de una tarde fresca.

Su hijo ni siquiera tenía veinticinco años, y ya iba a pasar el resto de su existencia en una prisión por culpa de la condena de un delito sumamente malo.

Nadie la acompañaba. Y por eso fue más fácil sacarla de la sala.

En el caso de Michael, se veía tranquilo y paciente. Como si supiera que iba a pasar mucho antes de que se lo dijeran. No se alteró, ni suspiró ni nada. Al contrario, esbozó una sonrisa y como quien acepta por fin algo que le tocaba, le agradeció al juez y al jurado su competencia al momento de tomar una decisión importante en su vida.

Todos quedaron mudos. Hasta Lucifer. Que estaba esperando que el idiota de Michael se descompusiera en lágrima y llanto desenfrenado rogándole a la vida una nueva oportunidad. Y una vez más el idiota de Michael lo sorprendía.

Lucifer maldijo entre dientes al ver como el joven se levantaba y era acompañado por un par de robustos oficiales. Sin embargo, antes de salir y sellar su destino, regresó sobre sus pasos y miró una última vez a todas personas que estaban en la sala que lo había condenado.

— ¿Sucede algo, señor Smith? —le había preguntado el juez, esta vez un poco dudoso.

—Sólo quería agradecerle. En un primer instante hice toda esta estupidez para deshacerse de un idiota que no sabía ni siquiera que ya estaba muy grande como para molestarme —le dijo con voz llena de arrogancia— Pero secuestrarlo fue un error. Debí haberlo matado cuando pude; así habría una mierda menos en el mundo... Aunque —le replicó de esa forma que usa alguien cansado— No salió como esperaba y aún sigue con vida; así que es mucho mejor para mí vivir en la cárcel, si así puedo librarme de ese molesto grano en el culo que es Lucifer.

Y con eso se retiró. Dejando una vez más a todos estupefactos.

***

Chuck necesitaba un trago, y rápido.

Después de detener a su hijo, el cual estaba a menos de dos segundos de la psicosis y un homicidio, decidió que ese peso que tenía en el pecho estaba mal infundado y que el cínico de Michael no se lo merecía. Pero aún así estaba ahí, latente como si fuera otro corazón que tenía.

Condenaron al chico. Y ni siquiera tenía treinta años.

Siendo sincero, el padre de Lucifer pensó que solamente iban a apresar unos cuantos años a Michael, y que el que pagaría por los platos rotos —por así decirlo— sería el tal Dean Winchester. Pero no contaba con que el chico cambiara de táctica, y en vez de decirle a todos lo que él le dijo, inventó algo más.

¿Por qué lo hizo?

Y aunque tantas dudas estaban flotando alrededor de la bruma de su mente, no tenía la capacidad de responder ni siquiera a la más fácil de todas. «¿Por qué lo hizo?»

Después del juicio, salió blanco como una hoja en conjunto a su hijo y las personas que lo acompañaban. La prensa estaba fuera, a la espera de cazar la noticia a cualquier costo; las luces de la cámara le estaba alterando, pero aún así su calma simulada le hizo pasar de largo.

No hubo comentarios por parte de ninguno de los lados. Así fue como Chuck junto a Lucifer se marcharon en dirección contraria a la que iba Michael.

***

Las noticias del país estaban como locos por el revuelo del caso del hijo del director de Stanford. Según había entendido, el muchacho sufrió un secuestro por unos de sus compañeros de clases por mes y medio; fue encontrado en estado crítico y fue internado en el hospital. Habían detalles que no habían dado en las noticias; detalles que solamente sabía Michael, y Dean, claro está.

El joven estaba mirando la televisión. Habían interrumpido su programación habitual —el maratón del doctor sexy— para dar un reporte importantísimo acerca de un caso.

A nadie le importa una mierda acerca de lo que le sucediera al hijo del director de Stanford. Ni siquiera a sus propios compañeros que eran los que estudiaban con él; pero todo el país se quedó consternado al ver al jovencito. Estaba vestido con el típico uniforme de cárcel, con las manos atadas a las esposas; tenía un expresión de perrito regañado.

Pero Dean, detrás de la pantalla observaba todo. Tenía una sonrisa en la boca y los ojos se le achicaban en las esquinas como muestra de que realmente estaba feliz.

Se había salido con la suya, otra vez. Después de esa "charla" que habían tenido por medio de esa llamada que tenía por derecho, muchas cosas se acomodaron en su lugar.

Que bien. Ahora el idiota iba a morir en la cárcel y Dean tendría unas horas más de libertad junto a su querido Castiel.

Lo que Dean no sabía es que eso había retrocedido en los planes de rescate de los amigos de James. Por al menos ahora.

¿Quién dice que el bien siempre triunfa?

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Michael John Smith, supuestamente el nombre que tiene Michael aquí. El John es porque estoy usando la visualización de Michael cuando tomó el cuerpo de John joven (Matt Cohen). Y el Smith... Bueno, estaba pensando en Dean Smith (?

A parte de ello, cuénteme, al igual que en mi otra historia; ¿Cómo llegaron hasta aquí? ¿Y por qué se quedaron?

Stockholm ||Destiel||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora