El chico del bar

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Tres meses después.

Charles 'Evan' Kenneth Álvarez Anderson había cumplido veinte años el día en que le habían notificado que aceptaban su regreso a la universidad en Madrid. Dejaría de traducir conversaciones de su padre con futuros inversores —que había sido lo único para lo que había servido aprender inglés— y por fin se dedicaría por completo a su afición de escribir. Los pocos amigos que le sobrevivían de la ESO lo celebraban en una disco bar cerca de su barrio a altas horas de la noche. Hacia tiempo que no se reía tanto y tan seguido que se perdía en ese reencuentro con su gente, con quién se sentía cómodo.

Evan no era como la mayoría de sus amigos. Jamás quiso irse a Londres. No se sintió cómodo a pesar de que tenía la apariencia de un súbdito de la Reina. Había visto películas con sus amigos, leído libros en donde describirían lo bien que sentaba irse a Londres aunque fuera por una semana, que era lo más liberador. Pero cuando puso pie en la famosísima Trafalgar Square, no tenía mucho de aquel brillo que llamaba a los jóvenes al visitarla. Jamás se adaptó al bullicio, al constante gris. A las noches oscuras, las de Madrid eran moradas, no tan claras pero más animosas de cierto modo. Tal vez Londres era para gente más grande y sofisticada, algo que no era Evan.

Curiosamente, y en opinión de todos sus amigos, había sido y esa noche lo confirmaban, el chico más guapo del barrio, con un estilo indiscutible. Eso, aunque no lo quería ver, le había generado estar en Londres: ser el chico envidiado con los atuendos más simples pero que llamaba la atención con facilidad. Todas las chicas lo miraban, algún que otro chico también lo hacía. Chicos como él, que habían ido con amigos heterosexuales. Porque Evan tenía una pandilla de chicos heterosexuales y un par de chicas como amigos. Él era quién les conseguía novias a los chicos y hacia de novio falso con sus amigas frente a un ex novio o cuando era necesario. Él era quién a pesar de sus hoyuelos cuando sonreiría seguía sin pareja. Sin moscones que lo rondaran. Se quedaba con simples miradas; como un bolso bonito y mono en un escaparate que te detienes a admirar pero que no compras.

Ninguna chica que lo veía se acercaba. Porque las chicas no hacían eso. Y tal vez era mejor así. Evan, quién a pesar de que ya no estaban juntos, seguía amando y admirando a los chicos de Auryn. Tenía todavía reminiscencias de los Pokémon y algunas caricaturas en la boca que parecía que hablabas con un crío, risueño, mono, pero un crío al final de cuentas que a pesar de estar en el mundo de los adultos desde hace un par de años su espíritu juguetón seguía intacto.

Al otro lado del bar había tres amigos que recién salían del trabajo y pasaron a por unas cañas. Compinches en busca de aventura y chicas. Bueno, por lo menos dos. Uno de ellos buscaba darse un respiro de la semana agobiante que había tenido.

-Ese chico te está mirando -le dijo Bea obligándolo a levantar la mirada de su móvil sólo para ver y volverla de nuevo ahí.

-Te está mirando a ti -respondió Evan con una risa. No se creía eso del amor a primera vista- Y viene a por ti - viendo cómo el chico se acercaba a la chica con mechas rubias coloradísima por tal acto. Giró los ojos y le dio un pequeño golpe con el hombro para hacerla sonreír.

-Pero... -exclamó Bea viendo a su amigo que la animaba irse con el chico.

-Venga. Hoy toca pasarla bien por mi...

Ella accedió y se fue con el chico. Toño había vuelto de los servicios y se sentó de nuevo con él. Charlado un poco más antes de que  se levantara a por otra piña colada sin alcohol, se estaba comenzando a qZaburrir. Pasó frente a los tres chicos, llamado la atención de uno: Bruno. Que lo vio andar con cadencia, con la mirada fija al frente directo a la barra. Trató saliva, no se lo creía, hace un par de días había pensando en él y ahora... ¡Estaba ahí! Sonrió.

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