El último de la clase

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Evan era alguien curioso. Se lo veía por lo general sentado en cualquier sitio con sus cascos, mirando la nada que pasaba frente a él, con sus manos dentro de sus bolsillos. Amaba la música, era lo que siempre tenía disponible que le permitía pensar con claridad. No era de amigos. Ni siquiera lo intentaba y sus compañeros lo veían desconfiados, a sus a ojos parecía un marginado más. Tenía de sobra con Tom y su pandilla como para agregar más. Así su las clases pasaban de lo más aburrido.

Estaba sentado en el césped mirando el cielo, pensando en nada cuando su móvil sonó. Se quitó los cascos y atendió, viendo que aún tenía comida que amablemente Bruno le había puesto como almuerzo. Rió al imaginarse esa escena esa mañana. Un beso en la frente, cada uno cogiendo su termo y saliendo de casa, volvió a reír por pensar que así se comportaban las parejas de novios o los casados. Era gracioso, ellos no eran nada y... era gracioso. 

-Juan Luis... -Tomando la llamada. En la que el rubio palidón le informaba que lo iba a acompañar a Málaga para la cobertura de un evento importante - ¡Suena estupendo! ¡Claro se estoy emocionado! Sí. Lo revisamos mañana, adiós...

Cuando terminó con la llamada un chico algo, castaño de buena planta se le acercó. Había esperado quince minutos para ver sí se sacaba los cascos. Era un compañero de clase, de cual, ni idea, Evan no era alguien curioso.

-Hola, guapo. ¿Por qué tan solo?

-¿Guapo? -se extrañó Evan. Nadie le había dicho eso nunca que hasta parecía broma -, ¿pero tú de qué vas? -poniéndose de pie y dejándolo ahí.

Cuando acabó su última clase, el profesor, tal vez de la misma edad de Juan Luis le pidió que esperase hasta el final sólo para preguntarle:

-¿Usted, ya tiene novio?

Evan bufó. No dijo nada y simplemente salió del aula. Se dirigió a la biblioteca. Era un poco pronto para salir, tenía el día libre en el trabajo y había quedado con Tom y para eso faltaba media hora. Se puso con algunos deberes, un poco de investigación hasta que le sonó el móvil.

-Tom -dejando el boli de lado -, sí. No importa - se estaba acostumbrando a sus ausencias. A veces se preguntaba sí realmente no era suficiente.

-No importa -colgando el móvil y aventándolo lejos. Soltó un fuerte suspiro, terminó la llamada y aventó su móvil lejos de él. ¿Que sentido tenía prometer cosas que no se van a cumplir?

-Hala... usas anteojos -escuchó detrás de él asustándolo. Y así, del susto a la sorpresa, a la alegría, la expresión de Evan cambió tan intempestivamente que sólo podía reír nerviosamente.

-Bruno, me asustaste - sintiendo cómo se iba acercando a él -Sí. Pero sólo para leer. ¿Qué haces aquí? -quitándoselos para verlo.

-Vengo a invitarte el almuerzo -sentándose a su lado. Esa facilidad con la que se adaptaba a su vida le encantaba.

-¿Qué pasa sí digo que no? -mirándolo desafiante, recargándose en su mano.

Bruno encogió los hombros -. Pues no mucho, la verdad. Vendría mañana y lo intentaría de nuevo -acercándose a la mesa, imitando su posición quedando frente a frente.

Evan levantó la ceja y cruzó sus brazos -¿y sí digo que sí?

-Lo haríamos nuestra rutina -respondió acomodándose en la silla, estirando sus piernas y cruzando también los brazos. Se sentía cómodo haciendo el tonto frente de Evan. Todo por ver su sonrisa.

En ese momento Evan concluyó que era increíble que estuviera ahí. Sabía bien lo que lo hacía inevitablemente soltar una sonrisa que lo dejaba indefenso ante él. Lo peor era que le gustaba eso.

-Me agradan las rutinas -acercándose por fin al chico.
-Bien. ¿Vamos?
-Sí. Sólo deja guardo todo esto.

-Podemos al Retiro...
Le sugería mientras caminaban de vuelta a casa, tomados de la mano, enfundados en sus abrigos: Evan llevaba uno de lana azur y Bruno llevaba una Parka acolchada de estampado militar.

-¿Al Retiro? -bufó Evan acercándose más a él, le gustaba el viento frío y más ahora que tenía a quién acercarse para cubrirse de él -, ¿qué, eres mi papá? ¿A caso tenemos ocho años? Anda, llévame a otro sitio más interesante... Más... de adultos.

Las risas que le generaba oírlo, ni él mismo has había oído desde hace tiempo. Pero, sí le preguntaran a Evan, que era lo que más le gustaba de Bruno, era su mirada; nadie lo había mirado así, fijamente. Sentía, que toda su atención era para él y era así; desde que lo vio la primera vez, el mundo de Bruno se había reducido a él, a Evan, a estar cerca de él, de procurarlo, de querer compartir su vida con él. Era fácil dejar pasar las horas,

Le gustaba llegar primero, ver la correspondencia de Evan cogerla y tener un pretexto para pasarse por su casa con algo para compartir; pastas inglesas, limonada casera que hacia él mismo. Cualquier tontería y quedarse hasta el otro día. A Evan le gustaba encontrarse con algo del moreno en su salón; el jersey grueso que usaba cuando las noches eran frías o su macuto que siempre olvidaba. Esas apariciones casuales y esporádicas a la universidad para volver juntos al trabajo.

Evan se rendía ante los abrazos de Bruno. Dejaba que esa calidez de su cuerpo lo llenara, era el mejor momento de su día. Era increíble estar con Bruno. Verlo desde abajo, sentado a la inglesa delante de él, siendo protegido por sus brazos; verlo concentrado esperando que el semáforo cambiara a verde; verlo cuando lo pillaba viéndolo con una devoción se derretía al ver crecer esa sonrisa y antes de volver a poner en marcha la bici, un beso en la cabeza lo hacía sentir afortunado. A veces creía que conducía lento porque quería que lo sorprendiera co un eso de vuelta.

No tenía, no todavía, el valor suficiente para hacerlo.

El Último Chico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora