El chico friki

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-¿Recuerdas Costa Oscura?

Evan asintió cerrando los ojos, sí sus amigos supieran que sabe donde quedaba tan pintoresco pueblecito... Pero por su lo había olvidado, su novio señaló en el mapa sus tenía en el techo de su cama ese también puerto.

Atendía cada relato que Bruno le contaba, hecho un ovillo bajo su brazo. Le gustaba la emoción con la que lo hacía, de cómo el Profeta había guiado a los Draenei a Kalimdor y le gustaba más porque lo hacían tumbados en la cama del moreno, mientras este hacía remolinos con su cabello y su mirada cuando sentía la suya.

Amaba esa habitación por estar repleta de figurillas de acción pintadas a mano; de varitas y banderines de Hufflepuff; de figuras de colección que Evan no quería ni saber sus nombres porque era demasiada dulzura para él y también una que otra de ese juego que tanto lo volvía loco. Todo eso, en conjunto con su escritorio donde tenía su ordenador, su cama siempre desordenada, generaban un ambiente de lo más acogedor. Era cómo ver en el interior de su novio con pintas de resuelto.

Cada vez que lo besaba se sentía afortunado, incluso popular aunque ya no estuvieran en el Insti. Sentía que había conquistado al chico más popular y guapo y encima...

-Ahora veo por qué Tom te llama friki... -besándolo -, porque eres... -cogiendo aire -, tierno -sintiendo la lengua de su novio entrar en su boca -, dulce -dejándose llevar por una creciente pasión que se iba avivando con cada caricia -, y te ves muy mono cuando hablas de tu videojuego...

Bruno no se contuvo ante aquello y se puso encima de Evan para besarlo y coger su pierna para sentirla. Y entonces ahí lo vio, el rubio lo contemplaba desde su posición sin decir nada.

-¿Qué pasa? -preguntó algo preocupado Bruno, su expresión había cambiado un poco.

-Tus ojos... -susurró sintiendo su mejilla desde abajo.

-¿Qué les pasa?

-Me vuelven loco -confesó Evan jalando a su novio para besarlo de nuevo.

También amaba las noches en que se quedaba a dormir en el piso de su novio, porque las historias que compartían sus labios siempre terminaban bastante bien.

Esa noche se tenían el uno para el otro, con la misma locura, con las mismas ganas. Desde qué lo vio, Bruno supo que tenia que conocer a Evan. También supo que ese mismo día lo perdería. Por eso, cuando supo que serían vecinos no dejaría de intentarlo y fue fácil; no tenían que buscar siempre un momento. Sí no lo había ellos se lo inventaban. En mitad de la plaza, del trabajo, incordiando a algunos.

Evan amaba la magia que sus labios juntos generaban.

Amó la noche en que fue con Bruno a ver las luces de Navidad en (Madrid), cuando no dejaba de abrazarlo por detrás y recargar su barbilla en su cabeza. Amó el regreso a casa en esa noche azul, fría y llena de un ambiente diferente, porque además de que la Navidad estaba cerca, el amor se podía sentir más. No ese amor que te hace volver loco, sino aquel que se compartía desinteresadamente. Amó caminar por Callao tomados de las manos enguantadas, mirándose ocasionalmente, riendo bajito por creer que ese acto, era tan desafiante y valiente, descansando su cabeza en su brazo, recibiendo un beso en ella.

cuando de la nada le bajó el gorro de lana hasta los ojos en mitad de la plaza; amó cuando creyó haber huido de él pero sintió sus brazos rodear su vientre unos metros después. Bruno seguía con el gorro cubriendo parte de sus ojos pero aún así lo juega a fuerte, seguro. No iba a escapar tan fácil.

Le gustaba cuando lo hacía reír tanto que era inevitable que todo el restaurante se diera cuenta de ello, de que con Bruno era muy feliz. Le gustaba abrazarlo y aspirar su aroma, así podía tenerlo en su mente desordenando sus ideas.

Era feliz cuando Bruno abría sus brazos para recibirlo, tras horas de no haberse visto. Era feliz cuando hacia el tonto con él, cuando se quedaban en casa viendo películas, inventando diálogos, quedándose dormidos. Era feliz cuando adivinaba lo que quería y sin pedirlo se lo daba.

Como esa tarde, cuando Bruno se fue acercando poco a poco al escritorio de Evan, que estaba de espalda porque el sol entraba directo y prefería que llenara su lugar de trabajo y no su espalda. Con sus manos ocultas detrás de su espalda caminó hasta él y plantó una rosa frente a su novio para sacarlo de sus pensamientos. Todo él era la luz que había entrado en su vida sin avisar; sus rizos dorados brillaban por el sol y sus ojos lo hacían por ver tan vanidoso regalo; madura, orgullosa e inofensiva.

-Pero... -tomándola -, que bonita.

La admiró maravillado antes de cogerla y sentir un abrazo.

-Vengo a raptarte -confesó tras un sonoro beso en su cabeza. Su aroma representaba seguridad para Evan que le gustaban sus abrazos.

-¿El restaurante de siempre? - quitándose las gafas y levantando su cabeza para darle un beso y luego otro y luego más, girando para besarlo mejor, dejándose llevar por tan sensación.

-No -compartiendo sus labios con el rubio -. Nos vamos a Alicante -atrapando sus labios antes de emocionarse.

-¿Qué? ¿Salir de la ciudad?

-Exacto -sacando su móvil para mostrarle -, haré una sesión de fotos para la revista y dije que sería bueno un artículo. Así que -sacando dos billetes de AVE -, prepara tu maleta.

-¡No puede ser! -abrazándolo.

-Sí. Pero primero a hacer la merienda que muero de hambre,

El Último Chico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora