El Último secreto

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Cuando volvió de echar un vistazo por las cercanías, tomó una ducha y se cambió de atuendo con la ropa que había en la bolsa con listón azul: zapatillas deportivas blancas, pantalón con raya diplomática, camisa vaquera y una bomber del mismo tono del pantalón. Era sólo una cena, podría haber escogido otra cosa pero, no quiso desafiar a su amigo.

Casa Álvarez por la noche era más cálida y hogareña a comparación de las tardes, cuando parecía que no vivía nadie ahí. Y al ver a los tres hombres en sus tres piezas entendió que no debía desobedecer a Tom en nada.

-Así que os habéis conocido en el Fnac... -confirmó Anthony, cuando el primer platillo había sido servido.

-Sí. Estaba comprando Harry Potter -tratando de no demostrar tanto su asombro tras probar por primera vez el caviar.

-Debiste haber hecho algo increíble para llamar la atención de Evan. Siempre va por la vida con sus cascos -sonrió Anthony a ese chico frente a él.

-Supongo que sí -sintiéndose orgulloso.

-Y a pesar de ello, no se ha separado no un momento del impresentable de Everett -puntualizó Benedict -, ¿recuerdas que también estuvo a su lado cuando rompiste tu compromiso con Evan? -dirigiéndose a Tom a quién había cogido por sorpresa.

-¿Qué? -deteniendo su copa que iba directo a su boca para mirar a su amigo frente a él.

-¿No lo sabías? -simulando asombro, sabía que Tom jamás sé lo diría -. Que Thomas y Charles estaban prometidos, ¿no te contaron esa historia?

Bruno miró a mister Álvarez, esperaba al igual que los demás que respondiera. Ellos sabían, por el tono, que Benedict lo hizo para incordiar a su imitado y que un rapapolvo no sería útil.

-No -confesó sin más bajando su copa de agua -. Y es obvio que ellos no tienen, no te ofensas amigo mío, el carisma. Tendrán el porte y todo eso pero yo no he visto que hagan reír a Evan. Y eso, caballeros, eso es lo que importa.

Alton sonrió satisfecho. Una salida bastante diplomática, sin dramas, serio y seguro de lo que decía, aunque fuera sólo por fuera, Bruno dudaba que eso bastará para que Evan siguiera a su lado.

Cuando se despidieron, camino de la camioneta que les esperaba:

-¿Me vas a obligar a preguntártelo? O es que no me tengo que preocupar por ello...

Bruno había conservado una sonrisa ligera en la sobremesa en el salón, mientras escuchaba historias bastante interesantes de Alton, de como había sido el primero en llevar las mejores lanas de Ermenegildo Zegna a Londres para vender y que su hijo mayor había ayudado, pero nada de Evan. Así que Tom comenzó:

-Mi padre es importador de seda, y el prometernos, era... -escuchando sus palabras en su cabeza -, era un pacto de negocios. Con nuestras casas unidas podrían expandirse y llegar a casas de Alta Moda.

Bruno se quedó callado. No se lo creía. Se quedó mirando las calles llenas de luces amarillas, de cierto modo la noche londinense era más cálida y ligera que el día. 

-Te lo he dicho, todos hemos cometido errores con Evan.

Al oírlo Bruno sólo entendió una cosa: no se resignaría como lo hicieron los demás. Le demostraría a todos que sí podían estar juntos.

-:-

Era curioso para Bruno.

Todo se veía diferente cuando estaba solo sentado en una cafetería en el West End, una muy concurrida poco antes del mediodía, con una taza de té, humeante frente a una pequeña fuente de aperitivos: pastas, macarrones franceses y pequeños emparedados. Llevaba su abrigo verde, ahora lo quería más, se sentía cerca de él.

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