El último aliento

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Evan, quién había sido aprendiz de demasiadas cosas, jamás había oído una risa o recibido un sonoro beso cuando lo hacía mal. Como esa tarde, cuando Bruno le estaba enseñando a hacer paella; cuando por accidente y distracción le puso más sal, cuando incluso se lo había advertido el moreno. Este lo cargó y lo abrazó fuerte, dejándolo libre hasta que Evan dejó de tener ese rictus de haberlo hecho mal, aceptando que no pasaba nada por ello.

Jamás nadie le había besado cada vez que cometía un error.

Jamás se había sentido realmente querido a pesar de su torpeza.

Y eso lo tranquilizaba. Era parte del miedo que tenía por entregarse por completo, ¿lo querría a pesar de sus errores y torpezas? Pero la sonrisa con la que se topó fue un respira clara.

-Seguro que a Tom le gusta -le dijo tras otro beso sonoro en su mejilla -. ¿Seguro que no quieres que te acompañe? -sin despegar sus manos de las caderas de Evan que no dejaba de empacar comida.

-No. Tus amigos te tildarían de quién sabe qué cosas sí lo pospones un día más -atreviéndose y cogiendo sus morros para acercarlos a los suyos -. Nos vemos más tarde.

Evan subió los peldaños apresurado, llevaba prisa y llevaba colgado del telefonillo más de diez minutos hasta que un vecino que lo conocía lo dejó entrar. Abrió la puerta del piso que estaba en silencio y casi a oscuras, el olor era algo a lo que no se acostumbraba. Ahora entendía por qué no lo había visto en esos días. Otra de sus fiestas.

Dejó la compra sobre la mesa y se puso con un poco de la limpieza, recogiendo los vasos y ceniceros llenos dejándolos en la barra. No sabía sí era bueno o no que no vio botellas de alcohol por todas partes.

-¡No puedo creer que sigas dormido a estás horas! -gritaba mientras abría las cortinas y las ventanas para dar pasó a aire fresco y menos viciado. Por lo generar esos gritos lo despertaban, pero está vez no. El piso seguía en silencio hasta que entró en la habitación con una taza de té negro, "mejor que el café y mucho más fuerte y mejor para despertar", era lo que siempre le decía cuando lo invitaba a tomarlo.

-¡Por Dios! -mirando a Tom tirado boca arriba con cosas tiradas a su alrededor. Tenía sólo su pantalón y su bóxer asomándose; su torso cetrino y pálido estaba desnudo. Lo asustaba y paralizaba ver que en su brazo seguía liada con algo para saber donde pinchar que tiró la taza y reaccionó. Tal vez era una broma, tal vez... se desesperó, era verdad, estaba inconsciente. Sacó su móvil y llamó:

-Es mi amigo. Está tirado y no reacciona y no sé qué hacer y... Debéis enviar una ambulancia.

Madre mía. Miraba a Tom y no sabía qué hacer. ¡Sí es que eres un idiota! ¡Sí es que eres un puto idiota! Repetía mientras le quitaba el cinto de su brazo con repulsión por aquel objeto. ¿Por qué haces esto? Le reclamaba sin respuesta. Después de todo jamás había sido capaz de preguntárselo de frente.

-No puedes hacerme esto... -le decía mientras buscaba algo con que cubrirlo. Tenía miedo. ¿Y sí no despertaba? - ¡yo mismo te corto los huevos sí no despiertas! ¡Te enteras! -le gritaba con cierta histeria.

Llamaron a la puerta y los dejó entrar, los vio hacer maniobras y luego por fin lo subieron a la camilla.
Estaba sentado a su lado en la ambulancia. Lo miraba mientras dormía ya en su cama del hospital. Movía su pierna inquieto. Tenía sus manos en su boca, sus brazos recargados en su rodillas. Bruno no tardaría en llegar, pero eso se hacía eterno y lo ponía más ansioso.

Había conocido a Thomas cuando había entrado en el internado irlandés a los ocho años. Había sido el primer pelirrojo que había conocido. Pero no el primer palidón.
Al tercer año de conocerse supo que serían inseparables.

Realmente no supo en el momento en que lo vio fumando un porro ni mucho menos recordaba bien en qué Navidad lo había visto inyectando su brazo. Se sentía culpable de haberlo dejado ir ese día. Cuando conoció a los chicos que le ofrecieron su primer porro. Después de ahí todo cambió, comenzando con su expulsión, pero no fue por mucho. Porque a dieciocho sé lo volvió a encontrar en la universidad de Madrid. Tal vez no creía en el destino pero Tom era lo más cercano a ello que tenía en su vida.

Pasaron dos horas antes de que despertara.

-Evan... -susurró Tom.

-No digas nada -le ordenó con tono enojado, pero luego recapacitó, no estaba para regaños -. El doctor ha dicho que es mejor que guardes energías.

-¿Dónde me encontraste? -dijo tras diez minutos de ver a su amigo rubio lidiando con sus pensamientos. Intentando en vano ignorarlo. Conocía esa mirada; llena de decepción y culpa.

-En tu casa. Estabas tirado en el piso de tu habitación -mirando la anda que pasaba frente a él. Tom tiró su cabeza hacia atrás y cerró los ojos. -Llevabas días ausente y quise llevarte de comer... -dijo mirándolo mientras él no lo hacía. Quería ser firme, quería ocultar su amor incondicional entre sus regaños.

-Yo... -inició Tom, pero entró el doctor. Anunciando que debía examinarlo ahora que estaba despierto.

-Claro -poniéndose de pie quitando las arrugas de su pantalón de lana azul marino que hacia juego con un cuello alto en el mismo tono que resaltaba su palidez y hacia brillar más su cabello rubio.

-Evan -insistió cogiendo su mano, este cerró los ojos cuando le dijo: -, lo siento.

Este asintió y separó su mano de la de su amigo, que tan pronto salir de la habitación recargó su cabeza en ella. Lo odió sólo por un momento. Estaba agotado, seguía sin ser suficiente para él.

Esperó media hora más a Bruno el tráfico estaba imposible.

-Evan... ¿Qué ha pasado? -llegó corriendo Bruno a quién instintivamente abrazó  más para tranquilizarlo a él que a sí mismo.

-Tom... ha sufrido -sorbiendo sus mocos -, ha sufrido una sobredosis. Lo he encontrado cuando iba a visitarlo.

-¿Y está bien? -mirando por encima de su hombro pesando que así podría verlo. Evan rió bajito al verlo.

-Sí. He llegado a tiempo.

-¿Cómo estás tú? -bajando su mirada para encontrarse vi la de su novio.

-¿Yo? -se detuvo al ver que no tenía una respuesta. Pero Bruno la esperaría -. Estoy mal. Me asuste demasiado -cayendo de nuevo en sus brazos -. Creí que se iba a morir... Y tuve miedo y... -aferrándose al pecho de su novio.

-Ya está, está bien, estoy contigo. Lo has hecho bien.

El Último Chico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora